A la mejicana Josefina Vicens (1911-1988) le ocurrió igual que a su compatriota Juan Rulfo: sólo publicaron dos libros cada uno, pero les bastaron para convertirse en maestros de la literatura contemporánea en castellano.
El Fondo de Cultura acertó, en 2006, al reeditar juntas las dos novelas cortas (largas en emociones) de Josefina Vicens. Si Los años falsos (1982) es extraordinaria, El libro vacío (1958) cuenta, además, con la admiración de generaciones de escritores al narrar magistralmente el proceso de creación literaria –sus angustias y placeres–, a través del protagonista masculino, José García, un hombre de vida mediocre y talento limitado, obsesionado por escribir una novela.
Para acercarse a la personalidad de Josefina me parece oportuno transcribir la respuesta a la pregunta que, allá por los años 60, le hizo un periodista sobre la justificación de la escritura y la relación de la autora con la creatividad. Vicens respondió: «Mi mano no termina en los dedos: la vida, la circulación, la sangre, se prolongan hasta el punto de mi pluma. En la frente siento un golpe caliente y acompasado. Por todo el cuerpo, desde que me preparo a escribir, se me esparce una alegría urgente. Me pertenezco toda, me uso toda; no hay un átomo de mí que no esté conmigo, sabiendo, sintiendo la inminencia de la primera palabra. En el trazo de esa primera palabra pongo una especie de sensualidad: dibujo la mayúscula, la remarco en sus bordes, la adorno. Esa sensualidad caligráfica, después me doy cuenta, no es más que la forma de retrasar el momento de decir algo, porque no sé qué es ese algo; pero el placer de ese instante total, lleno de júbilo, de posibilidades y de fe en mí misma, no logra enturbiarlo ni la desesperanza que me invade después».
Todos los que han decidido escribir, así como la mayoría de lectores sensibles, se sentirán comprendidos y agradecidos a Josefina Vicens; una bartleby –huidiza e inquietante– que nuestro admirado Enrique Vila-Matas se olvidó de incluir en sus listados y que, como Marguerite Duras o Clarice Lispector, no se conforman con escribir excelentes novelas; también nos cuentan su manera de sufrirlas y gozarlas. Cuando acaben de leer esta reseña (o mejor, antes) vayan a comprar el libro.