Todo tiene una razón —argumenta Elizabeth desde la barra del bar.
Es como esas tartas —dice Jeremy mientras abre la vitrina—. Al final de cada noche, la de queso y la de manzana se han acabado. La de durazno y la de mousse de chocolate están casi terminadas. Pero siempre queda una tarta de arándanos sin tocar.
¿Y qué hay de malo en la tarta de arándanos?
No tiene nada de malo. Sólo que la gente elige otras cosas. No puedes culpar a la tarta de arándanos. Simplemente nadie la quiere —Jeremy está a punto de volcarla en la basura.
¡Espera! Quiero una porción.
¿Con helado? —al ver que Elizabeth asiente, sonríe—. Déjame a mí.

Igual que se funde el helado de vainilla con la tarta, se funden mis anhelos –esos que creía enfriados para siempre– con los deseos de los personajes de My blueberry nights, hasta el punto de convencerme de que la vida merece ser vivida, aunque a veces se elija el camino más largo. ¿Acaso hay alguno recto?
Sueño que estoy dormida sobre el mostrador de un café y en la comisura de los labios tengo unos restos de tarta de arándanos que el hermoso Jeremy duda entre limpiar con el dedo o mediante un beso lento. Desde el primer roce saboreo que él haya sabido elegir. Es un sueño recurrente por más que sepa que no soy la única persona a quien esta escena de la película se le cuela por las noches entre las sábanas de la cama, aireándola. Y es que Jeremy (un Jude Law más atractivo que nunca) y Elizabeth (la protagonista, interpretada por la excepcional cantante Norah Jones) son de esos personajes que se quedan grabados porque fueron escritos con mucho cariño y honradez.
También son memorables los planos a través de los ventanales con neones, el vaho de las respiraciones en las frías noches de Nueva York y las dos historias desgarradas a las que la protagonista asiste como testigo y alumna. Historias que se anticipan desde el principio a través de una metáfora con un frasco lleno de llaveros abandonados que Jeremy guarda.
El cineasta chino Wong Kar Wai (autor de In the mood for love y 2046) no ha podido comenzar mejor su andadura profesional en Estados Unidos. Con My blueberry nights, Wong nos recuerda que todavía es posible producir una historia sin trucos en un mercado inundado de cine tramposo.