Si usted es una persona seria con respuestas para todo, no estará dispuesto a admitir esa condición, como hago yo, porque ambos presumimos de mentalidad abierta, por supuesto. Pero si además disfruta con el hallazgo que se produce cuando una obra de arte nos recuerda que no hay certeza que valga, entonces le gustará tanto como a mí el trabajo de Anish Kapoor (Bombay, 1954).
El Guggenheim de Bilbao es un museo-obradearte-devoraartistas que debe de atemorizar a los mejores creadores del momento; a ver con qué se rivaliza contra esa preciosidad arquitectónica. Sin embargo, Kapoor triunfa donde la mayoría fracasa. Sus juegos artísticos invitan a la incertidumbre, la participación y el divertimento, todo a la vez. Sólo a él se le podía ocurrir una sala de espejos tan fascinante como la que se exhibe en Bilbao hasta el 12 de octubre. Y las demás propuestas que ocupan toda la primera planta tampoco dejan indiferente: un enorme sol que obliga a mirarlo desde todos los ángulos, un bloque con un cuadrado negro que no sabes si es hueco, sus mareantes cuencos, una “gestación” que pasa desapercibida en una de las paredes, un cañón que dispara botes de cera, una sala escatológica, el enorme cráter de cera roja que se expuso en el CAC de Málaga hace unos años. Docenas de razones para activar las alarmas porque no podemos evitar acercarnos a las obras. Si aún no fue a Bilbao, no tarde.