El término “obra maestra” procede del mundo del artesanado: desde la Edad Media, la organización de las corporaciones de oficios tenía previsto que cada miembro elaborara una “obra maestra”. Ello permitía al aprendiz convertirse en maestro y tener de este modo derecho a mantener un taller, vender sus productos en la ciudad y formar a su vez a otros aprendices.
En la actualidad, la expresión “obra maestra” se ha suavizado con eufemismos del tipo “obra esencial” o “referente artístico”. Existe un temor por parte del colectivo de críticos, comisarios, gestores, galeristas y coleccionistas a confirmar la maestría de una obra, a señalar con el dedo su éxito o su fracaso. Las mutaciones en el gusto y los juicios de valor han demostrado que son frágiles los criterios históricamente estables. Pero ¿quién está capacitado para establecer el control de calidad sobre una obra de arte? En el arte actual, lo sublime no es evidente, la debilidad de las fronteras artísticas da lugar a situaciones paradójicas: confundir chatarra con una escultura abstracta u ofrecer millones de euros por un cuadro pintado por niños es normal si tenemos en cuenta las dificultades que entraña el concepto de “obra maestra”. Pese a todo, como confiesa el coleccionista Charles Saatchi en el libro Me llamo Charles Saatchi y soy un artehólico, “el talento escasea tanto que es más fácil que la mediocridad se confunda con la genialidad a que el genio pase desapercibido”.
Para responder a estas cuestiones y plantear otras, el Centro de Arte Contemporáneo Pompidou-Metz (Francia), que abrió sus puertas el pasado mes de mayo, ha reunido casi 800 piezas en su exposición inaugural, “Chefs-d’Ouvre?” (“¿Obras maestras?”), que puede visitarse íntegra hasta el 25 de octubre. Una propuesta arriesgada en la que han participado museos como el Louvre, quai Branly, Orsay, Rodin, Picasso y, en mayor medida, su hermano mayor, el Centro Pompidou de París, con quien comparte estrategias y fundamentos: la creación artística como fenómeno global y el desarrollo futuro del Centro Pompidou móvil, un espacio expositivo desmontable y transportable, con el espíritu de las carpas de circo, para acercar las experiencias del museo al público alejado de la oferta cultural tradicional, tanto en zonas urbanas como rurales.
Con un edificio impecable ideado por el arquitecto japonés Shigeru Ban, en colaboración con el francés Jean de Gastines, el protagonista de la primera descentralización de un establecimiento público francés, comparte los principios del proyecto educativo puesto en marcha en el Centro de Arte Reina Sofía: enriquecer y estimular la capacidad crítica del visitante; en concreto, establecer nuevos horizontes y alternativas en torno al concepto de “obra maestra”, poniendo en entredicho la imagen fija del pasado que a menudo trasmiten los museos, junto a la dinamización del tejido cultural, económico y social de la región de Lorena, siguiendo la estela del Guggenheim de Bilbao.
¿Obras maestras? es una apuesta deliciosa donde encontramos una gran representación de disciplinas artísticas ocupando el espacio central y las tres galerías orientadas mediante amplios ventanales hacia la ciudad. Sin vocación de reunir los grandes nombres de la historia del arte (aunque estén representados) y ampliando el espectro de las colecciones expuestas (desde manuscritos iluminados de la Edad Media, pasando por la noción de genio durante el Romanticismo, hasta las Vanguardias del siglo XX y las principales representaciones del arte actual), el Centro Pompidou-Metz se eleva a 37m de altura (como la catedral) y su máxima museográfica es la neutralidad y la amplitud visual, cubriendo su estructura con una ondulante y fina membrana textil traslúcida que dota de luz natural al edificio y las colecciones.
Un alarde de maestría y entusiasmo donde un público de todas las edades y lugares, haciendo cola desde primera hora de la mañana, participa como actor implicado esbozando alternativas sobre el riesgo que conlleva definir una “obra maestra”, atisbando horizontes más allá del ingrato y manoseado “esto también lo haría mi hijo” y decidiendo, en última instancia, qué grado de madurez necesita una obra para ser considerada clave, cuáles son las características esenciales que debe tener su autor, cómo innova o qué influencias genera.