por Lourdes Díaz

Se diría que la victoria de Syriza en Grecia ha abierto la caja de Pandora y, al igual que el regalo envenenado de Zeus, ha desatado todos los males. “Quieren romper las reglas, acabar con la estabilidad, ponerlo todo patas arriba” gritan los agoreros de esta Unión Europea, ocultando que las reglas que defienden son las que benefician al poder económico y financiero, y que la única estabilidad que propugnan es la de esos mismos poderes y la de los gobiernos que los amparan. Es la reacción ante el primer gobierno que se ha enfrentado a Alemania como un igual y no como un subordinado, presentando batalla democrática frente a las imposiciones de austeridad de la Troika. Para eso los ha elegido el pueblo griego: para tratar de deshacer el nudo gordiano que asfixia su economía. El gobierno de Syriza sabe que no puede cortarlo con un tajo de espada como un Alejandro Magno del siglo XXI, pero si los helenos y otros países del sur lograran desatar un nudo de tal calibre, conquistarían, no Asia, como en la leyenda, sino Europa; una Europa de los pueblos y no del capital.

Para entender la situación actual de Grecia, tenemos que retroceder al comienzo de la crisis.

En el año 2009 la deuda pública griega era del 127%. El bipartidismo sumaba el 77% de los votos, frente al 5% que arañaba Syriza. Ningún Estado europeo poseía deuda pública griega. Fueron los bancos franceses y alemanes los que compraron títulos públicos griegos por valor de 183.200 millones de euros. Luego se supo que Nueva Democracia trampeó la contabilidad para disimular el verdadero déficit. La prima de riesgo se disparó. Trazando un círculo perverso, a los acreedores de la deuda griega les interesaba que la prima de riesgo ascendiera porque ello les permitía incrementar los intereses de la deuda: si el Estado griego no podía pagar, ellos obtenían más beneficios.

En 2010 se produjo el primer acuerdo propuesto por el presidente de la Comisión Europea y secundado por el Fondo Monetario Internacional, el presidente del Banco Central Europeo y la canciller alemana, Angela Merkel: la Troika había nacido. Por supuesto, los primeros préstamos estaban condicionados a recortes en gasto público y reformas estructurales de carácter neoliberal. A pesar de que ya en 2010 se puso de manifiesto que Grecia no podría pagar, no fue hasta abril del 2012 (¡dos años más tarde!) cuando se hizo finalmente la reestructuración de la deuda pública. De este modo, las entidades financieras tuvieron tiempo para desprenderse sigilosamente de los títulos griegos, al mismo tiempo que los Estados europeos y el BCE pasaban a ser propietarios de los mismos. Es decir: los inversores internacionales trasladaron el riesgo de impago desde los bancos hacia los Estados, entre ellos España.

Ahora Syriza se ha plantado ante la inexpugnable Troya-Unión Europea con un caballo construido con los votos, el sufrimiento y las esperanzas del pueblo griego. En su interior se oculta el ministro Varufakis, ese feo atractivo que no se arruga ante los implacables hombres de negro. Su avance podría abrir las primeras grietas en la fortaleza de la austeridad. Y demostrar así que otra política es posible, que el pago de la deuda a toda costa solo es un imperativo para la clase dominante. No es un conflicto entre países, sino un conflicto de clases. Ya es hora de cambiar las tornas hacia el lado de los ciudadanos, de que nos sacudamos el miedo que el discurso político y la manipulación mediática nos han inoculado. Y que arda Troya.