por Marcos Alonso

‒¿A que no sabéis qué canción estaba cantando Sabrina cuando se le salió el pecho en aquel especial de Nochevieja?

‒¿Cuál va a ser? La única que tenía… La de Boys, boys, boys.

Cuando se es testigo de una conversación así y se sabe la respuesta correcta se abre una disyuntiva desgarradora: ¿caer en la tentación de demostrar una superioridad de conocimientos con el precio de la estigmatización pública? ¿O callarse mientras te queman en el pecho las dos palabras que forman el vergonzoso título que sonaba cuando la mítica cámara lenta se posaba sobre los generosos pechos de la italiana?

Callar siempre fue de cobardes.

‒Hot girl. ‒No demasiado alto para que no se enteren en la mesa de al lado.

‒Vaya canciones tenía la tía… El autor se rompió la cabeza: Boys, Hot girl, sexy algo…

Nadie puede imaginarse que un día se verá a sí mismo defendiendo la discografía de Sabrina; de hecho, qué necesidad hay de luchar por un disco que realmente te da lo mismo. Lo mejor en estos casos es dejar correr el tema, asentir y hablar de lo último de Lenny Kravitz, Coldplay o U2, si se quiere pisar terreno seguro.

¿Dónde están los bozales cuando se necesitan?

‒Hombre, aquel disco incluía versiones de otros artistas. La de “Kiss” de Prince, “Do ya think I´m sexy” de Rod Stewart… Y la de “My Sharona”. De hecho descubrí el famoso riff de guitara en la versión que ella cantaba. Hasta varios años más tarde no escuché la original de The Knack.

Hay miradas que no se olvidan.

Y situaciones que llevan a la reflexión. ¿Cuál es el auténtico sentido del concepto “original”? Por un lado es lo que ha nacido directamente de su autor, pero por otro también es aquello que ha servido de modelo para hacer otra versión. Entonces, si alguien jamás tuviera la oportunidad de escuchar a los Knack y hubiera iniciado su carrera musical haciendo una versión del “My Sharona” de Sabrina ¿semejante suceso transformaría la copia de la italiana en original? Evidentemente no, a nivel absoluto, pero sí lo sería para la persona que la tomó de modelo.

A las versiones musicales les pasa lo mismo que a los hijos de los famosos, nacen con el handicap de tener que demostrar que son, al menos, tan buenos como la pieza original. Una comparación injusta y perversa de origen. Sólo nos han concedido unas décadas concretas de paseo sobre la corteza terrestre, un tiempo que cuando comienza ya ha dejado atrás otro mucho más extenso, todo él lleno de personas, historias, guerras, amores y unas cuantas canciones. Cada nacimiento es un reseteo de la memoria global que borra lo anterior para empezar a contar desde cero. Aquello que llegue primero a los sentidos del nuevo inquilino será, para él, lo original. Su original. Su “My Sharona” sin cargas ni comparaciones.

Las copias son las auténticas heroínas de la cultura. Son las grandes viajeras que, como semillas en pentagramas, se extienden arrastradas por el viento hasta caer en oídos fértiles. Elvis Presley tuvo que afeitarse las patillas para llegar a través de UB40 susurrando “I can´t help falling in love” y envolverse en electro pop para traernos su “Always on my mind” poseyendo a los Pet Shop Boys. Hay veces que el viaje conduce por senderos oscuros y a duras penas nos permite reconocer esa misma melodía en el “Aquí está la Navidad” que una desencajada Montserrat Caballé cantaba en el polémico anuncio de la lotería.

Es fácil reivindicar al intérprete original cuando fue él quien llevó al éxito la canción por primera vez, pero qué ocurre cuando quien tuvo el honor de interpretar un temazo no consiguió que lo escucharan ni sus familiares más cercanos. En cuanto escuchamos los primeros acordes de “The best” estamos esperando la salvaje voz de Tina Turner, nadie se atrevería a decir que ella no fue la cantante original, pero fue Bonnie Tyler quien la grabó antes en su álbum “Hide your heart”. Una consiguió el éxito mundial, la otra no. ¿Quién es la original para el mundo? La gran Bonnie Tyler saboreó de nuevo el amargo sabor de ver el éxito de una de sus canciones en voz ajena cuando Cher grabó “Save up all your tears”, que también estaba incluida en aquel mismo álbum y pasó sin pena ni gloria. Cher siempre fue muy lista y en su vuelta a los escenarios después de pasar por chapa y pintura en los años 80 escogió como carta de presentación “I found someone”, un hit para ella y, años antes, una canción de relleno para Laura Branigan en su álbum “Hold me”. Laura, como Bonnie, también pudo ver cómo la versión que ella grabó de “How am I supposed to live without you” se quedó en un corte más de uno de sus vinilos, mientras que el día que su autor original decidió grabarla escaló todas las listas de éxitos. Michael Bolton, sí. Fue él. ¿Es la versión de Bolton la original porque la compuso él o porque la llevó al éxito? Tranquila, Laura, allá donde estés: para un puñado, la tuya fue la primera.

No son pocos los autores que sienten la necesidad de reivindicar como propias las canciones que compusieron para otros, parece que quieren levantar el dedo entre la muchedumbre y reclamar su parcela de originalidad. Pero la original es de quien ha conseguido dejar la huella en la memoria. Por mucho que Coti cante con su buen hacer “Color esperanza”, nunca dejará de tener el acento de Diego Torres en nuestras cabezas. “Le llamaban loca” siempre resonará con las armonías de Mocedades, por mucho que Perales quisiera hacerla suya, y es inevitable que imaginemos la aterciopelada voz de Jeanette en lugar de la del conquense cuando tarareamos aquello de “todas las promesas de mi amor se irán contigo… ¿Por qué te vas?”.

Las versiones musicales son una prueba fehaciente de la compleja física cuántica. Hacen vivir una misma melodía en diferentes realidades alternativas de tiempo y espacio. Pueden hacer que una canción que llevó al éxito al americano Robert Knight en 1967 vuelva a la vida en voz de la alemana Sandra en los 80, se vista de plateado con Gloria Estefan en los 90 y termine con arreglos de jazz en 2004 vía Jamie Cullum. El título ya lo decía todo: “Everlasting love”. Y para quien no soporte a ninguno de estos intérpretes está la socorrida versión que hicieron U2 como cara B de “All I want is you” en 1989. Sin necesidad de desempolvar la bola de cristal, puede asegurarse que la canción seguirá renaciendo cuando nosotros ya no estemos. Ellas han alcanzado lo que tanto anhela el ser humano: la vida eterna.

¿En cuántos sitios puede estar una persona al mismo tiempo? Por mucho que los artistas intenten clonarse hasta el infinito a través de videoclips en los que jamás se agotan ni despeinan por muchas veces que repitan la canción, no pueden estar físicamente más que en un lugar cada vez. Una faena. Nos pasa a todos. Así que mientras las abuelas sustituyen a los padres al cargo de los hijos, artistas de los cinco continentes hacen suyas canciones que están triunfando a miles de kilómetros de distancia y a duras penas llegan hasta sus tierras, salvo como un lejano eco en programas culturetas a altas horas de la noche. Y así, las versiones vuelven a nacer como originales en tierra virgen. La holandesa Loona hizo suyo el “Oye el boom” de Bisbal, Marc Anthony salsificó el “C´est la vie” del argelino Khaled  cantando “Vivir mi vida” y Luis Miguel hizo saltar el charco a la eurovisiva “Nacida para amar” de Nina cambiándole la letra en la transexual balada “Amante del amor”.

A veces el viaje que emprenden las versiones es aún más complejo. Son canciones que se mueven por terrenos sin cartografiar buscando tímpanos que disfruten vibrando con ellas. Son saltos de siglos colocando a Beethoven sobre el escenario de un rockero granadino a través de los acordes del “Himno a la alegría”. Son heridas profesionales que cicatrizan interpretando temas de un pasado que se quería dejar atrás, como Marta Sánchez poniendo voz al “No controles” de Vicky Larraz treinta años después. O es el gozo de planear sobre nacionalismos escuchando el tema que representó a España en Eurovision allá por 1969, cantado por la propia Salomé en euskera: “Kantari bizi naiz”. Igual de irresistible.

Las canciones no entienden de fronteras, solo quieren seguir adelante, cambiar, evolucionar, llevar su carga genética musical tan lejos como puedan sufriendo las mutaciones que sean necesarias. Van de boca en boca, de copia en copia, dejando atrás el germen que las hizo nacer, porque siempre serán originales para quien las escuche por primera vez.

 

COPIA CERTIFICADA: Película de Abbas Kiarostami con Juliette Binoche.