Centrarme en un solo nombre no sería justo. Fácilmente vienen a mi cabeza algunos de ellos. ¿Dónde comen? ¿Dónde duermen? ¿Dónde estarán en este momento? Me asustaría saberlo. Das un golpe en la mesa y el ruido se vuelve silencio. Es el poder,  aunque sea en el ámbito de un aula. Pequeños autómatas programados que se rigen por los sonidos. Cuidado con lo que les cuentas, ellos siempre te escuchan. Mis palabras pueden cambiar toda una vida. Mis acciones también. La autoridad de mi posición frente a ellos me otorga ese placer. Es fácil. Las técnicas, herramientas, estrategias las aprendo. Son de manual. Las aplico o las suprimo en función de los resultados obtenidos. Tres palabras del vocabulario docente que vienen a significar lo mismo. Quedarse ahí, en el cielo, donde a todos nos gusta vanagloriarnos de lo bien que lo hacemos. Técnicas digitales aplicadas al aula. Bilingüismo. Y no olvidemos la última palabra de moda: portfolio. Que sería de ti si no la conocieras.

Esta tarde, después de cuatro insistentes llamadas,  llega Ana. No necesita disculparse por su uniforme del asadero de pollos del barrio, pero lo hace. Viene acompañada por su hijo. Cariñoso se acerca, me abraza y me da un beso. Un gesto arisco se asoma a la cara de su madre y con torpe disimulo su mirada le reprime el afecto que me ha mostrado. Eso nunca se lo hace a ella, me cuenta. La escucho y suprimo medio guion de la charla que tengo preparada. Algunas cuestiones han quedado ya contestadas.

Le comento que insulta, pega y le quita el material a los compañeros, pero es bastante inteligente. Ella responde que pensaba que era tonto y a mí no me queda más remedio que eliminar otra parte del guion.

— ¿Su relación con el padre?— pregunto sin preámbulos.

— Alguna vez le da  un pequeño empujón.  No hay  insultos en la casa, solo le dice tonto. Cuando nos envías una nota por su mal comportamiento se preocupa y le encierra en su habitación. Si se pone nervioso siempre le calma con una ducha de agua fría. Es un buen hombre. Hoy no ha podido acompañarme porque está bajo arresto domiciliario.

Rompo el guion. He comprado galletas. Las guardo en un mueble del aula. Para esos días en los que la mamá se ha vuelto a quedar dormida. Su ropa huele a limpio y sus zapatillas son de marca.  Los eccemas alrededor de su boca y sus encías inflamadas me incomodan. Le gusta jugar con su perro. Le hace cosquillas con la lengua.

Algunos lo llaman un chico complicado. Siempre con las etiquetas. Lo demás llega solo. Le podemos llenar el cuerpo con pegatinas con sus conductas escritas en mayúsculas y enfrentarlo al espejo. Me rebelo y contesto un no rotundo a mi compañero.

Es mi niño. Igual que los miles de niños de años atrás. Pero yo no puedo hacer más que enseñarles a soñar, a pensar. A mirar hacia donde tienen que mirar.  Me conformo con haber hecho más feliz su existencia durante ese año. Me gustaría que algún día se acuerde de su maestra y no del método ni de la técnica que aplicó. Todos ellos se quedan en un trocito de mi corazón.  Hay lugar para todos. Ninguno se queda fuera de la clase.