“Guionistas son los que escriben ficción. Los demás sólo organizan la información.”

(Directora de producción de una empresa audiovisual que trabaja para televisión)

 

Las tareas que otros hacen, contempladas desde fuera, invitan al rápido juicio descalificador. Los vigilantes nocturnos se pasan horas viendo la tele hasta que les toca abrir la puerta a un coche que llega de madrugada, los empleados de banca actualizan libretas y pagan cheques, por no hablar de los guardas forestales que se pasean por el monte disfrutando del sol y los camareros que sirven cafés mientras charlan animadamente con los clientes. Los trabajos ajenos parecen menos meritorios que el propio a menos que sea necesario un esfuerzo físico o una inteligencia superior a la media. Mineros y científicos suelen salvarse de la quema.

A la hora de imaginar un trabajo cómodo, pocos lo parecen más que aquellos que consisten en quemar horas sentado delante de un ordenador. Y eso es lo que hace un guionista de televisión. Organizar información en un documento de texto. Dejando a un lado la humillante intención con la que iban cargadas esas palabras que un día me dedicaron, contienen mucha verdad. El guionista de programas de no ficción se dedica a elaborar la lista de la compra que deben realizar sus compañeros, pero ¿acaso es posible disfrutar de un buen menú sin una impecable relación de ingredientes? Saber redactar una buena lista de la compra es tan importante como disponer de un gran cocinero.

En el fondo, un guión no es más que un recordatorio, una anotación de lo que se debe hacer. Cuando sólo debes comprar una docena de huevos, es más que posible que no necesites apuntártelo en un papel. Si tienes que entrevistar al propietario de un comercio que ha sido asaltado, seguro que tienes recursos suficientes para hacer cuatro preguntas y salvar la situación. El guión, en este caso, es una palabra anotada a bolígrafo en la palma de la mano para recordar el nombre del protagonista de la noticia. La curiosidad y el sentido común es el guionista interior que se encarga de sacar adelante el trabajo.

Las cosas se complican cuando la nevera está casi vacía y te propones deleitar a tus invitados con una cena a base de ensalada templada con queso de cabra y lubina al horno. La lista empieza a crecer. Puedes arriesgarte a confiar en tu memoria y marcar mentalmente cada uno de los ingredientes que vas metiendo en el carro. La sorpresa puede ser una innovadora ensalada sin aliño o unas copas sedientas de vino. El guión nace cuando no se puede confiar en la memoria. La lista mental se hace papel para garantizar el éxito del programa que tienes entre manos. Te recuerda cómo debes enfocar el reportaje, cuáles son los elementos clave que se deben mostrar, qué información conviene que sepas para hacer las preguntas adecuadas, la línea de entrevista que te llevará al fondo que estás buscando y el cierre de la situación que dejará satisfecho al espectador. Y eso no es más que el principio.

El buen cocinero no necesita leer una receta. La realidad no necesita un guión. Todo gran cocinero lee, investiga y experimenta antes de presentar un nuevo plato, quien no lo hace simplemente ofrece el mismo menú una y otra vez. La realidad sucede sin límites de tiempo y espacio, ocurren cosas en todo momento y en todas partes, para poder contarla hay que seleccionar, hay que elegir la parte de esa realidad que se quiere mostrar. Esa disección de la parte del cerdo que vamos a regar con salsa de hongos viene definida en el guión. Ese documento que se va rellenando desde un teclado lleva indicaciones explícitas del lugar, la hora, los protagonistas y los sucesos que van a relatarse en el programa que se está preparando. Saca los ingredientes de los armarios y los coloca sobre la encimera. El guión altera la realidad en la medida que elige con qué parte quiere quedarse. Quien quiera saber más puede abrir la puerta de casa y salir en busca de lo que no le han contado.

Cuando no recuerdas cuánto tiempo deben hervir las lentejas en la olla, llamas a tu madre para asegurarte. Podrías haberte ahorrado una llamada cargada de consejos y recriminaciones si el guionista que llevas dentro hubiera tomado nota en una de esas libretas que guardas en el cajón de la cocina. Ahí te das cuenta que la lista de la compra se vuelve imprescindible cuando lleva la receta redactada al otro lado. A partir de ahora el guión tiene una misión muy clara: responder a todo aquel que pregunte “¿Y ahora qué hago?”. Cuando se dirige una gran cocina que sirve menús de boda no hay tiempo de decir a cada uno de los empleados qué debe hacer ni cómo tiene que coordinarse con sus compañeros. El guión es la hoja de ruta que todos deben seguir para que los comensales salgan satisfechos a la pista de baile con una gran sonrisa en la boca.

“El papel lo aguanta todo”

Doscientos cincuenta crepes rellenos de jamón y queso con salsa de marisco. Una misión que parece imposible pero ahí está escrita, en el maldito guión. Un tipo que está cómodamente sentado ha decidido que el ayudante de cocina puede hacerlo. Qué fácil es escribir y pedir cuando es otro quien debe ejecutar lo redactado. Es el momento de presentar una queja formal a quien se está alejando de la realidad. El guionista no sólo organiza la información, también la moldea a su gusto, compone una nueva receta para intentar sorprender a sus clientes. Utiliza la imaginación para ir más allá de lo que es evidente e incluso fantasea con lo que podría llegar a hacerse si se dieran las mejores condiciones. Loco es el que pide una jirafa que baile, creativo el que propone que sus protagonistas se disfracen de jirafa para hacer una coreografía sorpresa.

“El papel lo aguanta todo” es la crítica que lanzan los cocineros a su exigente jefe acusándole de irracional. Y en efecto, el gran atractivo del papel es que permite idear, crear sin las limitaciones de la realidad. Tan torpe es el guionista que desconoce cuáles son los medios de los que dispone el equipo, como obtusos los compañeros que toman al pie de la letra todo aquello que está escrito. Ni siquiera la Biblia debe seguirse al pie de la letra. Es el propio lector quien debe utilizar el manual que le han entregado para llevar a cabo su misión, pero sin que pesen más esas cadenas que el sentido común. El guión es el apuntador a pie de escenario, no el dictador que castiga cada palabra incorrecta con una descarga eléctrica. El cocinero no es un simple ejecutor, es un profesional que debe conseguir el objetivo marcado adaptándose a las condiciones que se encuentra en el terreno.

¿Qué ocurre si vas a por lubina y no queda en la pescadería? Los imprevistos son el invitado que se cuela en toda fiesta de postín. Para que los guiones fueran más flexibles se podrían imprimir en planchas de goma. Mientras esperamos que la tecnología facilite el absurdo, el guionista cabal preverá los vaivenes del mercado y propondrá alimentos alternativos a la receta principal. Dejará claro qué ingredientes son imprescindibles y cuáles pueden sufrir modificaciones sin que el menú final se resienta. La lista de la compra no dejará a nadie tirado en la mitad del pasillo de las conservas.

Muchas compras pueden hacerse sin llevar una lista. Platos exquisitos se cocinan sin leer una receta. Y comensales del mundo entero eruptan de satisfacción tras disfrutar de una comida improvisada. Pero cuando tienes poco tiempo y menos dinero, compites con cincuenta locales en tu misma calle, tienes que dar de comer a cientos y conseguir que vuelvan, debes saber qué estás haciendo y cuál es la mejor manera de llevar tu negocio a buen puerto. Coordinar a tu equipo y servir un menú impecable sólo es posible con una completa guía, un guión que ordena la información, la cocina y la sirve para ser degustada por todos los espectadores.

Detrás de todo buen trabajo hay un gran trabajador.