Hay dos personas, al menos, a las que el nuevo año les ha sentado fatal. Me refiero, es evidente, a David Bowie y a Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia. Al primero se le conocía, entre otros muchos apodos, como el Duque Blanco, y se ha topado con el no pequeño inconveniente de la muerte. A la segunda, que está siendo sometida a juicio para determinar su participación en la estafa pergeñada por su marido, el autodenominado Duque Empalmado, se le llama, entre otros tantos motes, la Infanta Lista. ¿O era la Menos Tonta? No lo recuerdo, aunque vistas y oídas las alegaciones a favor de su exclusión del proceso vertidas al inicio del juicio tanto por su abogado defensor como por, ¡cosas veredes!, el Ministerio Fiscal (a.k.a. acusación pública) y la abogada del Estado (alias defensora del interés público), puede que el sobrenombre que más le convenga sea el de Pobre Cristina. O, si me apuran, Pobrísima Cristina, o incluso Paupérrima Cristina, si además de apurarme se me ponen exquisitos. Porque morirse es, desde luego, un problema; pero lo de esta pobre muchacha, legítima princesa del pueblo, es un atropello injustificable, un trato deleznable, una, en definitiva, abominable discriminación por razón, no del sexo, de la raza, o de la religión, sino de lo azulado de la sangre que corre por sus venas. Sin duda, una discriminación real. No existe otra explicación para mantenerla en el banquillo de los acusados, a decir de quienes la defienden en la Sala, que son legión. Técnicamente, sustentan este argumento bajo la conocida como doctrina Botín, cuyo nombre es deudor, como gran parte de los ciudadanos de este país, de otro ínclito prócer patrio, igualmente vilipendiado y maltratado. No les aburriré con explicaciones acerca de lo que esta doctrina supone e incluso les supongo informados al respecto, y, además, encuentro inútil desperdiciar palabras en algo de lo que ni usted ni quien escribe, nunca, jamás, de ningún modo, se beneficiarán directamente. Es lo que tienen las doctrinas con nombre y apellido: solo se aplican a los procesados pata negra. Y sin embargo, siendo como es la Infanta Cristina el Joselito de los enjuiciados, se le niega aquello a lo que tienen derecho los de su ralea: el trato privilegiado que merecen los que no son iguales que usted o yo. Precisamente el trato privilegiado que se esconde detrás de truquitos procesales como la doctrina Botín. ¿No es para preferir la muerte?

Pero no sufras, Pobre Cristina. Lo de Bowie no tiene remedio, pero tú, ¿o quizá Tú?, sigues viva y aunque el juicio continúe, incluso aunque al final se dicte una sentencia condenatoria, tienes poco de lo que preocuparte. ¿O acaso no sabes que aunque te nieguen todos tus privilegios procesales, jamás podrán impedir que hagas uso de tu derecho a la última palabra? Será entonces cuando podrás ejercer la mejor de tus prerrogativas, la auténticamente inalienable, la que es capaz de mover los secretos resortes que transforman en infinita la capacidad de olvido y de perdón de tu pueblo para convertir este trance en el que te hallas en un lejano recuerdo. ¿Sabes a lo que me refiero, verdad? Las has escuchado antes, no hace tanto tiempo. Diez palabras de oro, una frase mágica e infalible que hará que todo parezca tan solo un mal sueño: “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Si le funcionó a tu Papá, ¿por qué no a Ti?