de Ignacio López Soriano
Cuando supo que sus días estaban contados, el abuelo Anselmo me regaló una gran hucha de barro cocido y me dijo:
−Este tesoro es para ti. Guárdalo en sitio seguro y prométeme que solo lo usarás cuando no puedas vivir sin él. Antes de romper la alcancía debes haber agotado todas las demás posibilidades.
Así juré hacerlo. Por eso, cuando compré la Vespa, esperé a tener ahorrado el puñado de pesetas que necesitaba. Lo mismo ocurrió cuando quise llevar a la familia a lomos de un “dos caballos”. Para el piso tuve que recurrir a una hipoteca con leoninos intereses que obligó a trabajar incontables horas robadas al sueño, a hacer números durante largos años. El tesoro vino muchas veces a la cabeza, pero consiguió salvarse.
Ahora, cuando tengo la edad del abuelo Anselmo y pensaba recorrer seguro el camino que me queda, unos personajes trajeados con sueldos indecentes dicen que he vivido por encima de mis posibilidades y condenan a mis hijos y a mis nietos a una existencia que ya creía olvidada. Ahora, cuando mi pensión resulta absolutamente insuficiente para levantar el peso de una familia que se ahoga en el paro, he acudido a la vieja alcancía. Entre sus trozos de barro solo han aparecido antiguas chapas de cerveza, rancias chapas que colgaron de un salchichón… El abuelo, confiando en mí, solo me dejó el tesoro de una ilusión. Él tampoco imaginaba que, muchos años después, algunos vendrían a hacer añicos hasta las más pequeñas ilusiones.
Muy actual y además nos anima a confiar y poder salir adelante sin necesidad de abrir la alcancía en cuando la vida se complica. Gracias
¡Qué buenos recuerdos me trae la palabra alcancía!
Hacía mucho tiempo que no la escuchaba y para mi el relato ha sido inspirador y aparte de sacarme una sonrisa me ha recordado mi infancia.
Gracias Ignacio por este trocito de esperanza e ilusión!
Precioso texo con grandes moralejas y una historia real, cercana y con una profundidad que por desgracia se convierte en actual.
Ojalá tuviéramos todos esa «alcancía» que nos tienta el destino a abrir pero que la ilusión nos hace mantenerla intacta junto a nosotros.
Mi padre siempre me ha dicho que su padre, mi abuelo le decía:
Mi gran logro sería que lo que mi padre me dio llegara a ti tal cual.
A lo que mi padre añade:
A mi me gustaría hacer lo mismo que mi padre.
Y yo me pregunto:
¿Podré hacer yo lo mismos con mis hijos?
Besitos, maestro de maestros
Realidad, pura realidad, pero expresada con dominio literario, hace que fluya la esperanza…
Gracias, maestro.
En pocas palabras se resume con gran maestría la realidad del ciclo de la vida que atravesamos generación tras generación y que parecemos olvidar.
La ilusión es lo que nos queda ya a los pobres. Pero los trajeaos si pudieran también nos la quitaría. Felicidades por tu trabajo Ignacio.
Enhorabuena Ignacio, conciso, preciso, intenso, real y actual, aunque nada nuevo en la plaza. Ya sabes que desde hace un año, algunos con nombres y siglas nos han quitado, no solo la ilusión, como bien describes, sino también la esperanza. Felcidades!!
PERO… por otra parte, hasta el final no he perdido la esperanza de que el bribón del abuelo Anselmo, entre tanta chapa de cerceza y marchamo de salchichón hubiese hábilmente escamoteado alguna moneda de oro de las que no entregó a los triunfadores del golpe de estado del 36 cuando pasaban por las casas recogiendo cualquier cosa de valor (oro y plata) para hacer realidad, el lema de: Una, Grande y por supuesto falsa Libre.
Así que, espero, y no muy tarde, que nos digas con la elegancia de siempre, que ocurrieron con esas preciadas monedas. Gracias y un abrazo fuerte. José María