Distinguida Señora Cospedal:
Es la primera vez que escribo a una señora. En mi pueblo, cuando se le decía a una mujer “señora”, la gente se reía. Para merecer ese título había que serlo de verdad. Había que tener dinero, como usted; saber vestir para cada ocasión -con mantilla para visitar al Papa-, como usted; tener gente a la que mandar, como usted; ser caritativa, es decir, dar de lo que a uno le sobra, como usted, que trabaja sin descanso por los demás en el partido de los trabajadores.
Usted que quita el dinero a los ricos, para dárselo a los pobres, a los desahuciados, usted tiene clase, no como Celia. Usted no es vulgar hablando. Controla. Lo que más admiro de usted es la frialdad cuando habla. La envidio. Yo me descontrolo rápidamente, la rabia me puede, muerde mis bajos fondos, me delata y acabo diciendo lo que pienso. A veces, hay quienes me replican «me ofendes» y yo intento controlar para pedirles perdón, pero no lo consigo. La admiro, señora, la admiro. ¿Dónde se aprende a ser así?
¡Guapa! Y más lista…