Querido Rafael:
Mi nostalgia se deberá a una antigualla, pero aquellas felicitaciones por navidad (tarjetas a todo color con dibujos o fotos o reproducciones de cuadros y paisajes; el sobre a juego; el sello con un ave o un barco o una bandera) requerían la imaginación de quienes las enviaban; era una elección que, en cierto modo, representaba a cada uno de los remitentes. Ahora las felicitaciones son previsibles, peor redactadas y se hacen a través del correo electrónico; de mensajes por el móvil, pretendidamente originales y graciosos, que están multiplicados por cientos de miles en todo el país.
Los únicos christmas que todavía recibimos, en papel satinado y grueso y con su sobre, son el de la empresa que nos hizo una obra en la cocina, el de la compañía de la luz Iberdrola, el de seguros Santa Lucía o el de la zapatería Arreglos La Veloz, que es donde nos ponen las medias suelas.
Colocadas todas las felicitaciones sobre la cómoda del salón, abiertas y ordenadas por tamaños, el mueble parece un expositor de marcas que te desean cosas tan imprecisas como «lo más venturoso para el 2013». Tarjetones rubricados por los dueños o presidentes, cuyas firmas resultan ilegibles en la mayoría de los casos.
Te comento esto, querido Rafael, porque entre las recibidas me ha conmovido una felicitación bermellona del banco Santander, amablemente dedicada por don Emilio Botín. ¿Sabía él que el próximo jueves 17 debo acercarme a la sucursal del barrio para entregar las llaves de la casa que ya no puedo pagar? ¿Es un rasgo de humanidad, espontáneo o madurado, que trata de paliar mi angustia por estar obligado a seguir amortizando las mensualidades de la hipoteca generosamente concedida cuando yo estaba en paro? ¿Cabe la posibilidad de que me mandara la tarjeta de felicitación para reutilizarla como un salvoconducto en la sucursal y su director me admita la dación en pago que, si bien me dejaría igualmente en la calle, permitiese que mi inminente viaje a Düsseldorf fuera más sosegado y esperanzador?
En Düsseldorf me han ofrecido un puesto de camarero en el prestigioso Heinemann Konditorei. Sé que el trabajo nada tiene que ver con mi condición de topógrafo, pero aquí, ya sabes, hay poco que medir. Me pagarán 800, y me ceden un piso compartido con otros cuatro ilusionados compatriotas. Fraternizaré enseguida; conoces mi carácter.
Cuando lleguen las próximas navidades te alegraré con buenas noticias sobre mí. No esperes que te envíe un destartalado correo electrónico, tampoco un mensaje raquítico por el móvil. Te mandaré una felicitación como las de antes: papel grueso, motivos en relieve, sobre forrado, y buscaré un sello donde puedas ver el Rin.
Un abrazo
Me ha conmovido este texto tan plácido sobre un asunto tan terrible.
Pues yo voy a leer ya la segunda parte, que promete.
Qué bien se lee el género epistolar para estas narraciones. Saludos.