Felicitación (II)

Düsseldorf, 24 de enero de 2013

Querido Rafael:

En Düsseldorf las cosas transcurren mejor de lo que imaginaba. No considero la hora y media que tardo en llegar al trabajo como una molestia insufrible; nunca sobrepaso ese tiempo (los autobuses son sorprendentemente puntuales). Tampoco es incómoda la vuelta a casa; dura lo mismo, pero con la ilusión por ordenar mi cuarto, escribir a mi madre, a nuestro amigo Elías, a ti, a Carolina, y si el cansancio me desvela, veo un rato Big Brother en la pequeña tele que cuelga de la pared en el saloncito compartido. Hay un canal español pero, al elegir, ganan siempre por mayoría mis compañeros de piso; los cuatro son griegos.
Ayer, mi jefe, el señor Egbert Fothen, me sorprendió hasta emocionarme. Por la tarde, antes de que comenzaran las cenas para los clientes del hotel, nos citó a los trabajadores en el comedor. Aunque cabíamos todos, prefirió dividirnos en dos grupos. Primero entró el de los alemanes. Entre silencio y silencio oíamos risas. Sin duda, lo que el señor Fothen les comunicaba debía ser agradable. Después nos llamaron a los demás: algunos albaneses, varios turcos, tres portugueses y yo. Al entrar se dirigió a mí sonriendo y, dándome unos golpecitos en la espalda, me dijo: “Spanien mucho korruption, ¿ja?”. La verdad es que sentirte reconocido, sobre todo cuando estás en un país extranjero, te alivia la soledad.
Abarcado por la pesadumbre, el señor Egbert Fothen nos enumeró las dificultades de la empresa (menor afluencia de clientes, obras necesarias para modernizar la recepción y los ascensores, promoción publicitaria del hotel en la zona asiática…).  El caso es que era preciso –asegurándonos previamente que de momento no nos bajaría el sueldo– racionalizar algunos gastos. En adelante, los albaneses, turcos, portugueses y yo, deberíamos pagar una pequeña cuota a la lavandería y sección de plancha por mantener pulcros nuestros uniformes de trabajo, los desayunos del amanecer ya no serían gratuitos y debíamos emplear al menos una hora diaria, en nuestros domicilios, para redactar un informe semanal sobre las posibles mejoras que cada uno desde su puesto sugiera a la dirección.
El señor Fothen, visiblemente enternecido, nos reveló que todos, empresa y trabajadores, formábamos una gran familia (eso dijo, “una gran familia”) y que más adelante, cuando todo fuese mejor, obtendríamos nuestra recompensa. Querido Rafael, si un desconocido me incluye en su familia, así, por tan poco a cambio, comprenderás que me sienta agasajado.
Sin embargo, no todo son buenas noticias. Le relaté lo mismo, con palabras parecidas, a nuestro común amigo Elías. No me contestó con otra carta, como yo esperaba, sino con un sucinto telegrama donde me insulta: “Eres un panoli y un ingenuo. Despierta de una puta vez, huevón”. Desde que se unió a los del 15M, Elías está hecho un radical, pero disculpo su enfado campechano. Por favor, tú que argumentas con tanta persuasión, trata de que recupere la cordura.

Un abrazo

Un comentario en «Felicitación (II)»

  1. ¿Continuará? Lo pregunto porque me tienen ganadas estas cartas. Qué bien se lee lo más terrorífico pero con humor. Gracias.

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