Noticias del frente, de Guillermo Busutil, es un libro de relatos con vocación periodística y, a la vez, una colección de artículos literarios en los que la parte de ficción nos acerca más a la vida en combate, a las victorias y derrotas de la crisis y al heroísmo de las personas que luchan día a día por mantenerse en pie.
¿De dónde surgió la necesidad de radiografiar la crisis?
Fui consciente de que estábamos metidos en una guerra macroeconómica que nos estaba llevando a un momento de orfandad. Nunca me había sentido tan amenazado por la realidad como a partir de 2013, donde estaba viendo que los valores en los que nos habían educado, en los que creía, por los que luchaba y sigo luchando, se desmoronaban. Se estaba desprestigiando la filosofía, la dignidad, el trabajo, y tuve la idea de presentar batalla, y como formar un ejército es tan complicado y yo no tengo un espíritu gregario, ni de llamar a filas a gente que me siga, empecé a darle vueltas a la idea de hacer un libro de francotirador, de hacer batalla con lo que yo sabía utilizar mejor, las palabras.
Un francotirador tiene una trinchera, ¿cuál es la tuya?
Un francotirador tiene una atalaya, que es mejor. En este caso, son las páginas del periódico que te permite tener un campo de visión mucho mayor porque quería contar historias humanas que además tuviesen la pátina del periodismo; que tuviesen rigor, documentación, veracidad, y para eso necesitas estar en la atalaya de un periódico. Y también eres un francotirador porque tienes una columna, los francotiradores tiran desde lo alto, desde un campanario por ejemplo, de forma que, si lo visualizamos así, es como una columna.
Aunque también está la trinchera, porque bajaba al barro, y me metía en la calle y en terreno enemigo, iba a ruedas de prensa, a desahucios, así que salía de la trinchera a pisar el campo de minas.
¿Cómo hemos sido tan torpes? Había voces de advertencia.
Es algo cíclico, nos ha ocurrido siempre. Este año, por ejemplo, el Premio Nadal lo ha ganado una novela, Cabaret Biarritz, que es una obra que se desarrolla en los locos años 20, un período de champán entre el drama de la Primera Guerra Mundial y el de la Segunda Guerra Mundial. Si estudiamos los años 20, uno dice: es lógico que la gente manifestase ese desenfreno, esa pasión por la vida y la libertad, porque venían del drama de un millón de muertos de la Primera Guerra Mundial, pero es que en los años 20 se estaba gestando el fascismo con mucha fuerza y la gente se reía de los chistes que hacían en los cabarets sobre las agresiones que había por las noches en las calles alemanas. Quiero decir con esto que la crisis la estábamos viendo venir. En mi anterior libro, Vidas prometidas (2011), publico historias que hablan de una crisis que empezaba a pegar zarpazos y no eran ruidos que venían de la jungla, ya le veíamos la cara. Y no hicimos nada por varias razones, una porque el ser humano es cobarde por antonomasia, ante el miedo prefiere reaccionar como un niño pequeño. Hay tres maneras diferentes de hacerlo. Una, se tapan con la sábana y rezan a sus dioses o a sus superhéroes. Dos, desde la trastienda tiembla pero intenta escrutar con los ojos abiertos esa oscuridad que le provoca miedo. Y la tercera reacción es la de los que se levantan a punto de orinarse encima, pero caminan hacia aquello que les produce terror para enfrentarse o desvelarlo. El ser humano, en general, es el cobarde que se esconde debajo de las sábanas, también porque nos han educado política y económicamente desde los años 90 en una especie de burbuja, que aunque sepamos que puede estallar algún día, preferimos creer que tampoco va a ser mañana, así que a seguir viviendo y consumiendo. Estás viendo la crisis, pero prefieres ignorarla, huir adelante y correr hacia su epicentro.
Recuerda a la secuencia animada del coyote que sigue corriendo en el vacío hasta que se da cuenta.
Exacto, igual, por eso no hemos reaccionado. Y luego, como ocurre en todas las guerras, que es la poética que trenza el corazón del libro, está la propaganda oficial en tiempo de guerra, la propaganda hacia la calle. Si nos vamos a los libros de historia, tanto en la Primera Guerra Mundial como en la Segunda Guerra Mundial con el auge de los fascismos, vemos que venden la moto de una realidad totalmente diferente. Todavía nos están diciendo que hemos salido de la crisis, manejan una serie de cifras que, si nos vamos a los datos económicos reales no estamos tan mal como en el 2013, pero tampoco estamos saliendo de la crisis.
Tu columna se ha mantenido combativa, como si quisieras hacer una crónica de todo este proceso. Algo similar a lo que ha hecho El roto con sus ilustraciones.
Hablé con él de eso cuando vino a Málaga a la exposición del CAC. Uno muchas veces es consciente de que lo que está haciendo tiene un peso. Yo tenía la secuencia de lo que quería hacer, del discurso. Sólo me faltaban los temas concretos, que me los daba el día a día, y la predisposición y el discurso los tenía muy claros: reflejar el drama y la mentira y la hipocresía en torno a la crisis. Desde el primer momento quise hacer el experimento de escribir un libro domingo a domingo, sin decírselo a nadie. Nadie sabía que yo estaba pensando en un libro, y además evaluando al futuro lector para ver cómo vibraba con lo que yo estaba contando.
Es decir, además de tu compromiso semanal con el periódico, ¿habías premeditado elaborar un libro con ese mismo material?
Sí, iba alternando política, economía, sociedad, cultura, porque ya había pensado también que iba a tener estructura de periódico. Y se produjo una anécdota muy divertida, porque un día el director me dijo: oye, me gustan mucho tus columnas últimamente, te veo muy combativo, tienen un hilo común, ¿tú estás tramando algo? Y le respondí: estoy tramando un libro. Y me dio más espacio para la columna. Luego pensé en que tenían que tener una poética. Me acordé de un libro de mi adolescencia que me marcó muchísimo, Despachos de guerra, de Michael Herr, uno de los grandes escritores del periodismo norteamericano, que hablaba de la guerra del Vietnam. A lo mejor no se han leído ese libro, pero mucha gente ha visto Apocalipsis now, o La chaqueta metálica, que son guiones en los que participó Michael Herr, uno de los últimos grandes corresponsales de guerra, que fue además maestro de Manu Leguineche. Yo leía los despachos de guerra de Herr como si fueran relatos de hazañas bélicas, de hecho yo pasé de las Hazañas bélicas del tebeo a los Despachos de guerra de Michael Herr. Con esa poética quise narrar la crisis desde una posición activa, y quise rendirle homenaje a ese punto de partida, por eso elegí el título de Noticias del frente.
Sin embargo, hay una diferencia entre dosificar los artículos semanalmente y encontrártelos reunidos en el libro, ¿qué ocurrió al unirlos?
Esto también lo tenía claro desde el principio, porque siempre le busco a la realidad un pasillo que conduzca a la ficción, igual que a la ficción le busco otro pasillo que conduzca a lo real. Todos tienen una ambición literaria, tanto en el lenguaje como en la composición de la historia, en los personajes que introducía, para que al unificar todas las piezas fuese un libro de relatos sobre la actualidad. Yo quería esa ambivalencia, que fuesen columnas de batalla y, al mismo tiempo, relatos de acción. Existe esa especie de espoleta invisible, interior, que es el lenguaje y que una vez que unes todas esas piezas te das cuenta de que no es un libro de columnas periodísticas, sino que es un libro de historias basadas en la realidad, con datos rigurosos, con una pátina periodística, pero son relatos, es literatura.
¿Cómo recibieron el libro tus dos gremios?
Al principio los dos sectores se quedaron un poco perplejos. En España somos muy de etiquetas. A mí me han preguntado muchas veces: usted qué se siente más, periodista o escritor. Uno, sea periodista o escritor, siempre es escritor, porque también escribes en un periódico. Mi ambición siempre ha sido vivir de la literatura. Como era muy consciente de que de la literatura no se vive, pues me dije que lo mejor que podía hacer era buscarme un afluente que me permitiese vivir de escribir. Así que por un lado, el gremio de los periodistas se encuentra con un libro supuestamente de columnas, pero que también es de relatos, y los escritores se encuentran con un libro que es de relatos, pero con datos precisos y acontecimientos reales y, por tanto, que tiene una pátina periodística. Pensé que era un libro que iba a funcionar, que iba a animar a tirar de la anilla, y más con la portada de Óscar Sanmartín, que es maravillosa, y en la que además aparece Wert, que es el ministro de todos los males del mundo de la cultura. Pero en general todos se quedaron algo fríos, cogían el libro y como que no terminaban de arrancar. Más tarde, arrancó casi paralelamente por el mundo literario y por el mundo periodístico, y ha ido en progresión, como la respiración de los viejos trenes de vapor, y está teniendo un recorrido muy vivo y potente. Es un libro muy crítico con la izquierda y con la derecha, los políticos que lo han leído me han criticado tanto desde una ideología como desde la otra.
En el libro respetas los nombres de los personajes reales pero trastocas los apellidos. Hay un Fernando R. Petain y una Pepa Borodín, o tú mismo, Guillermo Somne, como la batalla.
Eso ya estaba en Vidas prometidas, porque todos los personajes tenían un apellido literario. Me gusta hacer ese tipo de juegos. En un libro sobre la guerra, que está escribiendo un corresponsal en la batalla y donde hay unos héroes, porque en la crisis hay héroes. Así que debían tener un nombre y un apellido, e hice ese juego de que tuviesen apellidos de célebres batallas y de importantes generales victoriosos. El entorno está presente, porque a mí me gusta, por un lado, rendirle homenajes a mis amigos y, por otro lado, muchas veces los veo como personajes literarios. Felipe R. Petain se levanta temprano a correr y lo primero que hace es hacer una foto de la mañana, y me gusta. El problema es que mis amigos ya no me quieren contar ninguna historia, porque luego ven que la trato en mis libros. Porque un escritor es un vampiro, o un ladrón de guante blanco.
¿Siempre blanco?
Si tú le robas la historia a un amigo tienes que enmascararla para que no lo retrate. Incluso cuando se va a hacer algo (sobre lo que acaba de salir un ensayo muy divertido en Anagrama, de Vargas Llosa) que se llama la literatura como venganza, y quieres ajustar cuentas en un relato o una columna, también hay que hacerlo con guante blanco.
Con el entorno sí lo haces, pero no emboscas el nombre de Cortázar o el de Shakespeare.
Los maestros son inevitables.
Tampoco lo haces con Marta Sanz o Isaac Rosa.
El libro tiene esa constante dualidad entre periodismo y literatura. Aparecen referencias reales, porque están escritas desde la perspectiva del periodismo, y otras están emboscadas, o maquilladas, porque están creadas desde la magia de la literatura. Cuando hablo de La habitación oscura, la novela de Isaac, o del ensayo de Marta, los nombro tal cual son porque son dos libros muy importantes, y así quien lea mi libro encontrará esas referencias.
En el libro también aparece emboscado Garriga Vela, en venta en un escaparate.
Este año me ha tocado a mí estar en uno.
Y qué tal la sensación.
Una señora muy divertida preguntó que, si me compraba, qué hacía si me llevaba a su casa.
¿Es una metáfora de la cultura en venta y de que todo se convierte en producto comercial?
Totalmente, y al final, tal y como va el mundo, con la crisis de los libros, dentro de nada no nos pagarán anticipos a los escritores, nos tendremos que poner realmente en un escaparate y una señora, un caballero o un joven nos comprará por horas. Yo le dije, señora, usted me puede invitar y yo le leo y le cuento historias. Y nada más, para evitar imaginaciones. Pero sí, es una crítica divertida al deterioro de la cultura.
Volvamos a esa idea de introducir la ficción en el periodismo.
El periodismo, generalmente, cuenta historias humanas, de la vida real, cotidiana, pero a veces no sabe encontrar el relato. Como escritor, me gusta encontrar el relato, me meto dentro de la historia. Por ejemplo, en la del peregrino en el paro, que fue andando desde Ronda a Madrid a entregar una carta para pedir empleo, hice una labor de documentación periodística, conseguí el móvil y lo llamé a lo largo de su camino. Le expliqué que iba a escribir una columna sobre su drama, y al final se generó una historia de interés humano, porque él me decía: me hace más ilusión que me llame usted a que me llame mi mujer. Ella me llama porque es mi mujer, y la pobre está preocupada, pero usted, que no lo conozco de nada, y me da ánimos y charla conmigo, me ayuda a seguir en esta pequeña batalla. Y lo literario, porque a ti te permite crear, componer un personaje con este señor real. Se me dan bien los trabajos de campo. Y los procesos de depuración y de asimilación del lenguaje para pulirlo. Se nota mucho cuando coges datos de la Wikipedia, los metes en tu relato y no los has hecho tuyos. Se nota el famoso corta y pega. Me gusta que los críticos digan que Busutil habla de champán porque sabe de champán, o que habla de costura y es un magnífico modisto.
Por lo tanto, hay un hiperrealismo, una manera de resaltar algunos aspectos para que la realidad se vea más claramente.
A la realidad hay que buscarle por un lado la historia humana y, por otro, el detalle, la anécdota, la pincelada. Eso se ve muy bien en un relato que se llama Despertadores. Hay un largo recorrido donde la voz narrativa va hablando de que escucha cada mañana los despertadores y que cada vez son menos, y al final es para hablar del paro. Como voy temprano al gimnasio, iba poniendo oído a buscar diferencias. A lo largo de tres meses bajó bastante el impacto de los despertadores. Ese sería el hiperrealismo.
Respecto a la utilización de datos reales, en algún artículo eso se aprecia mucho, por ejemplo en La vida en Matrix. Es un artículo con una enorme cantidad de datos, muy ariscos, el paro, la inserción laboral, la renta per cápita, el salario medio, ¿cómo sostener eso para no aburrir al lector?
Es un contragolpe a la política gubernamental. Las cifras son literatura, ficción. Cuando yo era analista político e iba a las ruedas de prensa del Ayuntamiento y de la Diputación, las que más me gustaban eran las de los presupuestos. Me encantaba luego desarmar todo eso desde la perspectiva económica y política para los análisis en el programa de radio (que se llamaba La puntilla). Años después resulta que la vida me conduce al lado oscuro (en periodismo es muy importante pasar en el lado oscuro una temporada) y me convierto en director de comunicación de la Diputación de Málaga y me toca a mí cocinar los presupuestos, prepararlos para los medios. Fueron tres años donde los dos primeros me divertí muchísimo. Yo era el Pepito Grillo que de repente se convierte en el mago capaz de vender la moto perfectamente envuelta en un lazo blanco. Aprendí a manejar las cifras de otro modo y a hacerlo mejor porque vienes del otro lado y ya sabes lo que van a preguntar. Del caso Malaya, una de las cosas importantes que guardo de ese periodo fue la conformación de la gestora de Marbella, que fue algo inédito, nunca se había hecho en la historia de la política europea, una gestora para suprimir a un ayuntamiento cesado. En medio de todo ese follón, Isabel García Marcos estaba detenida, sale de la cárcel y declara que era una presa política. Al día siguiente, el presidente tenía que dar una rueda de prensa de cómo iba el proceso de la gestora y le dije: te van a preguntar por lo que ha dicho Isabel García Márquez y tú vas a responder así. Efectivamente, en la rueda de prensa, un periodista le preguntó: ¿qué opina usted de las declaraciones de Isabel García Márquez respecto a que es una presa política? Y él dijo: La señora Isabel García Marcos no es una presa política, es una política presa. Esa frase contundente y corta, salió en todos los telediarios, mediodía, tarde y noche. Ese es el lado divertido. Volviendo a tu pregunta, quería darle a entender al lector que, con las cifras, también se puede hacer ficción. A un lector le sueltas cuarenta y cinco paquetes de cifras y ya le has despistado, porque ya no sabe muy bien qué le estás diciendo, y tienes que buscar cómo hacerlo para no aburrir, tienes que sostenerlo con literatura y con un golpe certero de la realidad, porque detrás de esas cifras hay un drama. Siempre, detrás de los números, o hay una canción o hay una tragedia, y eso es lo que se refleja en ese artículo. Verdad o mentira, pastilla azul o pastilla roja.
Los artículos no están ordenados cronológicamente, ¿verdad? Parece que el orden viene marcado por una modulación de la intensidad.
No es del todo rigurosa, pero hay una cronología. Si en un momento dado estoy hablando de una temperatura de crisis y, más adelante, esa temperatura sube, se ve en el libro. No es muy rigurosa porque a veces lo he alterado por lo que tú dices. A mí me gusta que la literatura, el lenguaje, en un relato quizás menos porque tiene que haber más tensión, pero en una columna periodística, me gusta que haya esa onda herciana, porque si es muy tensa desde el principio, agobias al lector. Tienes que ir buscando una manera de seducirlo. Creo que el lenguaje es una forma de seducción, el ritmo del lenguaje, la adjetivación, los tiempos verbales, a mí me gusta que el lector reciba un golpe, una caricia, un golpe, una caricia. Cuando leyó Noticias del frente, el editor me dijo: “me ha encantado que me pegues una hostia y al mismo tiempo me acaricies”. Esa es la onda que yo intentaba que tuviese el libro: un golpe de crochet, una caricia, dos golpes, una caricia, un directo al mentón, uno al hígado, otra caricia.
También se percibe en tu prosa una evolución lírica.
Hay un poeta magistral y que, aunque mucha gente lo nombra, en realidad no lo han leído o no lo han entendido, y es Ezra Pound, que es un poeta político, moral, visionario, es un poeta de la locura, del error, de la profundidad del alma. Él tenía una frase que me gustaba muchísimo cuando yo era joven: la noticia es lo que sucede dentro del poema. Y así es, la historia tiene que suceder dentro del lenguaje, y para que sea así necesita dos pilares fundamentales. Uno es la narratividad de la historia y otro es la lírica. Tiene que haber un aliento poético que haga que el lector se detenga, que haga que la gente subraye, que haga que la gente pare y diga qué hostia acaba de pegar este tío aquí, o qué reflexión me ha ofrecido, o qué cosa tan bonita dentro del drama, y eso sólo te lo da la lírica. Lo que yo llamo la temperatura interior del lenguaje. Hay lenguajes que son secos, fríos, y lenguajes que son tibios. El lenguaje tiene color y eso únicamente te lo da la lírica, pero para eso tienes que ser un gran lector, un gran conocedor de la poesía. No es buen tiempo para la lírica. Si no, hubiese escrito un libro de poemas para tiempos de guerra. Todo está impregnado de poesía, los hechos cotidianos, incluso a las noticias políticas se le puede buscar su latido, su relámpago poético. Hay que saber sentirlo. Hay gente a la que le sale innato, gente que lo ve enseguida, o que se le derrama, y hay gente que puede construirlo, que puede aprender a hacerlo.
Unas veces sale de forma espontánea y otras veces hay que salir a buscarlo, ¿no?
El lenguaje (la escritura), al igual que la religión son las dos acciones maniqueas más antiguas de la humanidad. El chamán de repente dice que el fuego es un dios, se pone delante de la tribu y les cuenta una milonga y los demás se la creen. Hacen un pacto de credibilidad, como ocurre con la ficción. Yo creo que son los dos momentos de creatividad más importantes del ser humano, de la actividad primitiva. Son actos de magia, muchas veces el chamán es verdad que tiene una comunicación extrasensorial con la naturaleza, que es cuando le vienen las frases. Yo tengo una hija mayor que siempre ha creído en los cuentos de hadas y tiene ya una edad casi adulta, y la pequeña, con tres años, iba a ver a los Reyes Magos y decía que eran unos señores disfrazados con una barba mal puesta. Esta, la pequeña, siempre me preguntaba: ¿a ti te dictan las metáforas? Me encantaba su pregunta. También en las charlas y coloquios me decía: papá, tú te aprendes las cosas de memoria ¿no? Nunca me veía con papeles. Al igual que el chamán, hay veces que te viene la frase, que te pilla en mitad del fregado y otras tienes que ponerte a trabajar con ella y la buscas como la busca el chamán que sopla al fuego, a la ceniza, que mueve las tablillas. A veces hay que pelearse, como le digo a mis alumnos, hay que retarse con el lenguaje, que es difícil, pero es muy bonito al mismo tiempo.
Sueles comenzar tus artículos con una imagen que nos remite a un problema concreto. De ahí derivas a una visión general, unos comentarios sobre la situación, y sueles cerrar retomando la imagen del principio.
Suelo comenzar con una frase que remite a un dato real, o con una poética sobre lo que voy a comentar o reflexionar, luego hay todo un corpus central bastante amplio que es reflexivo y de contrastes donde me peleo con la historia que estoy creando y, para finalizar, busco un broche que invite al lector a pensar. La mayoría de mis artículos se leen de un tirón y la gente no sabe el trabajo que hay detrás. Muchas veces cuando me enfrento a la estructura, tanto en los relatos como los artículos, pero quizás más con los artículos por el espacio y por la presión, me parece que es como un combate de boxeo. La propia historia, la articulación de la estructura y del lenguaje no te dejan, te golpean más a ti que tú a ellos, y te acorralan contra las cuerdas y no puedes zafarte. Lo que haces es esquivar los golpes, amagar. Sin embargo, hay otros casos en los que desde la primera campana vas a muerte, con la convicción de que te va a durar dos asaltos. La estructura debe ser una relojería que tiene que funcionar perfecta, si no tiene un enganche potente y un final rotundo, todo lo que metas en medio, por muy brillante que sea, se desencaja.
En Noticias del frente, sin embargo, las historias no se cierran. Terminan con un comentario sobre la realidad que deja a los personajes en vilo.
Prácticamente todas las imágenes de Noticias del frente terminan con un después, con una llamada a la movilización. Se supone que el lector va a dejar el libro y se va a echar a la calle a pegar gritos. Habla mucho del momento de la ciudadanía, de las plataformas, la rebeldía contra el sistema político, contra la propaganda política, la caducidad dogmática e ideológica de los partidos políticos. Es una respuesta civil, una resistencia. Es verdad lo que dices, ninguna historia está cerrada, hay un flujo de movimiento, y una sombra que continúa moviéndose fuera del libro. Suele ocurrir algo después en la historia siempre.
Se trata de un libro con un alto contenido político.
Sí, es político, porque es un libro sobre la orfandad. La política es un equilibrio entre matriarcado y patriarcado. De patriarcado, por un lado, porque uno necesita que el gobierno sea un poco como el padre, que te soluciona los problemas, que te pone las reglas, a las tres de la mañana en casa como muy tarde y si llegas después, castigado. También tiene un sistema de matriarcado, porque la política te da ese juego que hacen las madres de interceder, te transmite cultura, información, te perdonan, te dejan que seas un poquito rebelde, porque tienes que crecer y hallar tu identidad. Cuando eso falla, y eso falló en la crisis sobre todo en 2014, nos quedamos huérfanos, y la respuesta a la orfandad es un posicionamiento político. De hecho, los dos términos que más aparecen en el libro son rebeldía y resistencia. Es un libro donde yo me he posicionado muchísimo y algunos amigos han llegado a preguntarme si no me preocupaba, porque iba a tener que pagar el diezmo que se paga en este país cuando te posicionas políticamente. Pero yo vengo de la fábrica de Gary Cooper y Robert Mitchum. Creo en los héroes, creo que hay que salir en mitad de la calle y caminar solo ante el peligro si hace falta. Siempre habrá una chica que te bese o te hiera.
¿Se puede ser apolítico?
No, cuando la gente dice que es atea o que es apolítica, es mentira. El ser humano es político por naturaleza. Por ejemplo, no ir a votar es una forma de posicionarse políticamente. A la contra, eres un disidente. Yo soy un disidente de la política.
¿Eliminaste algo del libro por miedo?
No, por miedo no. He eliminado por calidad o porque mi mirada había evolucionado. Yo he intentado que los textos pasasen la prueba de la temporalidad, porque hay sucesos que están marcados en el tiempo. Por ejemplo, el accidente del tren de Galicia y, como ese, muchos. Aunque no aparecen fechas, uno puede hacer una cronología. Mi única cuchilla para dejar fuera, para diseccionar lo que no va en el libro, es la calidad. Cuando yo veo que un texto no tiene el peso literario que busco, aunque me guste o tenga alguna parte que me parezca destacable, lo elimino. Al final resulta mucho mejor. Como dice Justo Navarro, no hay que tener miedo a tirar cinco años de tu vida a la papelera, se puede volver a escribir siempre.
¿Hay que ser indulgente con el escritor que no se compromete con su realidad?
Un escritor es un ciudadano y, precisamente por ser escritor, tiene la responsabilidad ética de tomar partido. Uno de los grandes problemas que también ha habido en este país durante la crisis es el silencio de los intelectuales. ¿Dónde han estado? Porque yo solamente he oído a dos: Sampedro, que estaba en las últimas, y Emilio Lledó. Los escritores siempre decimos ese tópico que hemos oído todos: el compromiso del escritor es con el lenguaje. Sí, pero también con su sociedad, con su tiempo. Uno es hijo de su tiempo. En la literatura hay una tendencia que yo critico mucho y que está en auge, que es la literatura evasiva, fantasiosa, que está muy bien, pero cuando la realidad diaria está agrediendo, está causando víctimas, está menoscabando la dignidad humana, la cultura, la educación, la sanidad, la vivienda, el escritor tiene que emplear su arma, el lenguaje. Tú tienes además una posición de poder cuando puedes escribir en un periódico o un libro. Hay que ser valiente. Para mí el escritor que se evade en tiempos de crisis es un colaboracionista. Hay maravillosas novelas que hablan de dramas sociales o laborales, pero se desarrollan en un mundo ficticio. Por ejemplo, la novela de Karel Čapek o el mismo Kafka cuando nos habla de El proceso, o Bradbury. Es una manera de comprometerte. Es decir, tú haces una lectura desgajada de ese mundo de ficción y hay una crítica social, hay un posicionamiento, esa es la ética del escritor. Tú tienes la capacidad de transmitir, de comunicar, de llegar. No puedes decir ahí os quedáis, os dejo solos que yo me voy a mi torre de cristal.
Para terminar, voy a parafrasearte. Detén tu tiempo, tu miedo, piensa en tu camino, en tu mujer, en tu familia, porque voy a dispararte en la sien: ¿cuándo eres feliz?
Yo soy eternamente feliz cuando escribo, porque, aunque esté en pleno combate escribiendo de la realidad, estoy en mi mundo, que es el lenguaje. El lenguaje es un mundo feliz, hipersexual, porque una palabra se roza con otra, la preña, la envuelve, la seduce, la rompe, le da vueltas. También me hacen muy feliz esos momentos en los que, como decía en Vidas prometidas, me puedo sentar delante del mar y mirarlo y no hacerme ninguna pregunta. Solamente pensar en las llamas del azul y hundirme dentro.