Isaac Rosa es un escritor muy lúcido que está diseccionando nuestra sociedad en sus novelas: El vano ayer, El país del miedo, La mano invisible y La habitación oscura. Todas recomendables.

Novelas de Isaac Rosa

 

Se acaba de estrenar la versión cinematográfica de El país del miedo. Es la segunda vez que adaptan una de tus novelas a la pantalla y además está también prevista la película de La mano invisible, ¿qué tal llevas esa otra versión que hace el cine?

Me voy a encontrar en un corto periodo de tiempo con que la mayor parte de mis novelas van a ser llevadas al cine. Ya lo fue El vano ayer, ahora ha ocurrido con El país del miedo, el proyecto sobre La mano invisible está ya en posproducción y hay un primer contacto para una posible película sobre La habitación oscura, que puede ser próximamente, con lo cual me considero un autor afortunado, extrañamente afortunado, porque mis libros no creo que sean muy cinematográficos. Tal vez El país del miedo sea el que más claramente tiene una película, pero en el resto la propia escritura puede dificultar la película y tal vez sea eso lo que hace que algunos directores se fijen en mis libros, el reto que supone para un cineasta llevar al lenguaje cinematográfico unas historias como esas.

La habitación oscura y La mano invisible son obras con muchos personajes y eso añade otra dificultad, ¿no?

Claro, pero son novelas que contienen en sí mismas un desafío. Frente al cine contemporáneo que tiene que ser acción permanente, La mano invisible es una historia en la que no pasa nada o pasa todo, depende de cómo lo veamos, en la que lo que pasa es «el trabajo», pero a partir de ahí el director, David Macián, ha sido capaz de sacar una historia. En el caso de La habitación oscura, por un lado está la historia colectiva, el protagonismo colectivo, pero por otro lado hay algo que para cualquier cineasta es un desafío. La oscuridad. Aparentemente, puede ser lo menos cinematográfico pero yo creo que es donde más posibilidades existen de hacer buen cine, jugando con la oscuridad. Lo mismo te puede servir para una elipsis que para proponerle al espectador mirarse en una oscuridad más o menos visible, en una oscuridad total de la que tú solo sabes lo que ocurre por lo que se cuenta, por lo que te cuentan otros. Es la novela más sexual, a veces incluso pornográfica, pero se desarrolla a oscuras, por eso puede ser un desafío interesante para un cineasta. En el caso de La habitación oscura pueden salir películas completamente diferentes dependiendo de quién se acerque a ella, de qué parte elija de la película y desde qué mirada.

Como autor de El País del miedo, ¿te puede ocurrir lo mismo que al protagonista, que prefieras hacerte el dormido?

No enterarme y cuando está la película terminada ya la veo, ¿no? Es cierto que suelen ocurrir desencuentros entre escritores y cineastas, hay muchos ejemplos de escritores descontentos con su adaptación, pero hasta ahora he tenido suerte con quienes han querido hacer películas de mis libros, porque ha habido complicidad, desde el principio me han ofrecido participar en los guiones. Salvo en El vano ayer, que sí participé más, en El país del miedo y en La mano invisible no he querido hacerlo porque creo que no es mi campo (hay que saber escribir en lenguaje cinematográfico y yo conozco el de las novelas o los cuentos), pero ha habido esa complicidad con los directores y guionistas de enseñarme versiones del guión, de preguntarme, y la afinidad entre la mirada del cineasta y la del escritor: el tipo de película que veían coincidía con el tipo de libro que yo buscaba.

Isaac Rosa - El país del miedo

En la novela nos descubres que mostrarse cansado es una variante de hacerse el dormido. El cansancio que nos produce todo lo que está ocurriendo, ¿es una expresión de miedo hacia lo que nos depara el futuro?

Más que el cansancio, que lleva a la inacción o a la parálisis, es el cansancio del hartazgo, que provoca precisamente acción. Yo no creo que estemos en un momento de hacernos los dormidos con todo lo que está ocurriendo, sino que estamos despertando en los últimos años. Seguramente cuando estábamos dormidos era en todos los años previos a esto que llaman crisis.

En el libro alternas capítulos dedicados a la trama con otros destinados a reflexionar sobre nuestros miedos. Esta segunda línea no puede recogerla la película.

No, claro, la película se centra mucho en la intriga y construye un thriller tal como lo entendemos. Es verdad que desaparece esa parte en buena medida. Una parte que, en la novela, no solamente sirve para pensar el miedo y darle más fondo al personaje, sino que además marca momentos de tregua, en los que dejas al lector respirar. La película agarra al espectador desde el minuto uno y no lo suelta hasta el final.

¿Cuál de las dos partes te impulsó a escribir la obra? ¿La de ensayo o la de narrativa?

El detonante que me pone a escribir es la parte ensayística. Con la excepción de La habitación oscura, que llego a ella de otra manera, en mis libros anteriores el punto de partida para escribir es una idea, y además muy general. Es decir, en todos mis libros anteriores no comienzo porque tengo una historia,  o un personaje, una anécdota o una intriga, sino que parto de una idea. En La mano invisible quería escribir una novela sobre el mundo del trabajo, sobre qué está pasando en él. En el caso de El País del miedo, era el propósito de escribir una novela sobre la sociedad del miedo, sobre qué estaba ocurriendo con el uso del miedo en este arranque de siglo después del 11 de septiembre, en todo ese tiempo en el que cada vez nos sentíamos más vulnerables, en el que vivíamos pendientes de la próxima tragedia, el próximo accidente, del próximo atentado, siempre parecía que podía ocurrir cualquier cosa que nos desestabilizara. Yo quería abrir esa reflexión, pero desde la novela. Para mí la forma no es la de compartir un pensamiento, sino a partir de la narración, de pensar en términos narrativos. También entonces tenía claro que no quería escribir un ensayo sobre el miedo sino una novela sobre el miedo.

Según propones en tu libro, las respuestas defensivas al miedo acaban produciendo más miedo. ¿Adónde nos va a llevar toda esta espiral?

Claro, lo que más miedo debería darnos es precisamente nuestro miedo, el miedo a los demás, lo que hacemos, no hacemos, o permitimos que otros hagan por el miedo, porque eso es lo que le ocurre al protagonista de la novela y lo que nos pasa a nosotros a diario en nuestras vidas, en nuestra pareja, en nuestro trabajo o en la política, donde tomamos decisiones llevadas por ese miedo que, al final, suponen una huida hacia delante, una forma de evitar consecuencias para acabar dándote con otras consecuencias indeseadas, como le pasa al protagonista de la historia.

Isaac Rosa - El vano ayer

En El País del miedo expones muy gráficamente cómo la extorsión siempre pide más. ¿Nos está extorsionando la economía? ¿Hasta dónde va a llegar?

Sí, claramente, con la oportunidad de la película veo ahora cómo la historia coge una nueva lectura. Yo publiqué El país del miedo en 2008, el año que hemos convenido en decir que es cuando empieza la crisis, la caída de Lehman Brother. Entonces yo estaba escribiendo esa novela en los años anteriores a la crisis, 2006-2007 y estaba hablando de otros miedos, de otra sensación de vulnerabilidad y fragilidad de todo ese mundo que sale del 11 de septiembre, que tenía que ver con el terrorismo, la guerra contra el terrorismo, la inseguridad, pero también otras amenazas difusas que estaban en el ambiente y, de repente, a la vuelta de unos años, cuando releo la historia a través del cine, pues descubro que se entiende de otra manera porque toda esa sensación de inseguridad, de vulnerabilidad, que teníamos entonces no sólo no ha desaparecido sino que se ha agudizado, porque se han incorporado nuevos miedos. Seguimos teniendo miedo al terrorismo, y no sólo eso sino también a los excesos policiales y bélicos que se producen en nombre de la lucha contra el terrorismo, pero hemos incorporado además todos esos miedos sociales y económicos que nos hacen sentir todavía más vulnerables. Al miedo a un atentado, a la inseguridad y todo eso, pues ahora se suma el miedo a perder el trabajo, el miedo a quedarte sin casa, al hundimiento social que también estamos viviendo. Pero al final las consecuencias creo que son las mismas, la gestión que se hace de ese miedo también es la misma y el discurso político que se hace del miedo acaba siendo el mismo.

También hablas en tu libro de las herramientas pedagógicas del miedo, esos transmisores de ideología y moral que se emboscan en la literatura. ¿Desde dónde procuras escribir tú?

Creo que la ficción literaria, la novela, pero sobre todo el cine y la televisión, lo pretendan o no, acaban cumpliendo una función educativa: nos educan en el miedo. Hay una parte del miedo que tiene que ver con el aprendizaje y que a mí me recordaba, y de hecho en la novela lo mencionaba, la historia de Juan sin miedo, que es alguien que quiere aprender a tener miedo. Seguramente venimos de fábrica con una serie de miedos atávicos que nos han acompañado siempre como especie y además han jugado una función evolutiva, nos han permitido sobrevivir, nos han hecho adaptarnos, pero a partir de ahí nos vamos educando en el miedo y en esa educación del miedo creo que juegan un papel fundamental las ficciones. Aprendemos a tener miedo a partir de ficciones que hacen que veamos como amenazante determinadas situaciones, determinados tipos humanos, determinados lugares también que en la ficción son el territorio de la amenaza y nosotros los tomamos como tales y eso hace que nos eduquemos en el miedo.

Hablemos de tus otras novelas. Primero, El vano ayer. Los intentos continuos de obstruir el conocimiento de nuestros prolongados años de dictadura son muy variados. Muchas de las obras que se refieren a ese tiempo suelen aportar directa o subliminalmente una reconciliación sin culpables. ¿Qué queda hoy del franquismo? 

Hace un mes me pidieron un artículo a partir del debate abierto por los 40 años de la muerte de Franco. En todo este tiempo han pasado tantas generaciones que se ha producido la muerte civil, y biológica en muchos casos, de los protagonistas del franquismo. A la pregunta de qué queda del franquismo yo respondería que no queda nada en primer lugar, pero queda mucho. No queda nada en el sentido de que todo lo que tenemos y seguimos considerando franquista, es decir, todo aquello que consideramos herencia del franquismo, lo mismo la herencia más visible, como son las fosas que siguen ahí o El Valle de los Caídos, los nombres de las calles y monumentos en pueblos, como también otro tipo de herencia que tiene que ver con la calidad de la democracia,  con la calidad del estado de bienestar o con los problemas educativos o con el déficit que sigue teniendo España con el resto de Europa y muchas otras cosas, todo eso que consideramos que es herencia del franquismo ya no lo es, ya es democracia. Ponía como ejemplo el tema de las fosas comunes de los asesinados, que las consideramos franquistas, pero llevamos 40 años y no hemos sido capaces de resolver un problema que no parece tan complicado y, sin embargo, hay asesinados que llevan o han estado enterrados en una fosa o en una cuneta más años bajo democracia que bajo el franquismo. ¿Qué quiere decir esto? Que todos los problemas que tenemos hoy, que tenemos que resolver, que seguimos arrastrando, son problemas de la democracia. Aunque su origen está en el franquismo, son problemas que esta democracia no ha sabido, o no ha podido en otros casos, resolverlos. Esa es la buena noticia, que no queda nada del franquismo. La mala es que los problemas siguen estando ahí, pero ahora son problemas de la democracia.

Isaac Rosa - La mano invisible

¿Qué te llevó a plantear ese deber de los que tendrían que recordar, esa construcción de una memoria no vivida? 

Primeramente por una necesidad civil, como ciudadano, no ya como escritor, y luego por la parte de la novela que tiene que ver con mi reflexión como lector, como lector de ficciones sobre el franquismo, pero en primer lugar por una necesidad como ciudadano. Creo además que es una necesidad generacional, propia de los que no vivimos aquel tiempo. No tenemos memoria de aquel tiempo, pero sí tenemos memoria de sus consecuencias y además hemos llegado a la juventud, a la primera edad adulta, a la primera madurez, siendo muy conscientes de las disfunciones que la gestión del pasado habían dejado en la democracia. Pertenezco a una generación que, entre los dieciocho y veintitantos años, se produce en tu vida una quiebra cuando te das cuenta de en qué sociedad vives. Para algunos ha sido en su familia, para otros ha ocurrido en su ciudad, en su entorno más o menos personal, pero ha habido muchos miembros de mi generación que de repente han descubierto un día que su abuelo fue asesinado, que su abuelo se tuvo que ir al exilio o que su abuela estuvo en la cárcel. De repente descubren,  y cuando digo descubren lo digo en el sentido de que nadie se lo había contado hasta entonces, y a veces lo descubren hasta casualmente. De la misma manera que hay miembros de mi generación que descubren que en su familia ha habido un drama del que nadie les había hablado, hay muchos otros que un día descubren que en su ciudad también ha ocurrido una tragedia, algo realmente grave de lo que nadie te había hablado. En mi caso, fue vivir durante muchos años en Badajoz, que es donde cursé el colegio y el  bachillerato. De repente un día descubro, y subrayo lo del descubrimiento porque es algo que un día lees en un libro de historia, descubro la matanza de Badajoz en el 36. Muchos hemos vivido el choque entre lo que descubres y lo que te han contado. Dices, bueno, cómo puede ser posible que en mi ciudad, donde llevo viviendo tantos años relacionándome con todo el mundo, ocurriese esto y no me han contado nada, no me han enseñado nada en el colegio ni en el instituto, nunca hemos hablado este tema, no hay nada que lo recuerde, ninguna placa, ningún monumento. Hay gente de mi entorno que perdieron familiares y tampoco hablan del tema. ¿Qué ha ocurrido en este país para que esto sea posible?, y yendo un paso más allá, ¿qué ha ocurrido en este país para que seamos tan sensibles a situaciones de dictadura en otros países y no en el nuestro?

Yo solía plantear una especie de juego o adivinanza a los estudiantes cuando me han invitado a ir a institutos o a la universidad. Les preguntaba: ¿quién es capaz de decirme el nombre de un país donde haya habido una dictadura, donde haya habido asesinados, donde haya habido niños robados, donde haya habido expolio a los vencidos, donde haya habido enriquecimiento de la clase vencedora, donde haya habido presos políticos, exiliados y censura? Levantaban la mano y decían Chile, Argentina, el nazismo, y a nadie se le ocurría decir España. Entonces se lo tenías que explicar: es que eso ha ocurrido en España y además muy recientemente, vuestros padres y vuestros abuelos tienen esta memoria. Eso te genera una conciencia de la disfunción que se ha producido en España, de cómo hemos gestionado ese pasado y eso es lo que me provocó la necesidad de escribir sobre ello, esa necesidad de pensar y compartir la reflexión. Como decía antes, mi forma de pensar es a través de una novela como la puedo comunicar. Porque, además de la necesidad como ciudadano, yo también siento la necesidad como lector, que consiste en pensar cómo ese pasado se nos ha transmitido también a través de la ficción, a través de la literatura, qué tipo de discurso del pasado se ha construido en las novelas de la guerra civil o las novelas sobre el franquismo, y cuáles son los agujeros que quedan.

Hablemos ahora de La mano invisible. ¿Te tragas esta metáfora de Adam Smith sobre la capacidad autorreguladora del mercado? 

En los tiempos que vivimos es irónico hablar de ese mito fundacional del liberalismo económico, de la mano invisible que lo regula todo, en estos años en los que no solamente no existía esa mano invisible sino que, cuando ha hecho falta, ha echado mano del Estado para rescatar bancos, para rescatar países, rescatar empresas. Si alguna mano hemos visto en este tiempo, más que una mano invisible, es una mano negra, la mano negra del mercado que, cuando lo consideraba necesario, apretaba a un país, jugaba con la deuda. El título de la novela por un lado tiene que ver con usar de forma sarcástica ese mito fundacional del liberalismo, pero por otro también con que hay una mano invisible, de la que hablo en el libro, que es la mano de obra, la mano trabajadora, y que muchas veces es invisible sobre todo en determinados trabajos, que están ocultos socialmente, como si no existiesen, y sin embargo no sólo siguen estando sino que son esenciales para que funcione esta sociedad.

¿Por eso el albañil de la novela se pregunta quién ha puesto los ladrillos de los edificios que ve?

Es que hemos vivido durante muchos años en el espejismo de haber avanzado tecnológicamente de tal manera que ya habían desaparecido los trabajos penosos, los trabajos repetitivos, los trabajos manuales, y que ya todos trabajamos delante de un ordenador (como si trabajar delante de un ordenador no tuviera una parte de penalidad, de repetición y de alienación). Nos habíamos hecho esa ilusión porque además nuestros gobernantes nos prometieron una y otra vez que iban a hacer un Silicon Valley en cada pueblo y polígono,  igual que una estación de AVE, pero lo cierto es que todos esos trabajos, que consideramos superados, que muchas veces son los más deshumanizados, no solamente siguen existiendo, sino que son la columna vertebral de la sociedad sobre la que se levanta el bienestar del que disfrutamos. Son trabajos muy invisibilizados en primer lugar por la ficción, no salen en las novelas, en las películas.

Y en esa invisibilidad hay que levantar paredes para luego derribarlas, montar y desmontar un coche, etc. ¿Estamos sólo para recibir y ejecutar órdenes?

Bueno, eso es una forma en la novela de obligar al lector a mirar desde otro lado el trabajo, a mirar desde donde no lo ve habitualmente. Partiendo de mi idea de escribir una novela sobre el mundo del trabajo, puedes escribir una gran novela sobre trabajadores, pero yo tenía miedo de que fuese más convencional, en la que salen unos trabajadores en una empresa, en su lugar de trabajo produciendo y a los que, como suele pasar en este tipo de novelas, les ocurre algo: una huelga, un accidente, cualquier tipo de incidente. Al final eso iba a permitir que el lector se hiciera algunas preguntas sobre el mundo del trabajo pero no todas las preguntas posibles, o sea, no iba a ir un poco más allá, va a hacerse preguntas sobre las condiciones de trabajo, pero no sobre la naturaleza del trabajo, que a mí es lo que me interesaba. Yo quería que la primera pregunta que provocase en el lector no fuese sobre las condiciones de trabajo, sobre el sueldo, sobre cómo ha evolucionado, sino que la primera pregunta fuera por qué trabajo, que es una pregunta que nadie se hace. Asumimos que hay que trabajar, asumimos que es parte de nuestra vida y que es lo que nos permite vivir y más en estos tiempos en los que parece que tenemos que dar las gracias por tener un trabajo, pero nadie se pregunta por qué trabaja. Creo que esa es la pregunta que puede montar todo lo demás, que puede condicionar todas las demás preguntas, pero para eso tienes que mirar desde otro lado el trabajo, no mirar al trabajador en su puesto de trabajo, porque eso es como te ves tú mismo y como ves a los demás, y desde ahí no surge esa pregunta, sino colocarlo en un lugar extraño, sacarlo de contexto, llevarlo a un escenario, ponerlo bajo los focos y obligarles además a hacer tareas improductivas y creo que es a partir de ahí donde surgen esas preguntas, cuando uno se ve a sí mismo también en el escenario, cuando uno se ve a sí mismo bajo esos focos y se ve haciendo una tarea absurda que no le aporta nada, que no le propone nada, que los beneficios se los llevan otros. Es cuando uno se pregunta por qué trabajo, por qué hago esto, por qué llevo años trabajando, por qué al trabajo le dedico las mejores horas del día, los mejores días de la semana y los mejores años de mi vida. Y ese es el tipo de preguntas que quería provocar con la novela.

Isaac Rosa - La habitación oscura

Pretendes que nos replanteemos el sentido de la vida que hemos creído encontrar en la actividad laboral.

Claro, y además alertar no sólo sobre el malentendido que hay con el mundo del trabajo, sino la falacia en la que se construye la sociedad del trabajo. Igual que antes decía que nos educan en el miedo, nos han educado también en el trabajo, y hemos dado por bueno que el trabajo es lo que nos hace humanos, prácticamente lo que nos hace seres sociales, lo que nos realiza como personas, lo que nos permite aportar algo y relacionarnos con los demás y, sin embargo, para una mayoría de la población el trabajo ha dejado de ser eso, ha dejado de ser una forma de integrarte en la sociedad, para pasar a desintegrar por las malas condiciones del trabajo, por el paro. Ha dejado de ser una forma de relacionarte con los demás para pasar a aislarte muchas veces y a no hacer nada aparte de trabajar, y ha dejado de ser una forma de realizarte como persona al obligarte a comportarte de otra manera. Hay que cuestionar ese lugar central que el trabajo sigue teniendo en la sociedad.

De nuevo, ese reality show de La mano invisible te sirve para lanzar una serie de ideas sobre el mundo laboral en este caso. ¿Qué es más importante al escribir, ofrecer respuestas o saber formular las preguntas? 

Es una pregunta complicada porque es verdad que en nuestra sociedad tienen mucho prestigio las preguntas y poco las respuestas. Cuando hablamos de literatura, a todos los escritores nos gusta decir eso: yo no quiero respuestas. Están muy prestigiadas las preguntas y sin embargo si das respuestas en un libro ya eres un dogmático que está conduciendo al lector, que es un sectario. Pero el reto hoy está en las respuestas, porque es verdad que hay que saber hacer bien las preguntas, que la formulación de la pregunta condiciona la respuesta, pero tenemos que pensar que provocar preguntas con un libro puede acabar encerrando al lector más incluso que al darle la respuesta, porque al final estás tú también acotando el territorio de las preguntas, pero de lo que más necesidad tenemos es de respuestas. No vale con que todos compartamos que hay que buscar otra forma de hacer las preguntas, sino que necesitamos encontrar respuestas. No se trata de darle las respuestas masticadas al lector, pero si ser capaz de ofrecer alguna respuesta. Para mí es un reto como escritor y no creo además que sepa hacerlo. Creo que en mis libros no consigo, no digo ya cerrar una conclusión, sino ofrecer esa respuesta contra el miedo, contra el mundo del trabajo.

Y vayamos al último de tus libros hasta la fecha, La habitación oscura. ¿De qué es metáfora esa habitación oscura? 

Más que una metáfora, La habitación oscura es un contenedor de metáforas, de hecho caben más metáforas de las que yo mismo pensaba cuando empecé a escribirla y me he encontrado con lectores que han encontrado metáforas que yo no pensaba que estuvieran ahí. Hay quien me ha dicho que la habitación oscura es internet e hizo una lectura muy interesante sobre la forma en la que nos relacionamos con los demás en las redes sociales, desde el anonimato y sin consecuencias, como si estuviéramos a oscuras, pero yo no pensaba en eso cuando escribía. Alguien ha encontrado también en la habitación oscura una metáfora sobre la sociedades de consumo, de la forma en la que nos comportamos como consumidores, cuáles son nuestras decisiones como consumidores y también las consecuencias de nuestros actos. Más allá de eso y de las metáforas que tienen que ver con el binomio luz-oscuridad, que también dan mucho juego interpretativo (cuál es la luz y cuál es la oscuridad), para mí la habitación oscura, más que una metáfora pretendía ser un sitio desde donde mirar otra vez. Igual que lo que decía antes en La mano invisible de obligar al lector a mirar desde otro sitio para que surjan esas preguntas. Para mí, La habitación oscura era un intento de mirar lo que nos está pasando, de mirar todos estos años, de mirar este tiempo que llamamos crisis pero también desde dónde veníamos, los años anteriores, de mirar el futuro pero desde otro lado, de una forma diferente, y en este caso desde la oscuridad. A partir de ahí creo que la habitación oscura es, entre mis novelas, la que abre más lecturas, más interpretaciones, que deja también más al lector la capacidad de juzgar a los personajes, de concluir también con el libro.

¿Es también una invitación al mundo interior?

No, al menos no una invitación consciente por mi parte. Si a algo puede invitar el libro es a construir o reconstruir la colectividad, la comunidad. Creo que hay una llamada de atención sobre cierto individualismo en el que hemos vivido durante mucho tiempo, y a no sustituirlo con simulacros de comunidad. En La habitación oscura, aunque los protagonistas de la novela crean que están construyendo una comunidad, que crean tener una comunidad con sus reglas, con sus pertenencias, identidad, en realidad no es una comunidad sino todo lo contrario. Una de las condiciones para lograr una comunidad sería, en primer lugar, que nos conociéramos, que supiéramos quiénes somos, que nos viéramos, que habláramos. La habitación oscura es todo lo contrario, los que entran no se ven nunca, no hablan. La primera norma es no hablar, no hay memoria en la habitación oscura, porque luego no se puede contar lo que has hecho dentro, no sabes con quién estás, hay un anonimato. Entonces ellos creen que han construido una comunidad, pero es un simulacro, y pienso que en este tiempo estamos necesitados de comunidad, estamos necesitados de encontrarnos con los demás, reconstruir juntos, pero por el camino nos acabamos conformando con simulacros de comunidad. Es verdad que esos simulacros pueden ser, como te decía antes, las redes sociales, donde uno cree que pertenece a una comunidad porque así parecen decirlo no sé cuántos miles de amigos en Facebook o seguidores  en Twitter, y piensa que está relacionándose permanentemente con la gente, porque hay menciones, porque habla continuamente. Luego, sales de ahí y te enfrentas a la soledad.

Isaac Rosa

Dos años después de la publicación de esta novela, y según planteas en ella, ¿seguimos actuando como meros espectadores del hundimiento?

No tanto como antes, porque yo creo que sí hemos pasado un poco a la acción, pero no hemos abandonado del todo esa mirada de espectadores, y que en el tiempo que vivimos, no solamente en la parte de crisis económica, como de crisis política y corrupción, hay un elemento de espectacularización permanente que tiene que ver con los medios de comunicación, como pasó el otro día con la detención de Rodrigo Rato. Yo estaba en Barcelona con un grupo de profesores dando una clase. A la salida era como un acontecimiento deportivo, pasando las fotos. Una vez más nos colocamos en la función de espectadores, nos sentamos en el sillón a disfrutar del espectáculo cuando realmente lo que tenemos que hacer es no conformarnos con ser espectadores sino ser capaces de ir un poco más allá. Eso cuesta romperlo, cuesta renunciar al espectáculo para ser parte también del mismo y asumir también las consecuencias. Creo que algo sí hemos cambiado y que era lógico además porque era insoportable seguir así.

Si te parece, vamos a cerrar el círculo que se abrió al hablar de esa cobardía del cansancio en El país del miedo. ¿Sigue estando presente? 

Sigue estando presente porque siguen usando el miedo para que nos quedemos en casa. Metafórica o realmente tenemos esos miedos sociales y económicos, pero ahora también empiezan los miedos políticos, los miedos a la ingobernabilidad, a la inestabilidad. Los miedos a hacer un país inviable para los aventureros de la política. Nos están vendiendo una y otra vez los mismos miedos. Cada época, cada momento, tiene sus miedos, la utilización de ese miedo y tenemos que ser capaces de desactivarlos desde el pensamiento crítico.

En La habitación oscura, como lector, vuelvo a tener la sensación de que antepones la necesidad de preguntarte, la curiosidad por saber, y en el último tercio de la novela te ves obligado a atender la trama por exigencias del género. ¿Es así? 

Hay una parte de necesidad para poder seguir escribiendo, para poder mantener al lector. Ya has presentado y visitado la habitación oscura en todas sus posibilidades y necesitas cambiar de ritmo para seguir avanzando, pero también es una forma de incluir nuevos temas, de abrir con toda esa trama (donde hay un poco más de intriga) la reflexión política de qué hacer ante el tiempo que vivimos, desde la solución de tipo “ataque de los lobos solitarios” que hacen algunos en la novela, que por su cuenta deciden lanzarse a la acción, a plantearnos si deberíamos buscar otro tipo de acciones. Y por otro lado, abre otra reflexión que a mí me interesaba y que estaba también en La mano invisible y, de alguna manera, también en El país del miedo, que tiene que ver con la vigilancia tecnológica, con todas esas formas de control que la tecnología permite. En este caso con el hackeo de webcam, pero también con los programas de monitorización que se usan en las empresas y todo ese tipo de historias, que es una reflexión que siempre está ahí en las tres novelas. En el caso de El país del miedo en esa forma de panóptico que toma nuestra sociedad por la cual todos vigilamos y todos nos sabemos vigilados.

¿Estamos viviendo un cambio de época?

Está ocurriendo. Los cambios de época no son de un día para otro, aunque tiempo después, al contar los historiadores lo ocurrido, siempre acaben buscando cuál es la fecha, el momento, la bisagra para que se produzca el cambio de época, pero no vamos a presenciar ese cambio de un año para otro. Evidentemente, ya se está transformando nuestro tiempo, nuestra sociedad, y nosotros como ciudadanos lo que no sabemos todavía es de qué lado va a caer la moneda.  Estamos en ese momento en el que nos estamos jugando qué tipo de sociedad vamos a ser en el futuro. Yo tengo los días pares optimistas y los días impares pesimistas. Hay momentos en los que creo que realmente estamos tomando conciencia, que a partir de ahora ya no vamos a ser más espectadores y que no vamos a permitir muchas cosas, y que además vamos a ser capaces de desactivar ciertas políticas, y otros días los tengo pesimistas y pienso que no, que la guerra la han ganado ellos y que todavía no está decidido, no hemos llegado al último momento, pero vamos perdiendo.