Mi vecino del tercero quiere que le vote. Se presenta a presidente de la comunidad y aunque ese cargo es bastante ingrato, desde hace unos años todos se pelean por él.

Nuestro edificio tiene las deficiencias propias de su edad. A punto de cumplir los 40 años, y a pesar de haber sido renovado en un par de ocasiones, supura humedades por varias zonas. Un arquitecto municipal, conocido de nuestro anterior presidente, hizo una primera valoración. En su opinión, parte de las cañerías estaban corroídas y se habían deshecho algunas juntas por las que se estaba filtrando mierda. En una reunión extraordinaria se trató el tema, y se decidió sustituir las tuberías más deterioradas por unas nuevas y de mejor calidad. Carmelo, el presidente de entonces, un profesor que vivía en uno de los dos áticos, se enfrentó a la situación con bastante diligencia contratando a la empresa que presentó el presupuesto más ajustado. Meses después de las obras de reparación descubrimos que persistía el problema, pues la mierda seguía filtrándose a través de las juntas que hay en los pisos bajos. Los vecinos afectados se quejaron de nuevo a la comunidad, pero el resto no hicimos mucho caso, dado que después de sufragar el abultado gasto extra, no estábamos dispuestos a abonar ni un euro más. Además, como dijo Doña Remedios, desde que instalaron las nuevas tuberías, la mierda solo salía por los pisos de abajo, de modo que el problema era de ellos.

Al año siguiente, gracias a los votos de los vecinos del bajo, salió elegida presidente la vecina que habitaba el otro ático: Doña Esperanza, una exitosa promotora inmobiliaria con una innegable habilidad para obtener rentabilidad de sus inversiones. Convinimos por ello que sería una buena gestora de nuestro edificio. Nada más aceptar el cargo se comprometió a arreglar el dichoso problema de la mierda. En una reunión extraordinaria celebrada dos meses después de la toma de posesión, la Sra. Presidenta anunció indignada que había descubierto que la empresa que había sustituido las tuberías tenía lazos familiares con el anterior presidente, lo cual le hacía sospechar del verdadero destino de los fondos invertidos por la comunidad. Todos estábamos indignados, pero lamentablemente Carmelo, el antiguo presidente, se había mudado y su casa la ocupaba ahora un abogado. Todos aplaudimos la sagacidad de la presidenta y aceptamos sin rechistar una nueva serie de recibos extra necesarios para pagar el nuevo arreglo que urgía hacer, ya que algunos vecinos de los bajos habían sufrido intoxicaciones por el tufo y la suciedad que se acumulaba en sus casas.

Fueron meses muy duros en que tuvimos que asfixiar la nómina para pagar aquella derrama, pero estábamos satisfechos y prueba de ello era que volvíamos a saludarnos en el ascensor. Lo peor vino después, el día en que los vecinos del bajo, muy cabreados, embadurnaron el zaguán del edificio con la mierda que se filtraba por la pared de sus habitaciones. Una comisión de vecinos subió al ático para hablar con la presidenta. No estaba. Por teléfono nos explicó que aún no se había conseguido ahorrar el dinero suficiente para acometer la empresa y que era necesario esperar. Eso es algo que saben hacer los vecinos, esperar, sobre todo los del bajo.

Mañana celebramos una Junta Extraordinaria para votar a un nuevo presidente. Doña Esperanza se ha comprado un chalet en las afueras y no hemos vuelto a verla. Ni a ella ni al dinero ahorrado. La última vez que se dejó ver estaba muy enfadada porque uno de los niños del bajo le había salpicado el abrigo Louis Vuitton con la mierda que salía de las tuberías.

Mi vecino del tercero lleva pocos meses en el edificio. Es joven, descarado, diligente y está encantado con su nuevo piso. Me ha dicho que en cuanto sea presidente arreglará el problema de las tuberías sin necesidad de que aportemos ninguna cuota extra. Desconozco si habrá hecho un cursillo de fontanería avanzado. Nos hemos despedido en el zaguán y le he prometido mi voto. Ahora que he decidido mudarme, poco me importa.