Cada año, para la celebración del Día del Libro, leo con mis alumnos el Elogio de la lectura de José Antonio Marina. En los últimos párrafos me gusta ralentizar la velocidad de la lectura con el propósito de subrayar su mensaje: “La calidad de la democracia también depende de la lectura. Lo primero que hacen los dictadores es censurarla, prohibirla o, al menos, disuadir de ella, porque saben muy bien que la lectura es el gran enemigo de la tiranía. Cuando no se sabe comprender un argumento, o se siente la pereza de buscar información, o se vive pegado al televisor, se acaba sometido a la sugestión del grito, la consigna, el clip publicitario, el convencimiento fácil, el insulto. Y todo esto es la antesala de la sumisión”, mientras que la lectura, concluye, “es la vanguardia de la libertad”.

Pensadores, pedagogos y escritores coinciden en celebrar la lectura como medio de acceso a la cultura y al dominio del lenguaje, asunto este de especial relevancia si se piensa que nuestra inteligencia es lingüística, que a mayor riqueza expresiva, mayor capacidad de reflexión crítica, de argumentación, de construcción de un criterio propio.

Para muchos adolescentes, sin embargo, tales mensajes son aún abstracciones inalcanzables, por eso el pasado jueves les propuse un juego: debían rastrear Twitter en busca de gritos, consignas e insultos. Una mina. El experimento tuvo sentido hasta que alguien localizó la retahíla de insultos dedicados a los jugadores de la NBA: cuando llegamos a “Chris Paul la tiene como un grano de arroz” el revuelo originado se cargó mis instructivos propósitos. No me lo perdono.

Transcurrida la sesión, abandoné el aula desalentada: una sola hora no fue suficiente para pasar del juego al razonamiento que les permitiera asociar, desde un nuevo saber, la lectura y el lenguaje con el logro de la libertad.

Y, sin embargo, no me resisto a seguir intentándolo.

De la expresión “movilidad exterior” al insulto más hiriente que podamos rastrear entre la pluralidad ofensiva de Twitter no media distancia. Da lo mismo decir “moderación salarial” que atacar el tamaño del pene de Chris Paul. El lenguaje de las redes sociales materializa en sus 140 caracteres el propósito simplificador que subyace a todo intento de manipulación ideológica de la ciudadanía. Orwell nos lo enseñó magistralmente de la mano de aquel empleado del Ministerio de la Verdad dedicado a reescribir la historia y a manipular la información. Con él aprendimos los mecanismos de la neolengua, ese famoso sistema lingüístico basado en la simplificación y la reducción del vocabulario para restringir el pensamiento de los ciudadanos, minuciosamente vigilado por la policía.

Amparados por la invisibilidad como cobardes, atomizados en un individualismo feroz y distraídos entre el mar de dispositivos y ridículos trending topics, los ciudadanos de este presente orwelliano evidencian un empobrecimiento lingüístico idóneo para el ejercicio de dominación que persiguen nuestros gobernantes, verdaderos expertos en esa neolengua que transforma la realidad con sus muletillas de fácil adquisición para una ciudadanía aficionada a la consigna y aún excesivamente sumisa.

Pasó el Día del Libro y concluí mi jornada lamentando el resultado frustrante del experimento. En la teoría, el plan era perfecto: mis alumnos debían haber llegado a la conclusión de que necesitamos la literatura porque es preciso defender las palabras, devolviéndoles su precisión, porque es necesario restablecer su sentido y su capacidad de señalar la realidad sin disfraces.

Pero, en la práctica, el grano de arroz de Chris Paul dará lugar aún a muchas risas hasta el final del curso y, lo que es peor, probablemente he contribuido a convertir el rastreo de insultos en Twitter en pasatiempo favorito de mis alumnos.