Un amigo guasón me propuso hace unos días recoger las ocurrencias de mis alumnos en una nueva antología del disparate. Me resisto: una no es rencorosa y olvida fácilmente las barbaridades que lee mientras corrige exámenes. Además, esta profesión obliga al respeto hacia el alumno: no está bien aprovecharse de su ignorancia para brillar en una reunión de adultos sapientísimos haciendo reír al personal con una retahíla de disparates. Son demasiado jóvenes para recordar que el título más importante de García Márquez no es “Cincuenta sombras de soledad”; no tienen la picardía necesaria como para evitar preguntarme quién escribió “mi novela favorita varía con la edad”, que fue lo que respondí cuando alguien quiso saber cuál era mi libro preferido. No, no es ético, le dije a mi amigo, y la cuestión quedó zanjada.

Distinto es cuando el disparate procede de gente del gremio, docentes formados en nuestras magníficas universidades, devotos del saber y del conocimiento. Casi me cuesta un disgusto cuando un superior propuso dar una vuelta por el colegio para recabar áreas de mejora y no pude resistirme a la pedantería de exclamar “¡Huy, qué peripatético!” “¿A quién llamas patético?”, me espetó el director acercándoseme amenazadoramente. Fueron necesarias algunas explicaciones, pero al cabo se alegró de haber aprendido una nueva palabra; hasta creo que, íntimamente, agradeció el símil: se veía convertido en un nuevo Aristóteles de paseo por los jardines del templo seguido por sus ávidos alumnos.

No me digan que no duele cuando la profesora de Matemáticas se queja de que el alumno fulanito se le enfrentó hecho un obelisco, o cuando el compañero de Educación Física reproduce el argot juvenil llenando sus conversaciones de en plan, en verdad o ¡eres un pro!, o cuando la compañera de Lengua afirma que a ella, más que leer, lo que le gusta es jugar al apalabrados. Aquí sí, aquí pega eso de ¡patético!

¿Y qué esperamos? Mis disparatados alumnos se examinarán en unos días para acceder a la Universidad y un porcentaje muy alto de ellos aprobará la Selectividad aunque a menudo olviden la existencia de la hache y no sepan lo que significa estival −por más que se trate de sus vacaciones favoritas−, aunque en sus comentarios sigan llamando Antonio a Machado, igualito que si se tratara del vecino del segundo, aunque sigan convencidos de que las Cincuenta sombras… de soledad son obra de García Márquez. ¿Cuántos de estos disparates será capaz de corregir la Universidad? Hagan la prueba, peguen el oído en el metro hacia Teatinos y ármense de valor: esos estudiantes son los licenciados del mañana, en plan son los futuros maestros de nuestros futuros hijos.