Para mí que Berlanga sigue vivo. Si no que se lo digan a todos esos que presumen del cine español justo después de piratear la última película nominada a los Goya. Ponga una peli española en su vida. Eso de promocionar el cine español por navidad está muy bien. Vean si no a Plácido, con el motocarro de un lado para otro tratando de buscar financiación para su película. Yo, que soy un poco macabro, me inclino más por el verdugo cuando compruebo que Nino Manfredi sigue aprovechándose del trabajo de su suegro. Cobrando la nómina, sin darle cuerda al garrote, hasta que llega el momento de entrar a matar, y entonces uno siempre se queja de que todo está mal estructurado, y el problema del cine español es que faltan subvenciones. Lo mejor es irse de cacería. Armarse con una buena escopeta nacional y entre conejo y conejo esperar a que un buen ministro te solucione la papeleta. Pero me temo que aunque Berlanga siguiera pululando por ahí, las escopetas ahora tienen forma de sobres y a esa montería ya no invitan a cineastas. Será que los conejos tienen indigestión de tanta zanahoria, o será que se han llevado a todos los cazadores a la cárcel (casi todos diría yo).

Ayer mismo, estuve en la plaza de Villar del Río, o de Guadalix de la Sierra según sea uno creyente o no, para asistir a una reposición de Los santos inocentes. Cuando estaba a punto de desistir, de tanta gente como había, Pepe Isbert, otro alcalde resucitado, salió al balcón para anunciar que en el pueblo de al lado pondrían un programa doble con ET el Extraterrestre y  La Guerra de las Galaxias. Al momento la plaza se quedó desierta. Menos mal. Encontré un buen sitio en primera fila justo cuando Paco Rabal se orina en las manos. Disfruté de lo lindo allí solo, con un cartón de palomitas que no tuve que compartir con nadie. Milana Bonita. Por un momento me imaginé a Juan Diego como un flamante productor americano, a la caza de espectadores con ayuda de Alfredo Landa.

Pero hoy abrí los ojos a cambio de nada y descubrí que un día perfecto para recuperar la industria. Nadie quiere la noche. Como un torrente, con acento catalán o andaluz, los espectadores están regresando a las salas con evidente ataque de nervios. Todos se interesan por el cine español, desde Andalucía al País Vasco, desde el niño hasta el adulto, desde la península hasta las islas, por mínima que esta sea. Una salvaje generación de autores se ha empeñado en gustar al espectador, con la misma palpitación que la novia y con la única pretensión de un puñado de euros. Pese a que algunos no les gustará la frivolidad de ciertas películas, lo cierto es que el cine tiene que alimentarse de espectadores: eso bien lo saben en Hollywood.

Aunque no se lo crean, me invitaron a asistir a la última gala de los Goya. Pensé en elegir un traje elegante, con pajarita y todo. Pero eso sí, me esmeraría en sacar los faldones de la camisa por fuera, me calzaría esos tenis de marca recién comprados y procuraría despeinarme con estilo. Solo así podría estar presentable para mi discurso. Aunque al final lo pensé mejor: me hice un Woody Allen y me quedé en casa, con buen bidón de palomitas y la última película que me había bajado de internet.