Dignidad

La nota, por escueta, no era menos efectiva. «Me voy a un lugar mejor. Firmado: Tu dignidad». Hizo una bola y la tiró.
«Sin dinero no llegarás muy lejos, bonita».

Manuel Morón, Marbella.

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Clases de inglés

Mr. Miles Daves me hizo escribir en inglés la boda de Caná como si hubiera estado allí. No me gustaba su larga lengua y me presignaba antes de entrar a sus clases. Una tarde le conté que había cambiado de trabajo y de casa, y él me dijo: ¿y de marido, vas a cambiar de marido? Le dije que por ahora no. Me dejó unas novelas inglesas y una anemia. Y antes de acabar el curso se marchó en su furgón con una beca para un libro.

Rosario Gómez Lago, Alicante.

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El páramo donde jamás sopló ni una triste brisa mañanera

Los gigantes, aterrorizados ante la imponente presencia del caballero de la triste figura, agitando sus brazos simularon ser simples molinos de viento. Sancho Panza, víctima del engaño, sea por falta de apreciación o autoconvencimiento, quiso alertar a don Quijote, eso sí, desde la distancia.
—¡Que son molinos de viento! —vociferaba el ingenuo escudero.
Pero nuestro ingenioso hidalgo, profundo conocedor de los campos de La Mancha, ensalivó su dedo índice y lo expuso al aire. Y lanza en ristre, a lomos de su rocín Rocinante, arremetió al galope contra el enemigo. ¡De piedra se quedaron los gigantes!

Mauricio Ciruelos, Málaga.

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Enfrentamiento

La mujer del sueño era joven. Le pregunté en tono autoritario por qué no había hecho lo que tenía que hacer. Se encaró conmigo. La atajé iracunda. Le dije que si quería seguir, sólo podía obedecer.
Al despertar, me pregunté contra qué parte de mí luchaba. Debía ser la pereza; estaba perdiendo un tiempo precioso en idas y venidas que no conducían a nada.
Sentí mi cabeza torpe y pesada. Llevaba dos días con jaqueca y dos meses sin la regla. Entonces comprendí: la joven de mis ciclos fallaba y yo estaba muy molesta con ella. La echaba porque ya se estaba yendo.

Carmen Martínez Alarcón, Málaga.

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Mutuo

Yo hubiera dado la vida por ella sin pestañear. Estoy seguro de que ella también la hubiera dado por mí.
Ahora nos alegramos de no haber tenido ocasión.

Bernardino Contreras, Málaga.

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Alegría de vivir

El amante no era lo que yo había soñado para mi hija. Sin embargo, al verla en la foto sonriendo junto a sus labios, la comprendí.
–¿A que es guapo? –me dijo.
–Es normalito –le dije, y pensé que eso no era ninguna desgracia.

 Lourdes Ulloa Montiel, Ciudad Real.