El parguela

Durante la fiesta de su cumpleaños, en la azotea de Manolito, intentó convencernos de que era un palomo y sabía volar. Supusimos que su desbordante imaginación, junto a la botella de ginebra que se había bebido, le hacía decir esas tonterías. Ya prevenidos, lo cogimos dos veces subido en la baranda dispuesto a saltar, pero nadie pensó que pudiera colar su voluminosa tripa por el ventanuco del lavadero.
Hace tres días que no sabemos nada de él. Espero que cuando se le pasara la borrachera estuviese posado en un árbol no demasiado alto.

José Luis Vivancos, Málaga.

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Entendimiento

Los sueños de ambos se resolvieron con un par de copas. Yo acepté no obligarle a nada, y él se sintió obligado a acompañarme.

Lorenzo Domínguez, Madrid.

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No más historias de amor

No te preocupes, querido, a mí hace mucho que ya no me asusta soñar con mi suicidio. Y esta vez no ha sido especialmente placentero ni cruento. Sólo me inquieta que, por primera vez, no he soñado cómo tú encontrabas mi cuerpo.

Rosa Mª Gómez Flores, Madrid.

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Un asunto de huevos

Devorado por la lejía y las horas
giro dentro del tambor de la lavadora,
hay un cosquilleo de detergente en mis narices
y unos vaqueros se me han enrollado en el cogote.
Ella me encerró en este desvarío
y temo el momento en que se active el centrifugado.
Lo que más me duele no es su ausencia
ni esta venganza infantil de la lavadora.
Lo que más me duele
es que me haya pillado los huevos
con la puerta de la máquina dichosa.
Y es que la cosa tira, por dios si tira,
cada vez que el tambor de los días
da una vuelta y gira, da una vuelta y gira

Ricardo Sanz, Nerja.

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Cuestión superflua

—¿Era culpable? —preguntó el verdugo.

Pedro Rojano, Málaga.

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Mi viaje

Vacié mi maleta y me fui de viaje.

Mª Teresa Santamaría, Málaga.