¡Qué fuerte!, oí decir a una chica a mi espalda. Me encontraba en el cine, abducido por el drama de La teoría del todo, cuando semejante comentario llamó mi atención. No fue un susurro, o una exclamación involuntaria, sino que intencionadamente pretendía dejar claro a los que le rodeábamos (sobre todo a su pareja) que aquello que había presenciado en la película era realmente trágico y digno de compartirlo con el resto de la sala. Su acompañante, lejos de llamarle la atención, comentó su parecer con ella en el volumen adecuado para que todos los que allí estábamos no perdiésemos el hilo de su conversación.  A escasos metros, otra pareja se animó a participar e iniciar un debate entre ellos acerca de la desdicha del protagonista. Otros en cambio, unas filas más atrás, planificaban sus actividades una vez acabase la película e incluso uno de ellos llamó por teléfono a sus amigos para quedar. ¡Qué fuerte!

Hace unos días, tropecé en la red con un curioso estudio de frustrante utilidad. El profesor alemán Andreas Wagener se ha propuesto conocer el porcentaje de personas que tosen en los conciertos de música clásica. Según su estudio, la gente tose dos veces más durante los conciertos. Desconozco si existirá un estudio acerca de la comunicación oral dentro de una sala de cine. No sería extraño que en el caso de llevarse a cabo, el dato obtenido fuera proporcional a los silencios que presiden la mayoría de las cenas de parejas rendidas al uso de su Smartphone. Otro estudio destapó hace un año que el 88% de usuarios de móviles utiliza el WhatsApp, y que de esos usuarios, el 59% lo considera una buena forma de relacionarse.

Estoy decidido a poner en marcha un estudio que demuestre que las salas de los multicines constituyen un entorno favorable para el diálogo. Es reconfortante saber que familias enteras, incapaces de dirigirse la palabra durante la cena frente al televisor, son capaces de entablar, ante desconocidos oídos, prolijas conversaciones y debates durante la proyección de una película. La sala de cine es el nuevo ámbito social para el debate. Una nueva terapia para parejas aburridas, familias con problemas de comunicación, padres divorciados, curas nostálgicos de púlpito o frustrados  críticos de cine. Probablemente el futuro nos depare restaurantes reconvertidos en salas de cine, donde sirvan la cena acomodadores con linternas. O colegios que programen películas de acción para provocar la participación en clase de aquellos alumnos víctimas de un aislamiento tabletoide. Y quien sabe si no veremos un parlamento en el que los políticos disfruten del último estreno mientras debaten el estado de la nación. Se lograría además que la siesta de algunos diputados pasara desapercibida. Imagino que se ofertarán plazas de médicos en los auditorios de ópera para prescribir caramelitos de chupar entre los pacientes, actualmente denominados espectadores.

De momento, a los que nos gusta abstraernos en el espectáculo cuando estamos en el cine o en la ópera, no nos queda otro remedio que utilizar nuestra tableta en la intimidad de un oscuro y silencioso WC.