Umberto Eco:

El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás.

 

El 19 de febrero fallecía en su casa de Milán el escritor, filósofo y semiólogo italiano, Umberto Eco. Enemigo de frases hechas y lugares comunes, quiso restarle importancia a la muerte acompañándola de la publicación de su último libro, Pape Satàn Aleppe: Crónicas de una sociedad líquida, elaborado a partir de las columnas que realizaba para el semanario L’Espresso. Un libro de ensayos de actualidad revisado, corregido y aprobado por Eco, que llegará a las librerías italianas el sábado 27 de febrero, de la mano de la editorial La nave de Teseo.

La sensatez de restar importancia también la aplicaba como viático contra el mal del ego, como reitera en estas sugerencias que escribió:

Consejos de Umberto Eco para jóvenes escritores

  • No creas que eres un artista.
  • Nunca te tomes demasiado en serio, solo conseguirás que tu ego te nuble y te impida avanzar.
  • No confíes en la inspiración, es la palabra que utilizan los autores tramposos para parecer intelectualmente respetables. El genio se compone de un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración.
  • No tengas prisa por escribir un libro. No es necesario que publiques uno al año, a no ser que quieras perderte el encanto de preparar la historia.
  • No puedes ser general antes de haber sido soldado, es decir, ve paso a paso. Si pretendes ganar el premio Nobel de forma inmediata y con solo un libro publicado, tu carrera literaria se arruinará sin remedio.

Humildad y sentido común, aunque, para Umberto Eco, lo verdaderamente importante a la hora de escribir es empezar. El maestro lo explica en Cómo escribir, una conferencia incluida en su libro Confesiones de un joven novelista.

Los primeros críticos que reseñaron El nombre de la rosa dijeron que el libro había sido escrito bajo el influjo de una inspiración luminosa, algo que, dadas sus dificultades conceptuales y lingüísticas, sucedía solo a unos pocos afortunados. Cuando el libro alcanzó un éxito notable, vendiéndose millones de copias, los mismos críticos escribieron que no cabía duda de que yo, para confeccionar un éxito de ventas tan popular y entretenido, había seguido al pie de la letra una receta secreta. Más tarde dijeron que la clave del éxito del libro era un programa informático, olvidando que los primeros ordenadores personales con programas aptos para redactar textos no aparecieron hasta principios de los años ochenta, cuando mi novela ya estaba en la imprenta. En 1978-1979, lo único que se podía encontrar, incluso en Estados Unidos, eran esos pequeños ordenadores baratos fabricados por Tandy, que nadie hubiera usado jamás para escribir más que una carta.

Algún tiempo después, algo alterado por semejantes acusaciones informáticas, formulé la auténtica receta para escribir un éxito de ventas por ordenador:

En primer lugar, obviamente, necesita usted un ordenador, que es una máquina inteligente que piensa por usted. Eso sería una gran ventaja para mucha gente. Todo lo que necesita es un programa de unas pocas líneas; hasta un niño podría hacerlo. Luego hay que meter en el ordenador el contenido de unas cien novelas, obras científicas, la Biblia, el Corán, y un puñado de listines telefónicos (muy útiles para encontrar nombres de personajes). Digamos, unas 120.000 páginas. Después de eso, usando otro programa, hay que aleatorizarlo todo; en otras palabras, mezclar todos esos textos, ajustados un poco —por ejemplo, eliminando todas las es— para conseguir no solo una novela, sino ya una especie de lipograma de Perec. En ese momento, pulse «imprimir» y, puesto que usted ha eliminado todas las es, salen algo menos de 120.000 páginas. Tras leerlas cuidadosamente varias veces, subrayando los pasajes más significativos, llévelas a una incineradora. Entonces, simplemente siéntese bajo un árbol con una hoja de papel carbón y otra de buen papel de dibujar y, dejando fluir sus pensamientos, escriba dos líneas. Por ejemplo: «La luna está alta en el cielo / El bosque cruje». A lo mejor lo que sale al principio no es una novela, sino más bien un haiku japonés. Pero lo importante es empezar.

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