La música como fuente de inspiración, telón de fondo o elemento determinante, mantiene una estrecha relación con la literatura. Ambas disciplinas habitan territorios comunes y comparten la capacidad de generar atención (el tema en literatura y la tonalidad en el caso de la música), crean expectación mediante la resolución de argumentos o acordes, desarrollan estructuras integradas por planteamiento, nudo y clímax o introducen un ritmo.

Joyce hizo de la música un elemento esencial en cada una de sus obras, dedicándole episodios enteros a la armonía (recordemos Las Sirenas, el capítulo 11 del Ulises) o incluyendo partituras de su propia creación en alguna de sus novelas. El escritor irlandés era amante de la ópera.

Beethoven fue el compositor fetiche de Milan Kundera y José Saramago. Sus sinfonías adquieren relevancia en obras como La insoportable levedad del ser, de Kundera, o Claraboya, libro inédito escrito por Saramago a los 30 años y publicado en abril de 2012.

Cortázar, sin embargo, prefería el jazz, un género que influyó de manera determinante en el estilo y ritmo de sus novelas. Murakami, que compartía esta predilección con Cortázar, escribió sus dos primeras obras, Escucha la canción del viento y Pinball 1973, en el club de jazz que poseía en Tokio, y en más de una ocasión manifestó que en sus inicios literarios únicamente podía pensar en lo maravilloso que sería escribir como si tocara un instrumento.

García Márquez y The Beatles también mantuvieron una estrecha relación. El Nobel colombiano confesó haber escrito Cien años de soledad al ritmo de las composiciones de la banda inglesa. Como música de fondo, Juan Marsé prefiere el saxo de Ben Webster, unas melodías que continúa escuchando cuando escribe, mientras que autores como Ray Loriga, Benjamín Prado o Care Santos, integran el pop-rock en el entramado narrativo de sus novelas, otorgándole un papel destacado.

La música desarrolla la creatividad, estimula la imaginación, facilita la concentración y enriquece el intelecto evocando recuerdos e imágenes. Los grandes escritores se han servido o beneficiado de ella de muy diversas maneras, y hasta aquellos que necesitan realizar su tarea en absoluto silencio reconocen la estrecha relación entre música y literatura. Nabokov, que escribía en un piso absolutamente insonorizado de Nueva York, afirmaba que la ausencia de música en el desarrollo de su trabajo se debía únicamente a su falta de oído: Me doy perfecta cuenta de los paralelismos entre las artísticas formas de la música y las de la literatura; especialmente en materia de estructura, pero, ¿qué puedo hacer si mi cerebro y mi oído rehúsan cooperar?

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