Sentados a la mesa, le decimos al acompañante “pásame eso” mientras señalamos el pan con el dedo índice, y cuando va y coge el salero, corregimos: “No, eso no, lo que está detrás”, como si nos costase coordinar el objeto que tenemos en mente con la palabra que lo designa. En nuestro día a día es habitual que resolvamos necesidades utilizando un lenguaje mínimo, que se muestra precario cuando nos obliga a insistir, pero esta pereza o descuido es un defecto muy pernicioso al escribir. Lo contrario, la concreción, no solo evita despistes indeseables, sino que aporta credibilidad a la historia.
Cada vez que al escribir imaginamos una situación y la damos por asumida, la falta de detalles provocará confusiones o incredulidades, igual que nos ocurrió antes con el salero. Hace poco, una alumna propuso un bonito cuento para La costa quedó atrás, el último libro de relatos del taller de escritura. En el segundo párrafo se leía lo siguiente: Samuel inició una cruzada contra la oscuridad y gastó gran parte de su fortuna en enjaular y domesticar la luz. En apenas un mes transformó su casa en una cárcel blanca… Cuando le pregunté si hacía falta gastar gran parte de una fortuna para tener iluminada una casa durante todo el día, ella me contó que había imaginado complejos y caros mecanismos. Pero la respuesta a mi duda solo estaba en la mente de la autora. Para solucionar la incredulidad del lector, podría haber descrito la intrincada instalación de generadores, paneles y luminarias. Como la enumeración no venía al caso y hubiese ralentizado el relato, en su lugar optó por un arreglo más sencillo: borrar “gran”.
Al quitar el exceso, hizo más creíble su historia. Lo que confirma que la credibilidad de la concreción debe ser considerada siempre. Si en una historia decimos que nuestro protagonista “estaba enfadado y miró a Luis con ganas de sacudirle un puñetazo”, la frase podría servir, pero si en su lugar escribimos: “Miró fijamente a Luis y apretó los puños”, la comparación no deja lugar a dudas. El gesto concreto no solo nos traslada la información inicial, sino que además nos permite ver y sentir al protagonista.
Esa es la ambivalencia de la concreción. Porque no es lo mismo decir: “María se puso una flor en el pelo y salió a la calle” que elegir la flor que se prendió. Según se trate de una margarita, clavel, gardenia o hibisco, María nos comunicará una sensación diferente. El personaje se verá modificado según la flor elegida, contribuyendo a su caracterización.
Muchos escritores redactan fichas de personajes, antecedentes y un primer borrador con muchísimos detalles. Durante la revisión, destilan el texto eliminando lo superfluo y/o aquello que quede implícito. Además de quitar todo lo que sobra, confirman que no están omitiendo detalles que el lector necesite para entender la obra. Así trabajan la concreción y evitan los dañinos problemas que su ausencia, o exceso, provoca.