Deportista bien relacionado solicita trabajo

El Sr. Iñaqui Urdangarín, aquel que logró colarse en la casa real y está acusado de prevaricación, malversación, fraude, falsedad y blanqueo de capitales, debe dos trimestres de su hipoteca. La mitad de esa casa de 5’8 millones de euros forma parte de la fianza civil exigida por el juez, la otra es de su inocente esposa que no sabía nada de lo que estaba ocurriendo, ni se preguntaba de dónde salía el dinero con el que se pagaba dicha propiedad.

Pero esta persona conserva su casa y el banco le ha aplazado la hipoteca 4 años porque, según palabras de su abogado, es difícil que pueda pagarla sin empleo.

El duque de Palma está buscando trabajo mientras el Ayuntamiento de Palma le ha pedido que deje de usar el título de duque.

A continuación podríamos exhibir un listado interminable de las familias que han sido puestas en la calle sin miramientos, en ocasiones por dos duros.

Sobre la selección

En pocos días comunicaremos la selección.

Durante las dos últimas semanas, los editores se han puesto en contacto con los autores de los textos escogidos.

Todavía quedan un par de relatos por confirmar; es posible que se produzca algún cambio de última hora.

Muchas gracias a todos.

Hiperrealismo

de Manu Espada

Junto a la farola se agolpan nueve hombres. Cuatro de ellos tienen las corbatas raídas y los pantalones remendados. Los otros cinco van en mangas de camisa. Rotas. En la farola de al lado hay otra decena de hombres. Fuman un cigarrillo. El mismo cigarrillo. Se lo van pasando. La plaza está llena de farolas apagadas. Cientos de hombres se apoyan en ellas. En círculos concéntricos. Apenas hablan. Fuman y esperan. Al amanecer aparecen diez camiones con la pintura desconchada. Los hombres se ponen de pie y corren hacia ellos. Se empujan. Algunos caen al suelo. Se pisan. Los más fuertes llegan los primeros. Del primer camión se baja un individuo.

—¡Silencio! —grita mientras saca un iPad de su chaqueta. La multitud intenta abrirse paso.

—¡Dos ingenieros nucleares! —vocea mientras decenas de personas levantan la mano.

—¡Tú y tú! —señala a dos individuos. Se suben al camión y prosigue con la selección.

—¡Catorce licenciados en Química! ¡Nueve astrofísicos! ¡Doce doctores en Filología Alemana! ¡Cuatro actores de reparto! ¡Quince informáticos! —acaba de leer la lista y se la guarda en el bolsillo.

 —¡Y un filósofo! —dice para finalizar. Nadie levanta la mano. Entonces, los seleccionados se suben al vehículo, que arranca y se va a toda prisa. A continuación, un hombre sale del segundo camión con un NetBook. La masa se abre paso hasta él a empujones.

Pequeños detalles

de Gatoto

Bueno, parece que esto empieza a hacer efecto. Cuando el de la farmacia me recomendó estas pastillas no me lo podía creer, me sonaba a ciencia ficción, pero ahora no; ahora que empiezo a notar los primeros cambios en mi cuerpo, creo que conseguiré lo que me propuse hace unos meses. Estas pastillas son impresionantes, cada vez me siento más pequeño, me miro en el espejo y mido la mitad que hace unas horas, voy decreciendo por segundos. Al fin he resuelto mi problema de espacio, he encontrado la respuesta a mi necesidad de habitar una vivienda digna. Ahora con mis 10 cm de altura quepo perfectamente en la casa de muñecas que me compré hace un mes; una preciosa mansión victoriana a escala y equipada con los últimos avances tecnológicos.

El increíble hombre menguante (Escena de la película)

El increíble hombre menguante (Escena de la película)

Felicitación (III)

Düsseldorf, 19 de febrero de 2013

Querido Rafael:

Durante lo que me quede de vida, te estaré agradecido por haber trasladado a Vélez-Málaga el cuerpo de mi madre y ocuparte de su entierro. Nadie, ni ella misma, intuimos su muerte súbita, pero arrastraré siempre la culpa por no haber estado presente en nuestra despedida. He sufrido, como no puedes adivinar, durante estos días y sus madrugadas; sobre todo en la mañana del 15, que imaginé su cara de cera y lejanía, el nicho en la cuarta altura, el ramo de insustituibles hortensias que tanto le gustaban y la lápida tal como quiso: de mármol blanco y sólo con su nombre, sin cruz ni apellidos.
El señor Egbert Fothen, mi jefe, me informó que en casos extremos podía ausentarme dos días del trabajo, pero también me recordó que el 16 y 17 –sábado y domingo siguientes− se celebraban dos bodas multitudinarias en el hotel, advirtiéndome que mi puesto sería ocupado por otro y que, si me marchaba a España, difícilmente podría recuperarlo.
Tú tienes una copia de las llaves de nuestra casa. En el último cajón de la máquina de coser de mi madre, encontrarás una caja de hojalata; la verás enseguida, en la tapa pone «Galletas La Aragonesa». Tiene un doble fondo que hice con una fina tabla de contrachapado forrada en tela azul celeste. En él, envueltas en papel de seda, hay cuatro monedas de oro con la efigie del rey Juan Carlos: cada una pesa veinte gramos y son conmemorativas del décimo aniversario de su reinado. Mi madre las compró por precaución, ya sabes, por si en el futuro me sobrevenía alguna necesidad insalvable. Te pido que las lleves a la calle Carretería y averigües, en algunos de los innumerables comercios que compran oro, cuál es el que ofrece mejor intercambio. Creo recordar uno, quizá el más solidario (todavía quedan personas bondadosas), que oferta abonar algo más por gramo si estás parado o has sido desahuciado.
Con el dinero que obtengas, quiero que pagues las facturas o recibos que te relaciono: 732,60 € al Banco de Santander, por unos gastos residuales de tramitación al estar obligados a quedarse con el piso que compré y no pude pagarles; 102,50 € para la farmacia Duarte, de una acumulación por “copagos” de las medicinas que mi madre necesitó en sus últimos meses; para el Ayuntamiento 118 € (más el 20% de recargo anual), que es el importe de dos recibos por recogida de basuras que no pudo satisfacer en su momento, cuando redujeron su pensión; y 201,75 €, por varios conceptos, a Ultramarinos Supremos, la tienda cercana a su portal, en Trinidad.
¿Palabras para agradecer tus atenciones? Tendré que inventarlas: no existen las que definan tu amistad y comprensión incalculables. Alguna vez, cuando me afiance en el Heinemann Konditorei y en Düsseldorf, tendré el orgullo de invitarte a venir para mostrarte esta maravillosa ciudad que por ahora, desgraciadamente, casi no conozco de día.

Un abrazo

Adivinanza

de Miguelángel Flores

 

Banco de imágenes del CNICE. Consultar tipo de licencia para su uso en mediateca.educa.madrid.org

Banco de imágenes del CNICE. Consultar tipo de licencia para su uso en mediateca.educa.madrid.org

Este banco está ocupado por un padre y un hijo. Llevan toda la mañana cabizbajos. Permanecen muchas mañanas así, sin hablarse apenas. El padre se llama Juan y tiene cincuenta y tres años. Llevaba trabajando desde los catorce. El nombre del hijo ya te lo he dicho, pero eso es lo de menos. Tiene veintiocho años, una hija de cuatro y una hipoteca de treinta.  Hay junto a ellos un periódico local abierto por la página de empleo. El resto puedes adivinarlo.

La vieja alcancía

de  Ignacio López Soriano

Cuando supo que sus días estaban contados, el abuelo Anselmo me regaló una gran hucha de barro cocido y me dijo:

     −Este tesoro es para ti. Guárdalo en sitio seguro y prométeme que solo lo usarás cuando no puedas vivir sin él. Antes de romper la alcancía debes haber agotado todas las demás posibilidades.

Así juré hacerlo. Por eso, cuando compré la Vespa, esperé a tener ahorrado el puñado de pesetas que necesitaba. Lo mismo ocurrió cuando quise llevar a la familia a lomos de un “dos caballos”. Para el piso tuve que recurrir a una hipoteca con leoninos intereses que obligó a trabajar incontables horas robadas al sueño, a hacer números durante largos años. El tesoro vino muchas veces a la cabeza, pero consiguió salvarse.

vieja alcancía

Ahora, cuando tengo la edad del abuelo Anselmo y pensaba recorrer seguro el camino que me queda, unos personajes trajeados con sueldos indecentes dicen que he vivido por encima de mis posibilidades y condenan a mis hijos y a mis nietos a una existencia que ya creía olvidada. Ahora, cuando mi pensión resulta absolutamente insuficiente para levantar el peso de una familia que se ahoga en el paro, he acudido a la vieja alcancía. Entre sus trozos de barro solo han aparecido antiguas chapas de cerveza, rancias chapas que colgaron de un salchichón… El abuelo, confiando en mí, solo me dejó el tesoro de una ilusión. Él tampoco imaginaba que, muchos años después, algunos vendrían a hacer añicos hasta las más pequeñas ilusiones.