La habitación 346 del hotel Roma de Turín aún conserva el teléfono de pared Siemens desde donde Cesare Pavese realizó cuatro llamadas a cuatro mujeres: una antigua amante, una recién conocida, la hermana y una prostituta. Ninguna accedió a visitarlo, y el escritor anotó “No cotilleéis demasiado” en un papel y abrió el frasco de barbitúricos.
El viajero que admira a Pavese ansía secretamente descubrir en Turín una ciudad que explique el suicidio. Imagina la ordenación cuadriculada de calles, el mobiliario urbano distribuido simétricamente, la legión de peatones con rumbo fijo y mirada perdida.
Los suicidios de Primo Levi y Emilio Salgari, y el ataque de locura de Nietzsche, también ocurrieron en Turín. Así que, aparte del prejuicio turístico de creerla una ciudad con poco más que la fábrica de la FIAT, el viajero le imputa todas estas pérdidas. Sin embargo, llega a la estación de Porta Nuova empujado por el deseo de encontrar la pista de alguno de aquellos amigos muertos. Mientras toma un bicerín en el Platti —en otro tiempo frecuentado por Pavese—, el viajero abre El oficio de vivir. Relee algunos fragmentos, acompañado por el sabor del café con chocolate, las atenciones de los camareros y el suave tono de las voces provenientes de otras mesas, que lejos de ser una excepción, vuelve a encontrarlas en cada uno de los cuidados cafés y restaurantes que disfruta durante su estancia. Pero sobre todo, el viajero descubre en Turín una ciudad pensada para pasear: las galerías de cubiertas acristaladas y los amplios soportales transitados por personas de mirada franca y andar sereno; las terrazas cuyas sillas nunca estrangulan el paso; las palabras de quienes admira; los puentes sobre el Po.
El último día, el viajero mira su reflejo en el escaparate de la librería Dante Alighieri y entra a buscarse. En las salas de lectura de la primera planta, encuentra un espacio íntimo propicio para reflexionar. Se sienta en uno de los sillones, hojea un libro, mira los cuadros. Sabe que al día siguiente deberá regresar al sitio de donde procede. Y siente el desquite de Turín.
Sin perder la calma, el viajero vuelve a su habitación para realizar cuatro llamadas desde el teléfono de pared Siemens: a casa, al trabajo, a la agencia de viajes y a la recepción del hotel. Tiene que posponer todo lo que pueda el regreso a un lugar donde, en vez de soportales, librerías y cafés, abundan los cajeros automáticos, bares y peluquerías.

Cesare Pavese