SACANDO (DISCRETAMENTE) AL HOMBRO DE SU SITIO UNA TARDE DE VERANO

Lanzar piedras
sea quizá
guardarlas en el aire,
atribuirles
mordeduras de viento,
proponerles una breve
vida de asalto.

Lanzarlas sea quizá
ensayar nuevas técnicas
de la ira, empeñar en las nubes
un furibundo
gesto puntual,
tensar las brisas
como bocas disponibles,
heridas deseantes.

Hacerlo sería como sorprender ventiscas,
como hacer del cielo una estrecha sima curva,
como si se le diera a lo inerte
una inútil carrera prodigiosa:
devastar el cielo con el hombro.

Del poemario La sed adiestrada, ganador del XVI premio Ciudad de Las Palmas