El pasado 12 de septiembre, a los 46 años, David Foster Wallace se ahorcó en su casa de California. Además de ser uno de los escritores más innovadores e influyentes de la última década, tanto en Norteamérica como en Europa, era un profesor de escritura creativa muy querido por sus alumnos.
Con un lenguaje claro e imaginación desbordante hizo que sus personajes trataran sobre drogas, cine o filosofía y, sobre todo, del malestar en nuestra cultura. Desde su generación, junto a otros como Chuck Palahniuk, Lorrie Moore o Jonathan Letem, analizó distintas formas de soledad en esta sociedad fragmentada donde el individuo no tiene defensa. Son títulos imprescindibles el hilarante Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer y la monumental La broma infinita, considerada un clásico y que convirtió a Wallace en un icono de la literatura.