Esta entrevista es continuación de la iniciada en el número anterior de este periódico.

“No es posible establecer barreras entre la obra y la vida de un escritor sincero”, ha dicho usted. Sin embargo, muchas personas que comienzan a escribir temen ser reconocidas en sus textos. ¿Qué les diría?

Hay que distinguir entre la verdad literaria y la verdad histórica. Yo afirmo siempre que todas mis novelas son autobiográficas, pero no son históricas, porque hay una diferencia radical entre escribir lo que se vive y vivir lo que se escribe. Cuando se escribe lo que se vive, las memorias pueden ser más o menos variadas, pero es la propia vida. En el otro sistema, uno pone su propia vida a través del filtro inventado. Es decir, cuando escribo acerca de un ganchero, me siento ganchero, pero no es lo contrario. Nunca he sido ganchero en la Sierra de Cuenca, ni sirena en el Mar Egeo.
Para mí, lo autobiográfico es vivir lo que se está escribiendo. Si yo cuento que en un hotel entran unos viajeros y hablan con el conserje, tengo que ser el conserje, no porque alguna vez haya sido conserje (no lo fui nunca), sino porque sólo desde él puedo contarlo. Lo autobiográfico no quiere decir lo histórico, porque la verdad de cada uno está en sus imaginaciones e invenciones tanto o más que en sus hechos. Lo que uno inventa es lo que ha querido que pase y, a lo mejor, no pasó, pero es igualmente verdad.
Si alguien tiene miedo de ser reconocido al escribir, pues que no lo escriba. Yo no sé qué habrán pensado de mí algunos de los lectores de El amante lesbiano, ¿verdad? Me tiene sin cuidado, que piensen lo que quieran. Aunque no debe estar mal ser lesbiano. Uno le da vueltas al asunto…, pero bueno, ya es un poco tarde.

La aceptación o no de su obra por parte del público, ¿afecta a su escritura?

La aceptación afecta a la obra en el sentido de estimularla, no en el sentido de que, cuando me pongo a escribir, esté pensando en su aceptación en el mercado. Durante 40 años fui poco conocido. Mi primera novela la publiqué en el 48 y empecé a ser conocido con Octubre, Octubre y La sonrisa etrusca, en los ochenta. Escribir es una cosa muy seria, aunque a veces la gente no se dé cuenta, y nunca quise estar presionado por un editor que me recordara una fecha de entrega. Yo no dejo un libro mientras creo que lo puedo mejorar. He publicado lo que tenía ganas de escribir sin pensar si vendería o no, y he tenido la satisfacción de que la gente hable con cariño y entusiasmo de mis libros. ¿Qué más voy a pedir?

¿Tiene algún sentido escribir si no se piensa publicar?

Investigar en vidas ajenas en una novela es igual que indagar en uno mismo, de modo que comprendo que algunos escritores no publiquen. Yo tengo escritos que no he publicado; por ejemplo, un buen puñado de poemas.
Pero, en el fondo, se escribe hacia fuera, ¿verdad? Uno echa la botella al mar, y la echará muy lacrada y todo lo que usted quiera, pero la echa, y cuando alguien la coge, te pone muy contento. Diez o doce años después de publicar Congreso en Estocolmo, entro en una farmacia de Tenerife y el farmacéutico me habla del libro, que le había gustado, sobre todo “aquello tan bonito de la muerte de la abeja”; una abeja que se tambalea sobre un libro y muere. Era un episodio sin trascendencia, pero yo había puesto ahí todo mi interés. Era la melancolía de la muerte, de la desaparición de la vida. Y me puse muy contento de que aquel hombre hubiese reparado en ello. Sentirse en contacto con otras personas te hace muy feliz.
Quien empieza a escribir debe descubrir su propio camino y no pensar en lo que se vende y va a gustar o no. Debe pensar en lo que tiene necesidad de decir, porque esa fuerza moverá el texto. Yo me he pasado 40 años escribiendo sin ninguna nombradía. Pues muy bien. Y ahora mismo trabajo muchísimo, y me cuesta físicamente, pero estoy encantado de hacerlo.

José Luis SampedroEn Escribir es vivir no profundizó en su método para corregir textos. ¿Cómo mejora sus libros?

Corrijo mis libros, sí, pero no crea que lo hago buscando florituras. Eso nunca me ha preocupado. Entre lo que pienso y lo que recibe el lector siempre hay una pérdida. Como los ruidos de la informática, de los que hablan los comunicadores, también hay ruidos impidiendo que todo lo pensado le llegue al lector. En parte, depende de mi manera de transcribirlo al texto. Ahí es donde corrijo, porque yo no puedo actuar sobre las interpretaciones del lector, pero sí sobre el paso de mi mente al papel. Cuando releo lo que he escrito de primera mano, no digo todo lo que quiero decir, y hago correcciones, pero no por ser estilista, sino por ser expresivo.
Se puede escribir por entretenimiento, ingenio u otras muchas razones, pero para mí lo que es importante en el arte es que sea una revelación. Cuando el arte revela, es una vía de conocimiento tan importante como la ciencia. Andamos siempre con la ciencia, y tiene sus valores objetivos, pero la intuición y la visión poética tienen un valor diferente, una capacidad de creación que se impone a lo anterior. Cuando un poeta logra la forma más avanzada y mejor hecha, ganamos todos.
En la primera parte del trabajo, tomo notas en una libretita. Poco a poco, la idea va cuajando y, entonces, la escribo. Yo he escrito muchísimo a máquina. He reescrito cada novela un promedio de 3 o 4 veces. Las construyo por destilaciones sucesivas. Cuando terminé la cuarta versión de Octubre, Octubre, apilé los folios de todas las versiones, los medí y le dije a mi mujer: “mira, 1 metro y 26 centímetros de altura”.

A quienes empiezan a escribir, ¿qué les sugeriría?

Leer todo lo que puedan, sobre todo, buenos autores. Viendo qué hacen ellos, van descubriendo su propio camino porque, dentro de los grandes autores, a todos nos gustan más unos que otros, y ahí descubrimos qué es lo más personal. Cuanto más personal sea lo que se escribe, mejor. De modo que, primero, a enriquecerse con la lectura, y también con la observación y la vida. Y segundo que, al escribir, se crea lo que está escribiendo, porque si no, será muy difícil que lo crea el lector. Cuando se miente, hay que hacerlo con convicción.

¿Y las prisas de algunos jóvenes por escribir “su” novela?

La novela es un arte de viejos o, por lo menos, de personas maduras. Hay poetas que han muerto muy jóvenes (Garcilaso, Keats,…) y han dejado una obra maravillosa y única, pero son pocos los novelistas grandes que hayan muerto jóvenes (como Kafka, por ejemplo). Aunque se alabe mucho el ingenio, yo estimo más el genio, que es la captación de la realidad profunda. La ocurrencia, la gracia, la agudeza, la finura o la captación de un detalle están muy bien, pero la visión de un mundo, como cuando Tolstoi escribe Guerra y Paz, es otra cosa. Eso es un universo. O Balzac. O Galdós, con todo lo que quieran meterse con él. El genio es la grandeza.