Cuando quieres escribir, cuando sientes esa necesidad que se impone casi como otra más, ya sea hambre o amor, nada viene a asegurar el sustento de la misma. Hemos dicho ya que un escritor puede apelar a la despensa de sus ocurrencias, así como a sus vivencias y recuerdos. Pero también puede, si no dispone de otro material, invocar a “otro yo” desconocido que le susurre una idea, y que éste no responda y lo deje sediento y sin gota con que calmar la necesidad de escribir. Si atraviesas una etapa de sequía, prueba a recurrir a lo siguiente: apelando al “otro yo”, borra el “yo” y deja el “otro”.
Cabe tomar del otro, de cualquier otro, lo que no surge de nosotros. Incluso cosas que nunca se nos ocurrirían. Ese otro es tan importante en escritura que no se puede llegar a escribir bien sin leer a muchos otros escritores y tomar de ellos cuanto se pueda. Un escritor tiene que poner en juego la máxima freudiana de no dar valor exclusivo a la originalidad de temas o recursos. Porque lo que importa es que funcionen como si fueran usados por primera vez.
Escuchar a otras personas, en lugares y circunstancias diversas, observar sus comportamientos, ponerles pensamientos e intenciones. Así tendrás a tu disposición toda una serie de temas y personajes de la novelesca más vívida y actual. Como todo material, debe ser tratado literariamente y, en este sentido, lo que se espera del escritor es la producción de un anudamiento particular en lo que sugiere. El gran problema de esta técnica es que nuestro psiquismo está atravesado por una rivalidad fundamental con el otro, de la que no es fácil salir, puesto que nos constituye. Es aquí donde debes confiar en la escritura misma pues, como toda vía sublimatoria, puede transmutar lo que el otro promueve, incluso lo más abyecto, en algo bello y satisfactorio, socialmente valorado entre esos otros que son su origen.