José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954) reside en Málaga, es novelista y autor de libros de relatos y obras de teatro. Entre otras novelas, ha escrito Muntaner, 38 (Premio Jaén de Novela, 1996), El vendedor de rosas, Los que no están (Premio Alfonso García Ramos de Novela, 2001) y Pacífico, que acaba de ganar el Premio Dulce Chacón, 2009.

¿Cuándo estuvo usted convencido de ser escritor?

Desde que me dedico profesionalmente a ello, a partir de ganar el Premio Jaén, en el 96. Antes había publicado, me encantaba escribir, pero decir “lo dejo todo y me pongo a escribir para vivir de ello”, he podido hace 13 años. Estudié Derecho, aunque no llegué a ejercer, pero decía que era escritor (y me daba un poco de apuro). Escritor se es cuando uno se toma en serio la escritura.

El narrador de Pacífico y usted, ¿qué tienen en común?

Los gustos literarios. Me gustan Kafka y Hemingway. El hombre que está solo, sentado y quiere aventuras pero no se mueve de la ciudad, que es Kafka, y el gusto por viajar, el escritor aventurero que era Hemingway.

¿Se puede ser ambos tipos de escritor?

En estos tiempos en los que es tan fácil moverse de un sitio a otro, sí. Si algo me gusta tanto como escribir, es viajar; me da ideas y ventila mi cabeza, aunque a lo mejor no se nota, porque escribo acerca de espacios comprimidos. Es un pequeño mundo que puedo controlar, me gusta dominar visualmente la novela. Cuando estaba escribiendo Pacífico, me imaginaba la calle Comercio como lo que veía desde mi casa.

Sin embargo, el protagonista de Los que no están construye ciudades imaginarias.

Pero son barrios y bloques militares. Entonces todo se hacía con barreras, eran espacios asfixiantes, como en El vendedor de rosas; sueñan con países lejanos pero viven en un sitio cerrado.

Sus personajes no luchan contra la adversidad. ¿Por qué?

Encuentro absurdo que alguien intente demostrar tener la razón por medio de convencer a los demás, es como hacer concesiones a las reglas sociales, como entrar en una sociedad que, como escritor, no me gusta. Mis personajes no se defienden físicamente ni verbalmente. Son introvertidos, su rebeldía la llevan por dentro. Es una rebeldía pasiva al estilo de Gandhi.

¿Todos sus personajes rompen con la realidad?

Son personajes ensimismados, tienen un trato limitado con la realidad, en el sentido de que son un poco sordos y daltónicos. Me atraen las personas que están al margen, no les gusta la sociedad como es y crean su propio mundo.

Esa ruptura con la realidad, ¿es propia también del escritor?

De los escritores que a mí me gustan, sí. Siento envidia sana, y trato de aprender de ellos. Escribo también como lector, ¿no?
No es falsa modestia, pero cuando acabo un libro no estoy nada convencido. Al terminar Pacífico estaba deseando sacar otro libro que lo eclipsara y, de pronto, empiezo a descubrir que el libro funciona. Quedé sorprendido al leer las críticas, y el premio que acaban de concederme es muy literario, lo otorgan críticos, es un certamen al que no te presentas, no hay historias extrañas y nadie sabía nada, ni mi editor.
He tardado 7 años en escribir Pacífico. Es curioso porque, de no ser por la obligación de acabarla, a lo mejor ni la habría publicado. La revisé tantas veces que, al final, me preguntaba si la gente iba a entender lo que yo quería decir en un pasaje determinado. Estar tanto tiempo encerrado con una novela te hace perder la perspectiva.

¿Ficción o realidad? Qué elige.

Ficción, siempre. Desgraciadamente, no puedo aislarme de la realidad porque sería peligroso. Hace 14 años fui a buscar trabajo al periódico Sur. Joaquín Marín me preguntó qué quería hacer. Como artículos de opinión hay muchos y no me atrae escribir sobre la realidad (hay gente que lo hace mejor que yo), le propuse un artículo semanal de creación. Son cuentos, historias que invento, tienen un principio y un final. Estoy toda la semana con las orejas puestas para captar cualquier detalle que me sirva.

¿Así encuentra ideas para sus historias?

Las saco de la vida cotidiana y de sucesos que me llaman mucho la atención.
Los que no están surge de la historia de un hombre en un pueblo de Navarra que, durante la guerra civil, cuando mataba, decía: “hoy he dejado mudos a dos”. Una vez que terminó la guerra, adoptó un niño con espina bífida y no volvió a hablar.
El germen de Pacífico fue un artículo del periódico sobre el error jurídico de un hombre condenado por pederastia con su propia hija.
A partir de un tema de cuatro líneas empiezo a extender. En los dos casos me puse a pensar qué sería de esa persona a raíz de ocurrirle una cosa así.
En el caso de Pacífico, además, estuve presenciando a diario el juicio sobre el asesinato de Rocío Wanninkhof, escribí artículos para el periódico y me llamó la atención el hecho de que aquella mujer no se defendiera mucho. Únicamente decía “soy inocente”, sin levantar la voz.
Luego, lo que me interesa en Pacífico son las relaciones personales.

¿Cuánto hay de consciente y cuánto de inconsciente en lo que escribe?

Repaso mucho y está todo muy pensado, pero reconozco que escribo de forma muy intuitiva. Aunque mucha gente dice que no cree en la inspiración, yo sí. Hay momentos de lucidez y otros terribles en los que no te sale nada. Ahora mismo, estoy dándole vueltas a un cuento que tenía que haber entregado hace días, y no viene.

¿Cómo podríamos ahondar más en las historias que escribimos?

De entrada, tienes que ser sincero. Hay que perder la vergüenza, lo que no puede hacer nunca un escritor es censurarse a sí mismo. Luego está lo políticamente correcto; es horrible escribir en algún medio de comunicación porque te condicionan de una u otra forma.
Además, hay que sentir lo que cuentas de una manera profunda. Cuando me pongo con una novela, me planteo que yo lo voy a vivir todo y lo voy a contar. Me meto de cabeza, en el sentido de que lo que me rodea pierde consistencia, la realidad de mi vida la vuelco en la novela.
No hago literatura de la literatura. No me gustan los escritores barrocos (aunque hay novelas barrocas fantásticas como Paradiso). La literatura que me gusta es directa y está pegada a la realidad, aunque sea fantástica. Me refiero a un lenguaje sencillo y no carente de poesía. Los autores que me gustan son aquellos que te atrapan de una forma fácil. Que no es fácil hacerlo, por cierto.

Salarios de risa, desempleo, un sistema educativo muy deficiente. Nuestra sociedad, ¿es demasiado pacífica?

No veo a la sociedad pacífica, la veo inutilizada (cuando hablo de sociedad me refiero a lo establecido). La gente se acomoda, no tiene más remedio. Antes se militaba, lo hacía todo el mundo. Ahora se moviliza una pequeña parte de la sociedad, son gente que tiene muchísimo valor porque hay más métodos de represión, muy eficaces y sofisticados. En cuanto a los rebeldes, la sociedad los fagocita, convirtiéndolos en clichés. Ahí están las ONG y los okupas.
Si yo estoy comprometido, nadie lo ve. Los nuevos escritores lo tienen más difícil, es más complicado escribir que antes. El peligro es que la gente se acomoda.