En esta convocatoria se han presentado 3.723 cuentos procedentes de España y Latinoamérica. El jurado no tuvo fácil la elección del microrrelato ganador y finalistas. Para proceder a designar el relato premiado, además de otros parámetros, se contrastaron los tres textos presentados por cada autor.
Puesto que en la convocatoria anterior el jurado declaró desierto el premio, la cuantía se suma a la del presente certamen, por lo que el premio para el ganador asciende a 2.000€.
Agradecemos a los finalistas que nos hayan dado permiso para publicar sus textos.
Presentamos en este número el microrrelato ganador y dos de los finalistas.
En el de febrero publicaremos los restantes. Enhorabuena a todos ellos.

 

Ganador:

La espera, de Tomás Onaindía (Caracas, Venezuela).

Finalistas (ordenados por título):

  • Dar batalla, de Federico Pablo Demarchi (Rosario, Argentina)
  • Secuencias absurdas, de Jesús F. Castro Lago (Cádiz, España)
  • Temperatura de oficina, de Alexandra Jamieson Barreiro (Madrid, España)
  • Una tormenta criminal, de Juan A. González de las Casas (Madrid, España)
  • Unilateral, de Mª Fernanda Trujillo León (Sevilla, España)
  • Y seguimos, de Alejandro Carmelo Dato (Necochea, Argentina)

Primer premio (2.000)

[hr /]

La espera

Se llamaba Gin pero en el barrio todos le decían Esfinge. Era una perra mestiza, lanosa, de color crema. A media mañana salía del edificio tras los pasos de su dueño con el andar cansino de quien sabe que le espera una larga jornada. Ya de madrugada, era Gin la que abría la marcha de vuelta a casa. Si el hombre se detenía, si tropezaba y caía de bruces, si vomitaba apoyado contra una pared, la perra lo esperaba. Entre el paseo de la mañana y el de la madrugada, lo único que Gin hacía durante horas, en invierno como en verano, era permanecer sentada en una acera, inmóvil, mirando fijamente la puerta de un bar.

Tomás Onaindia Gascón. Caracas, Venezuela.

 

Finalistas

[hr /]

Secuencias absurdas

A lo lejos una preciosa joven sentada en un columpio colgado de un árbol disfrutaba con un amigo de un pícaro encuentro, hacia ellos se acercaba un gran barco con los cañones todavía humeantes y las velas completamente extendidas. Al barco le persigue un caballo, al caballo un grupo de centuriones, tras los centuriones se ve, más cerca de mí, un castillo entre la niebla y unos campesinos descansando, los cuales todavía no se han dado cuenta de la gran tormenta que se acerca por su izquierda. No me estoy enterando de nada. Se me hace difícil entender los museos.

Jesús Castro Lago. Cádiz, España.

[hr /]

Dar batalla

Te superan en número. Están armados, atentos, esperando tu llegada y lo sabés. Sin embargo, tomás carrera, embestís con todas tus fuerzas y cruzás la puerta llevándotelos por delante. Ellos caen, se golpean con sus ametralladoras y sangran. Yacen inconscientes sobre el piso, casi muertos.
Exultante por haberte impuesto a tan desventajosa situación, soltás una estentórea carcajada. Pero de pronto tu cara se ensombrece, el estruendo de tu voz se extingue en una mueca de dolor y no podés sino admitir que ya te están afectando tantas obligaciones, tantas presiones, tantas hostilidades y que, cuando menos, deberías tomarte con más calma los juegos que compartís con tus hijos.

Federico Demarchi. Rosario, Argentina.