Hay un lado no tan evidente, quizá enigmático, que tiene el disfrute de objetos tan peculiares como un relato, un poema o un aforismo.
Los humanos encontramos satisfacción en esos objetos sutiles, y esto nos lleva a pensar que el hombre es tributario de “necesidades” que no son cubiertas por elementos objetivamente materiales. Todos sabemos de las propiedades del amor, también de la conocida frase: “no solo de pan vive el hombre”. Es cierto que nos nutrimos y satisfacemos con objetos inmateriales cuyo soporte puede ser la palabra, y en especial la palabra escrita. Y en ese nutrirse está implicado todo el individuo, tanto como en cualquier otra satisfacción corporal. Este modo de antropofagia que es el consumo de los escritos es, como sabemos, un mercado lleno de suculencias; y a la producción de estos apetitosos objetos nos dirigimos para tratar de vislumbrar algún elemento común en sus fabricantes, que son, en este caso, los escritores.
El escritor no solo pone en el mundo un “nuevo objeto”; previamente lo extrae, como la araña su tela, del centro de su ser. Este centro al que apuntamos no es otra cosa que la realidad de lo psíquico, fundamentalmente inconsciente. Y es bastante notorio que una de las vertientes de su funcionamiento es más bien poco creativa, que presenta una insistencia monótona en reproducir o encontrar una realidad que es obstinadamente la misma. Efectivamente, esto produce malestar, son los conocidos síntomas y trastornos, o las situaciones que “endiabladamente” se nos repiten, de las que solemos quejarnos sin saber bien el porqué de su aparición más allá de nuestra voluntad o intención.
Esta vertiente de “lo mismo”, repetitiva, proyecta una enorme sombra sobre todo proceso creativo y se presenta en diferentes tonos fácilmente reconocibles como “el sentimiento de que se agotó la inspiración”, “los bloqueos” o “la angustia ante la página en blanco”, entre otros. Es decir, que encontramos de entrada este obstáculo en la producción de lo escrito que ha de ofrecerse como objeto apto para ser socialmente compartido.
Tomamos al escritor como ejemplo de creador que transforma lo privado e “intransferible” en objeto de cultura y de disfrute colectivo. Y eso ha de producirse venciendo esa inercia de lo psíquico. Porque ese objeto, ese escrito, que primero es íntimo, para ser disfrutado por los demás, para que los demás puedan asumirlo como propio, tiene que seguir el mismo camino de todos los otros objetos de disfrute colectivo: debe pasar de ser gozado íntimamente por su creador a que éste pueda desprenderse de dicho goce, de dicho objeto. Elaboración de un goce íntimo que anule lo encarnado del mismo desprendiéndolo, produciéndolo para ofrecerlo al disfrute colectivo. Tal elaboración conforma una parte fundamental del proceso del escritor y de cualquier creador.