Una de las figuras arquetipo de la narrativa es el guardián del umbral. Representa el obstáculo que el protagonista debe vencer para adentrarse en una nueva situación. Puede ser un personaje (un cerbero que protege la puerta al mundo de la aventura) o, en su vertiente psicológica, una dificultad o resistencia del protagonista (quien, por ejemplo, ya no ama a su pareja y duda si afrontarlo para cambiar su vida).
Al escribir, los guardianes aparecen cuando no nos atrevemos a contar algo por temor a las reacciones que pueda provocar en los allegados o, de manera más pertinaz y oculta, en nuestra resistencia a cambiar la forma de ver el mundo y, por tanto, de entendernos a nosotros mismos. El guardián del umbral se destapa en nosotros cada vez que vislumbramos cambios.
En un taller también hay guardianes. La propuesta habitual de los cursos de escritura es la de ofrecer técnicas, supuestamente neutrales, para redactar mejor. Se atiende, desde este planteamiento “aséptico”, solo a los aspectos formales, como si se pudiese separar la forma del contenido. Es la manera más cómoda de evitar un encuentro con algún guardián. Un (des)enfoque, este de mirar hacia otro lado, que parece convenir a profesores y alumnos. A los primeros porque les ahorra molestias y prolonga su imagen simpática. A los últimos porque así evitan revisar sus esquemas mentales y, por tanto, enfrentarse con la ideología adquirida. ¿En qué lugar queda entonces el trabajo de revisión y crítica que aporte a los futuros lectores otra forma de ver las cosas?
Escribir sin ninguna variante lo que ya se ha escrito, volver a leer lo que ya se ha dicho, no tiene el menor interés. Por eso es crucial dedicar tiempo a estudiar la elección del tema y desde qué perspectiva se va a abordar. Hay que atreverse a hablar y a escuchar. No con el ánimo de organizar un debate, sino con la intención de poner propuestas sobre la mesa para que cada uno medite sobre ellas y llegue a sus propias conclusiones. Es insensato buscar la uniformidad cuando una de las claves fundamentales de un buen texto está en la forma particular de tratar el tema.
Un taller que no se atreva a proponer controversia solo puede uniformar: enseñar a contar de forma correcta lo mismo de siempre. Para no caer en esta trampa, hay que exigirle al profesor que sea atrevido. Al profesor y al alumno, que también debe atreverse a cuestionarse. Quien esté muy seguro de sus ideas y no quiera ser “molestado”, es mejor que, en lugar de a un taller de escritura, se apunte a bailar salsa y dedique su tiempo libre al egosurfing.