El libro Retrato de un hombre inmaduro aparece como un compendio de relatos que podrían ser independientes. ¿A qué se debió esa forma de tramarlo?

La historia se cuenta desde la memoria del narrador, y ése es el paisaje que ofrece su pasado: un amontonamiento de episodios perdidos en el tiempo. Algo así como las perlas de un collar, que son independientes pero van todas insertadas en el mismo hilo.

Al crear un protagonista en la situación de nada que perder favorece que el lector encuentre sinceras sus historias, sus reflexiones. Por otra parte está solo, aunque no abandona su humor tan particular. ¿La concepción del personaje fue premeditada o surgió a lo largo de la novela?

Fue premeditada. Es una voz que habla desde el final de la vida, cuando ya sólo queda hacer balance. El hecho de que tenga las horas contadas le hace quizá ser más lúcido y sincero.

Quizá nos define más aquello que quisiéramos ser que lo que somos

Como al señor Bloom en la película Big Fish, al protagonista de su novela parece no serle suficiente la realidad para vivir. ¿Modela a su gusto nuestro hombre inmaduro las historias que cuenta?

A nadie le es suficiente la realidad para vivir, salvo a los niños, a los locos, a los recién enamorados, a algunos sabios y poco más. Por otra parte, nunca recordamos fielmente los hechos. La nostalgia, la imaginación, los deseos, los altera a su modo. Quizá nos define más aquello que quisiéramos ser que lo que somos en la realidad.

El conflicto entre lo que deseamos ser y lo que realmente somos, ¿es más acusado en el escritor?

No lo sé. Es cierto que muchos escribimos desde la insatisfacción, desde un cierto sentimiento de carencia, de orfandad. Pero, escritores o no, casi todos sufrimos la sospecha de estar en el mundo de prestado, y es casi imposible escapar a la sensación de que la vida es un absurdo. Y cada cual trampea eso como puede.

En una entrevista reciente usted habló de los lectores inspirados y de la impronta que deja ese lector. ¿Cómo es posible valorarla? ¿Podría ampliar la idea?

Hay lectores más inspirados que otros, y libros que nos inspiran más que otros. El Quijote, por ejemplo, es el texto que escribió Cervantes más los millones de lectores que lo han ido enriqueciendo con sus lecturas personales e intransferibles. Creativas, en definitiva.

Parece no estar de moda el compromiso social e ideológico. En el caso del escritor, ¿deberíamos aceptar que es resultado de la poca exigencia de los lectores? ¿De una adaptación, por tanto, al mercado?

Es que la sociedad se ha desideologizado. Hay como un descrédito de las ideologías, un encogerse de hombros, un cansancio político y hasta moral que inevitablemente se refleja en el arte y en la literatura. El compromiso, desde luego, no está de moda. El dinero es lo que de verdad está de moda.

El compromiso no está de moda. El dinero es lo que de verdad está de moda

¿Cómo inicia la confección de sus novelas?

Un escritor tiene que escribir a partir de lo concreto, de su mundo singular y único, y rehuir la tentación de lo abstracto. Para mí, lo importante en la novela es el personaje. Trabajando en él, va saliendo todo lo demás, el espacio, el tiempo, el conflicto, la trama.

Sugiéranos dos cosas que jamás debería hacer un joven escritor.

Intentar gustar a los demás antes que a sí mismo.
Caer en el rencor o en la complacencia (Camus).

Y, si es posible, otras dos que, en su beneficio, no tendría que olvidar.

Ser terco como una mula, y saber que en esa terquedad ya está garantizado el éxito de la tarea.
Ser uno mismo. Ése es el único secreto de la originalidad.