Mucho se ha escrito sobre el ataque contra la privacidad que supone la instalación generalizada de cámaras de vigilancia, pero ese atroz enemigo de lo íntimo se está quedando pequeño ante el cotilla moderno y su teléfono móvil.
La cantidad de fotos y vídeos que con fruición e impudicia se graban a diario de compañeros, amigos, familiares e incluso pareja en situaciones compromotidas están siendo fuente de incontables molestias e infamias. Basta añadir a esas imágenes la capacidad de difusión de internet. Páginas como Youtube, Facebook, Tuenti y similares están atentando continuamente contra el derecho a la intimidad, y la expansión de estas “primicias” cuestan pareja, amistades y trabajo a muchas personas. Estando así las cosas, no es de extrañar, por ejemplo, que maestros y profesores se muestren reacios a embarcarse en un viaje de estudios con sus alumnos. O que las empresas rastreen estas redes sociales para estudiar la idoneidad de los candidatos a los puestos de trabajo que ofertan. Porque para ser pillados en una foto, siguiendo la infame escuela de patiños y mariñas con que las televisiones de este país creen contribuir a la libre enseñanza, basta la insinuación. Si a usted le pi-llaron con los ojos entreabiertos, prepárese para ser difamado: es usted un alcohólico.
En Paréntesis nadie nos va a convencer de que los “colaboradores” de tantos programas de casquería estén haciendo periodismo. Pensamos también que la legión de paparazzis frustrados, armados de móvil y facebook, no son mejores que ellos. Unos y otros contribuyen en la medida de sus posibilidades a extender un mo-delo de sociedad retrógrado, de moralidad asquerosa, basado en el miedo y la desconfianza.
Quienes hacemos este periódico pretendemos con él establecer lazos de comunicación y entendimiento entre las personas, y nos oponemos a todo aquello que trate de arrojarnos hacia el aislamiento y la esclavitud impuestos por cualquier dictado inhumano.