Fernando Robles (Federico Luppi) es profesor de pedagogía y literatura en la Universidad de Buenos Aires. La fuerte unión establecida con su esposa, Liliana Rovira (Mercedes Sampietro), es la de dos personas maduras que se aman por sentido común, porque su lealtad no viene impuesta sino que se gana a pulso día a día. Cuando Fernando es jubilado por decreto en un país en quiebra a causa de la corrupción, deja de sentirse útil. Surgen entonces las preguntas incómodas, la tentación de las concesiones. ¿Se puede cambiar de vida y seguir manteniéndose fiel a unos ideales? ¿Cómo vencer al desencanto?
A través de la voz en off de Fernando, la historia nos sumerge en un dilema que nos atañe a todos. Su hijo huyó de Argentina y está viviendo en España, rodeado de comodidades burguesas que ha comprado sacrificando sus sueños. Pero Fernando no se resigna a hacer (ser) algo que no le gusta. Se niega a enterrar unos ideales cuya legítima reclamación estalló en el mundo más de 200 años antes: libertad, igualdad y fraternidad. Sabe que todo intento de cambio social siempre ha sido aplastado por el capitalismo, tal vez la Revolución esté muerta, pero en su ámbito personal no está enterrada.
El protagonista nos transmite este discurso interior mediante las notas que escribe para un posible libro. En ese ensayo, se reflexiona acerca de la bendición y el castigo que supone tener lucidez. “No es bueno que tanto pensar no te deje vivir”, le sugiere su esposa Lili. Quizás ser consciente de la podredumbre de una sociedad marchita sólo deje espacio al pesimismo. Pero la lucidez también le permite ver que la vida es tan fugaz que sería estúpido vivirla como una tragedia. Y aprende que convivir con la lucidez supone saber y olvidarse de que sabe.
Con objeto de solventar los problemas económicos, la pareja se hace cargo de una vieja granja para cultivar lavanda. Allí comenzarán una revolución personal: dejar de lado la nostalgia, rechazar el fracaso y sobrevivir dignamente sin renunciar a sus ideales. Aunque el sistema haya inventado el «futuro» como una herramienta para acobardar al pueblo, cuando se trata de sobrevivir, la pareja descubre que las únicas reglas válidas son las que ellos decidan fijar. Lili —según Fernando, “habrá otras mujeres que admirar, por qué no, pero es Lili la que gana siempre”— será el motor de una ilusión renovada por la vida. Y por la muerte, porque como nos sugiere el protagonista, no son consecutivas sino simultáneas.
Aristarain sabe escoger a los actores perfectos, dirigirlos, cuidar la fotografía y ofrecernos la precisión de sus diálogos y reflexiones. Su sugerente cine está tan lleno de palabras como de imágenes, lo que exige al espectador tener también los oídos bien abiertos.