Miro el reloj sin saber
la hora a la que llegas,
ese agujero blanco entre dos números
donde van a ser míos los planos
de tus ojos;
la confusa maqueta de tu cuerpo
se quedará ante mí
y no sabré si es un espejismo
en el metal del péndulo,
como la luz
siempre antes que el sonido,
o si el tic-tac me trajo
de verdad tu figura,
tan visible y tan plástica
como una foto, un odio,
un deseo momentáneo de romper
el reloj
de puro miedo
a que nuestras horas coincidan
de una vez
en la puerta de mi casa.