Dos mujeres devanan sus pensamientos alrededor de una ausencia. Dos mujeres que son una sola, Penélope desdoblada, y las dos juntas son menos que lo que han perdido. ¿Qué esperan? ¿A quién? Una puerta se cierra, y a los pies de estas mujeres se abre un silencio como un agujero, un silencio culpable y torturado. Una puerta se cierra, y en el interior se han quedado dos mujeres que se muerden la lengua, se cosen la boca, se beben las lágrimas y destejen sus sueños.
Las dos mujeres son Nieves Rosales y Mavi Rodríguez, ambas bailarinas que dan vida a Destejiendo Sueños, título que nos adentra en el nuevo espectáculo de la compañía malagueña SilencioDanza. Una propuesta que capsula, en poco más de una hora, todos los rasgos característicos de su poética: experimentación, fuerza, valentía y una calidad técnica muy depurada.
La joven compañía, fundada por la bailaora, coreógrafa y directora de escena Nieves Rosales, viene desarrollando, desde hace algunos años, un intenso y apasionado diálogo entre el flamenco y la danza contemporánea. Una apuesta usual en estos tiempos, se podría aducir, con acierto. Sin embargo, basta con oír los acordes iniciales o los primeros pasos de Destejiendo Sueños, para entender que las hechuras son otras, nada que ver con esas propuestas indefinidas tan propias de esta huera posmodernidad que, en su abulia, ha confundido mestizaje con cambalache.
El concepto de Destejiendo Sueños es profundamente flamenco. No en vano, durante una hora asistimos a la transformación del cuerpo en movimiento, en un canto elegíaco; y no hay mayor elegía que la proclamada por un quejío a tiempo en una desgarrada soleá. El espacio es sobrio, rústico, descampado; en suma, flamenco. La interpretación tiene un genio arremolinado, emocional y arrebatado, natural cuando se baila con las tripas. La estructura, circular, es tenaz y obstinada como un martinete. Hasta en el aire del espectáculo aflora un alarde gimiente como la cuerda de una guitarra… y, sin embargo, los puristas podrían reclamar, tal vez con razón, unas formas más flamencas. Si bien, la jondura está más en la filosofía que en la apariencia. Es una fuerza subterránea que impregna cada giro, cada gesto suspendido, cada empeño callado de las dos Penélopes que fatigan su anhelo. Un sereno tributo al flamenco de siempre, sí, pero también una mano tendida a todo lo nuevo.
Destejiendo sueños es un milagro en estos tiempos, tan proclives al postizo y la facilonería. Un destello de luz que llega al hombre para hacerlo más bello y humano, a pesar de que las viejas heridas sigan sangrando: ¿Qué esperan esas mujeres que tienen el rostro de todas las mujeres? Acaso es la espera ancestral que nos iguala a todos. ¿A quién esperan esas mujeres? Y la incógnita se calza los zapatos y taconea sobre el misterio, en mitad de un silencio de otro tiempo. Quizá, más allá de la melancolía, doblegado ya el ímpetu de la memoria por hacer recuento, nos asalte la certidumbre como una epifanía: apenas somos fantasmas que, a solas, esperamos en la sombra a otro fantasma.