Estrella sin ley es el relato que abre el libro. La épica, ¿sigue funcionando?

Mi infancia, como casi la de toda la generación baby-boom, está marcada por el western. Le tengo mucho cariño a este relato porque tiene mucho de autobiográfico. De los ocho a los diez años, yo escribía novelas del oeste. Las vendía a quince pesetas en el recreo de Los Salesianos de Granada. Mis compañeros, incluso de clases mayores, venían a preguntarme cuándo iba a traer la próxima. La compraban entre varios y se la iban pasando. Cuando salíamos de clase nos íbamos a los billares y yo invitaba con el dinero que había ganado.
Mi padre me rompía las novelas porque pensaba que estaba perdiendo el tiempo. Era un gran lector, pero pensaba que eso de escribir no conducía a ninguna parte.
Hay una doble épica en este relato: el homenaje al western y la épica de mi vida. Lo elegí para empezar el libro porque me pareció una buena entrada. Lo que más cuesta en un libro de relatos es crear orden, la estructura.

Nos recuerda a Raíces profundas o a El jinete pálido. ¿Escribir consiste en contar lo mismo de otra manera?

Un aspirante a escritor le preguntó a Nabokov en un Congreso si podía darle un argumento para escribir una historia. Nabokov le dijo: Un hombre y una mujer se aman. El chico le dijo: Pero sobre eso ya se han escrito muchos libros. Y Nabokov respondió: Sí, pero unos son muy malos, otros muy buenos y aún queda mucho por escribir.

La metáfora, la asociación de ideas, también es un recurso importante, como hace usted en el relato Shaw & Maciá.

El gran debate de esta época es la conciliación entre la familia y el trabajo. Una familia donde los dos miembros de la pareja trabajan, y además tienen hijos, para que funcione hay que llevarlo como una empresa. También es una parodia.

Y expone una mecánica brutal…

Es que la vida es mecánica y es brutal. A la rutina hay que meterle chispa, pero es rutina. Si unes los conceptos de familia y empresa, no puedes decir que se va a romper por una tercera persona, sino por una OPA. Es lo que tiene que hacer un escritor, buscar asociaciones que generen extrañamiento, que no sean clichés.

Hay además denuncia en sus relatos. ¿La considera necesaria?

Una de las mayores promesas que se nos hace en la juventud respecto al mundo laboral es que, si tú eres un buen trabajador, te recompensan. Luego, en la realidad, eso no lo encuentras. Es lo que le ocurre al personaje de uno de mis cuentos, Víctor Poe.
Creo que la Literatura tiene que denunciar. Un escritor debe mirar de frente a su tiempo y tiene que ser audaz para criticar o enjuiciar los comportamientos o los estados.
Hay una corriente ahora que a mí me sorprende mucho, más por los lectores que por los escritores, que es la del escapismo. El auge de la novela seudohistórica es un ejemplo. Si quiero leer una novela sobre la Edad Media, elijo
El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga, que es un tratado con rigor académico y además está escrito con un sesgo literario. No me leo las de otros que se documentan en Wikipedia.
Creo que uno tiene que escribir sobre su tiempo, con una mirada crítica y comprometida.

En Gabinete Foreman también da leña.

Es el relato más crítico. Todos imaginamos que a los políticos se les escriben los discursos, que hay gente en la sombra, pero hay una especie de pacto para que no se hable sobre eso. Cuando estuve tres años como director de comunicación traté de proyectar con mucha transparencia al político para el que trabajaba, pero en el gremio de los directores de comunicación política se utiliza la frase: “El síndrome de Frankenstein”. Todos somos conscientes de ser el doctor, de que creamos una literatura. El político que vemos en la pantalla tiene detrás un mecanismo de gente que escribe y dicta sus palabras.
En el relato quería contar esta trastienda con elegancia y sentido del humor. Cuando trabajas para el poder, y más en este momento que está tan tocado por la corrupción, es muy fácil ser corrompido.

¿Está de acuerdo con uno de sus personajes, que arremete contra el mundo de la literatura?

No siempre estoy de acuerdo con mis personajes, pero en este caso sí. El mundo literario es muy canalla. Priman los grupos de poder, las camarillas, los intereses comerciales y editoriales. Por ejemplo, el fenómeno Kronnen surgió de manera artificial porque había que apostar por gente joven. De esos jóvenes solo ha sobrevivido Ray Loriga. Los demás desaparecieron, han muerto porque eran un producto artificial. Es lo mismo que, en los últimos años, ha ocurrido con los Nocilla, un producto de laboratorio que tiene un éxito, pero ahora el grupo está dinamitado y todos reniegan de los principios fundacionales del Nocilla.

¿Qué papel juega la literatura en la educación?

En mi relato La siesta de Odiseo, el abuelo le dice a la abuela: “Este niño está desafilado, por eso voy a hacer que lea”. Hay que leer libros como educación. Los libros pulen, afinan, estoy convencido. A la gente que ha leído poco, se le nota mucho.

En este cuento, y en otros de su libro, hay símbolos y alusiones a La Odisea. ¿Por qué esta obra?

La Odisea es el primer libro que me fascinó de niño. Me lo leyó mi abuelo Guillermo y creo que en esa obra está todo. La gente dice que en El Quijote está todo. Sí, pero antes estaba en La Odisea. Es un libro que se ha dejado de leer, por desgracia. En casi todos mis libros de relatos hay un homenaje a La Odisea.

En Flor en la ventana, leemos: “Vivimos en un mundo cubista. Los detalles se han suprimido, imperan los tonos apagados y no hay sensación de profundidad en la mirada ni en las palabras”. ¿Lo suscribe?

Pongo esa frase en boca del narrador, pero también son críticas mías. Me gusta el cubismo como movimiento pictórico, pero no como movimiento vital o sociológico. La profundidad ahora no existe, tampoco la perspectiva y la pluralidad. Todos son planos de composición de valores, de formas. En contraposición, hay otra frase del personaje: “La felicidad es mirar al mar sin hacerse preguntas”. Lo contrario del cubismo sería la profundidad del mar, las múltiples perspectivas que puede dar la magnitud del horizonte.

¿Un relato debe ser como una ventana?

Exacto. Es una declaración de principios del género. Una novela es una puerta. Un relato, una ventana. No puedes contarlo o mostrarlo todo. Tienes que jugar con ese secreto dentro del secreto, permitir que el lector o lectora sea activo, que imagine o complete el relato.