Leer nos facilita vivir otras vidas, divertirnos, entender mejor el mundo que nos rodea, soñar. Incluso evadirnos, si hemos elegido mirar a otro lado. La lista es extensa y podríamos continuar enumerando motivos, pero hay uno sobre el que nunca se insiste lo suficiente: leer para escribir. Es una fórmula sencilla. A escribir se aprende escribiendo, de acuerdo, pero es la lectura quien nos hace escritores y la que nos ayudará a continuar mejorando nuestra escritura. Los grandes maestros siempre coinciden en señalar este binomio cuando se les pregunta por el meollo del oficio.

A nuestro taller de escritura llegan personas con una experiencia lectora muy diversa. De vez en cuando aparece alguien con una increíble intuición para contar historias, pero sin el suficiente bagaje lector. La receta pasa por una inmersión literaria intensiva, que siempre se agradece. En el otro extremo, sin embargo, también se nos acercan alumnos con un exceso teórico, como si una formación específica en literatura cercenara cualquier posibilidad de sentirse escritor. Aquí el trabajo pasa por descubrir o reencontrar el placer de la escritura, también a través de la lectura, y anteponerlo a un nivel de autocrítica inhumano, más propio del gusto por el cilicio.

Lo que en todos los casos siempre funciona es una lista de lecturas recomendadas, que permitan abrir el horizonte creativo e indagar en estilos muy variados. Si encuentras a alguien que te sirva de referencia en este sentido, te sugiero que lo cuides.

Leer para escribir. Algunos consejos

Adquirir el hábito de la lectura requiere destinarle un tiempo diario, y respetarlo. También es fundamental ser selectivo. A muchos de nosotros nos enseñaron que debíamos acabar aquello que empezábamos y parece que con los libros se aplica esta máxima con rigor. Sin embargo, nada nos obliga a terminar un libro que no logra interesarnos. Lo mejor es abandonar cuanto antes lo que te parezca un pestiño. Y afinar la puntería con el siguiente titulo para no encadenar decepciones. Los grandes escritores no defraudan y son los que más pueden enseñarnos. Sus obras, además de hacernos disfrutar, serán una fuente de inspiración. Disecciónalas. Analiza sus tramas, el enfoque de los temas, la forma en que construyen sus personajes, la manera en que emplean el lenguaje. En eso consiste la fórmula de leer para escribir, no le tengas miedo a imitar. Sin ningún pudor. Es así como aprendemos a hacer cualquier cosa, también escribir. Todo escritor debe encontrar su propio estilo, pero antes de que eso ocurra, de forma consciente o inconsciente, habrá tomado prestados rasgos de sus autores favoritos. No hay otra manera de iniciar la búsqueda. Sólo cuando domines la técnica podrás experimentar con ella, introducir tus propias variantes y continuar trabajando hasta que un día los lectores sean quienes te descubran los elementos diferenciadores de tu trabajo.

Una última recomendación: no limites tu horizonte. Dedicarse en exclusiva a la lectura de un determinado género cierra muchas puertas. Adéntrate en todos: memorias, ciencia ficción, ensayo, novela negra, literatura de viajes… Disfruta de la lectura, recapacita sobre el placer que te proporciona un buen libro y ponle palabras. Leer para escribir.

Lo dice de forma inmejorable Virginia Woolf en su ensayo ¿Cómo debería leerse un libro? Leamos un fragmento:

La mayoría de las veces llegamos a los libros con la mente confusa y dividida, exigiendo a la ficción que sea verdad, a la poesía que sea falsa, a la biografía que sea aduladora, a la historia que refuerce nuestros propios prejuicios. Si pudiéramos desterrar todas esas ideas preconcebidas cuando leemos, sería un comienzo admirable.

Quizás la forma más rápida de comprender los principios de lo que un novelista está haciendo no es leer, sino escribir; hacer uno mismo el experimento con los peligros y dificultades de las palabras. Evoquemos, pues, algún suceso que nos haya dejado una nítida impresión: cómo a la vuelta de la esquina, quizá, pasamos junto a dos personas que conversaban; un árbol se agitaba; una luz eléctrica brincaba… Así seremos más capaces de apreciar su maestría.

El primer proceso, el de recibir impresiones con el máximo entendimiento, es solo la mitad del proceso de leer; otro debe completarlo si queremos obtener el mayor placer de un libro. Debemos juzgar estas impresiones múltiples; debemos hacer de estas formas efímeras una que sea recia y duradera. Pero no de inmediato. Esperemos a que el polvo de la lectura se asiente; a que el conflicto y los interrogantes amainen; paseemos, conversemos, arranquemos los pétalos marchitos de una rosa o quedémonos dormidos. Entonces, de repente, sin que lo queramos, porque es así como la naturaleza efectúa estas transiciones, el libro volverá, pero de modo diferente. Irá flotando por el aire hasta la mente como un todo. Y el libro como un todo es diferente del libro recibido comúnmente en frases separadas. Los detalles ahora encajan en su sitio.