Finalistas del IV Concurso de Microrrelatos Paréntesis (II)

En el anterior número publicamos el microrrelato ganador (La espera, de Tomás Onaindía Gascón) y dos de los textos finalistas (Dar batalla, de Federico Pablo Demarchi, y Secuencias absurdas, de Jesús F. Castro Lago). Ofrecemos a continuación los restantes cuatro relatos que quedaron finalistas del concurso.
Enhorabuena a todos.

[hr /]

Temperatura de oficina

—Ah, vos tenías frío, ¿no? —preguntó el jefe.
—Sí.
—Claro, tenés un problema… Tenés un problema con el termostato. Andá abajo a ver si te lo cambian.
Se levantó y caminó mecánicamente hasta el ascensor que la llevó al primer piso del edificio. Cuando salió al hall vio a través del vidrio a varios compañeros que habían tenido el mismo problema, a los que nunca habían podido ayudar del todo. Estaban arrumbados en el suelo, algunos se movían un poco todavía, otros perdían un líquido azul por agujeritos en el termostato.
Pensó que quizás ella terminaría así ese mismo día, no era la primera vez que la mandaban a cambiarlo.
Volvió a su cubículo con el aparatito nuevo instalado y siguió tomando llamadas.
—¿Te lo cambiaron?
—Sí.
—Ya no tenés frío, ¿no?
Dijo que no mientras se secaba discretamente el líquido azul.

Alexandra Jamieson Barreiro, Madrid, España.

[hr /]

Una tormenta criminal

La tormenta pilló a Chovito sin tiempo ni de mirar al cielo. Era una de esas tormentas que se esperan sin saber cuánto tardará en hacer la puñeta, hasta que se desata sin más.
A Chovito le pilló con un montón de cosas sin hacer, ni siquiera tenía cerrada la puerta de la casa. Detrás de ella le encontraron, en calzoncillos y con un charquito de sangre que había salido por su boca. Por ahí debió entrar, por la misma puerta. La noche ayudó a que todo pasara desapercibido.
Chovito vivía solo en esa casa desde que era casi un niño. Mataron a sus padres; aquel crimen sí fue horrendo, sobre todo por cómo dejaron los cuerpos. El Auto del juzgado quedó finalmente en nada, un crimen sin resolver, en fin, ¡qué espanto!
En Elide nos gusta pensar que Chovito no se enteró de todo aquello, que no vio nada.

Juan A. González de las Casas, Madrid, España.

[hr /]

Y seguimos

El gato me está haciendo pedazos el respaldo de la silla que uso para escribir. Me la encontré en la calle a esta silla, hace dos años, y es una silla extraordinaria. Tiene para regular la altura del asiento y la inclinación del respaldo. Tiene rueditas y está tapizada en pana rojo oscuro. Y el gato, que primero la usó para dormir, ahora la usa para reclamar. Me araña la parte de arriba del respaldo en sentido perpendicular a la costura del tapizado, que se está abriendo. Está creando un labio de pana descendente, como un gesto de embobamiento. La madera que queda a la vista parece una encía. Y en esto me apoyo cada vez que escribo.

Alejandro Carmelo Dato, Necochea, Argentina.

[hr /]

Unilateral

Siempre fue un militante convencido. Para que constara, decidió vestir un solo calcetín. Rojo. Además, prescindió de la montura derecha de sus gafas, que a partir de entonces basculaban apenas, sobre la nariz, sujetas con una única patilla. Una raya rectísima le marcaba la caída del pelo de manera que cubriera una oreja, y la otra —la izquierda, invariablemente— quedase al descubierto. En un acto de altruismo, donó su riñón derecho y sobrevivió con el zurdo.
Un atardecer, al final de la primavera, cuando el aroma de las flores aturdía el sentido común, ella le dijo que lo quería y le demandó su corazón sin condiciones.
Para comienzos del verano, el militante dejaba entrever bajo la pernera un par de calcetines negros. Se ajustaba unas gafas con dos lentes recién estrenadas y se alisaba el pelo hacia atrás, engominado.
Ella, dicen, no para de llorar. Y ya es invierno.

Mª Fernanda Trujillo León, Sevilla, España.