La actividad literaria comienza en la imaginación. La idea nos sorprende como algo ajeno y propio a la vez; irrumpe en y desde nosotros sin atender a protocolos. En vez de aguardar a que estemos sentados ante un escritorio, aparece mientras bajamos del autobús o en el instante más solemne de un entierro. Es un fogonazo indiscreto y vívido como un sueño, pero como este, se olvida pronto si no la anotamos; una acción muy simple que, por desgracia, no suele realizarse. Si en lugar de ideas fuesen monedas de 1 euro, pondríamos más cuidado en conservarlas, lo que equivale a admitir que, en general, no les concedemos ningún valor. ¿Por qué aceptamos sin más estas pérdidas?
Bastaría llevar un cuadernillo encima para remediarlo. Dedicar unas líneas a recoger cada gesto, sensación o frase que consideremos importante o peculiar, allá donde surjan, se convertirá en soporte imprescindible de nuestra escritura, y de la memoria. No sólo construiremos un semillero de posibles historias con cada apunte, sino que también quedará constancia de algo de nuestro tiempo cuando recuperemos, al leerlas, aquellas huellas escritas que, como hitos, señalarán momentos singulares, vividos, desencadenando una cascada de recuerdos.
La versatilidad del cuadernillo también se evidencia al poco tiempo de comenzar a usarlo. Es cuaderno de campo, de viajes; un espacio lúdico, alejado de aquella ñoñería del querido-diario-dos-puntos; un lugar donde darle forma al pensamiento, donde dialogar con nosotros mismos para construir un criterio (no exclusivamente literario). Porque en el cuadernillo podemos escribir sin preocuparnos de las opiniones de los demás —mejor si somos incorrectos—. Al no sentir la obligación de atenernos a convenciones sociales, ni siquiera de tipo sintáctico u ortográfico, abrimos ventanas a la libre asociación y damos rienda suelta a la palabra.
Nuestro principal enemigo es la pereza. En el enfrentamiento con ella, un pequeño bloc de notas será un aliado. El simple gesto de llevarlo encima permite superar la primera resistencia a escribir —el menosprecio de la idea—.