Abro este espacio que se me brinda a la letra para dar un texto híbrido, entre agradecimiento y homenaje. Agradecer el lugar para este ejercicio y dar el homenaje que debo tanto a la escritura como al psicoanálisis. Que Freud haya sido, además del creador del psicoanálisis, un escritor de reconocido talento, no es un aspecto que suela señalarse entre sus cualidades fuera de los círculos informados. Que lo fuera infatigable, si nos atenemos a su producción, es algo que merece recordarse. La producción ensayística y epistolar de Freud es amplísima como amplia la gama temática y de personalidades de su época con las que dialoga mediante la escritura, no solo del campo de la clínica sino también de otros aspectos de la cultura.
Actualmente no nos enviamos cartas. El mensaje vía móvil con sus ejercicios de contracción de las palabras, el ladrón Hermes-mail, el Chat pseudónimo- anónimo en la Red, están dando al traste con este ejercicio de la escritura.
Lo más parecido a una carta que nos llega suele ser el “saluda” con que las empresas comerciales pretenden personalizar la difusión enajenante de publicidad, cuando no de simple propaganda.
Quizás en nuestro mundo roto también se ha quebrado el espacio que permitían las cartas, el espacio para la correspondencia. Curiosamente, al igual que en nuestra casa se han instalado discursos que pronuncian otros, envolviendo nuestro silencio, la correspondencia parece haberse diluido y haber sido rescatada en esa extraña palabra-mundo que es la solidaridad. Quizá existan otras formas de comunicación pero es seguro que hay menos correspondencia.
Escribir una carta es un acto que compromete, que podríamos ubicar entre tomar la palabra y publicar un escrito. Decimos “entre” por estar en esa conexión, en esa relación. Si una carta se dirige a un otro, un escrito podríamos considerarlo una carta que se manda a cualquiera.
En el velo de la distancia, una carta viene a traer al presente de quien la recibe el calor de lo más íntimo, la complicidad del ausente.