Si creéis que vais a encontrar en esta sección al crítico osado que levanta o baja el pulgar para salvar o condenar a los gladiadores que se lo curran en el foso de los leones de la Metro Goldwing Mayer, o al que califica poniendo puntos o estrellas como en las revistas especializadas, estáis equivocados.
Yo quiero hablaros de las “pelis” que consiguieron y siguen logrando que crezca y me sienta más héroe, más listo; capaz de llevarme a la chica de calle. En fin, las que se convirtieron en puntos de referencia.
He comenzado el artículo con un titular engañoso porque creo que el eco repetido de la mentira no crea una verdad: las imágenes limitan, dan forma y crean los lugares comunes, acotando libertad creativa. Por ejemplo, si vemos un caballo en la pantalla, creeremos que todo el mundo ve el mismo caballo. Sin embargo, la palabra caballo, leída o dicha (en teatro), sugiere a cada espectador o lector una imagen distinta. Las palabras proponen, permiten que el viaje sea hacia el interior. Un diálogo con dobles intenciones, los lenguajes corporales, un texto que no se dice, crea en mí un efecto especial que me transporta hasta las complejas relaciones de las personas reales.
Mientras llega el próximo número del periódico, podéis ir viendo “El Marido de La Peluquera”, del director Patrice Leconte. Escribidme diciendo qué os parece.