Un guionista, después de varios fracasos, decide abandonarlo todo y suicidarse a base de alcohol. Lo acompaña en esa aventura una prostituta de esquina. Los dos se mueven por Las Vegas entre borracheras locas y encuentros sexuales. Hasta que el hombre se muere. Ella declara después que le gustaba su romanticismo, su actitud extremada.

Ya no importa el sueño americano

Mike Figgis adapta la novela autobiográfica de John O. Brien, que se suicidó antes de estrenarse la película. Firma una obra sin concesiones, incorrecta, alejada de cualquier sermón; un film existencialista de los años 90, la historia de dos outsider que deciden quemar sus últimos cartuchos al margen de todas las convenciones. Lo hace con unas imágenes intensas y desgarradas, con un ritmo poético y acuciante. Ya no importa el sueño americano, ni las doctrinas, ni los planes, ni todas las demás zarandajas. Solo hay un cinismo apasionado y una especie de romanticismo de la era galáctica.
La historia tenía que ocurrir en Las Vegas, la ciudad de la parodia, el ilusionismo y la fantasía, donde todo es pura alucinación. Y así los últimos días del protagonista se convierten en el reventar de cada momento, en la exaltación de las sensaciones, en el estallido sin esperanza de lo que dos personajes llevan dentro, el explotar de todas sus vivencias, sus confidencias sin horizonte.
Mike Figgis también adaptó sin misericordia, pero con una intensidad hipnótica, el clásico de August Strindberg La señorita Julia, interpretado por su esposa, la bellísima Safron Burrows, y donde se plantea el conflicto entre los seres humanos, la crueldad y la autodestrucción. Figgis siempre plantea personajes al límite; es uno de los pocos directores de nuestro tiempo que lleva sin miedo las historias hasta el final.
La actuación de Nicolas Cage se ha vuelto legendaria. Sólo él podía interpretar con tanta fuerza (como ha hecho en otras películas) a ese outsider desgarrado que ya no cree en nada, pero quiere extraer todo lo sobrecogedor que hay en sí mismo. Y que ama a su modo con una ternura descarnada a la prostituta que lo acompaña.