Antonio Soler nació en Málaga en 1956. Ha publicado, entre otras, las novelas Modelo de pasión (Premio Andalucía 1993), Las bailarinas muertas (Premio Herralde 1996 y Nacional de critica 1997), El nombre que ahora digo (Premio Primavera 1999), El espiritista melancólico y el libro de relatos Extranjeros en la noche. El camino de los ingleses ganó el premio Nadal 2004 y fue llevada al cine por Antonio Banderas, con guión adaptado por el autor. En 2006 publicó El sueño del caimán. Sus obras han sido traducidas a siete idiomas. En la actualidad realiza numerosos trabajos como colaborador de prensa y guionista de cine. Su próxima novela será publicada en octubre y estará protagonizada por una mujer.

¿Cuál cree que es la diferencia entre quienes se animan a escribir media docena de poemas o cuentos y un verdadero escritor?

Hay personas que escriben para pasar el tiempo, como quien hace maquetas de la Torre Eiffel, otros lo hacen con la pretensión de llegar a ser famosos o importantes, pero el auténtico escritor es el que tiene cosas que decir, no está conforme con la realidad y la está cuestionando continuamente. Me refiero a una inadaptación, un conflicto personal e íntimo con el mundo. Escribir una obra literaria es hacer una gran pregunta, manifestar nuestra incomprensión acerca de lo que ocurre.
Es posible que alguien escriba porque tenga una historia que contar, sin más, y hasta puede tener éxito, pero literariamente no tiene mucho sentido. La historia es la excusa del escritor para hacer indagaciones más profundas.
John Berger decía que el artista tiene un debate con la sociedad parecido al del delincuente. Lo que ocurre es que eligen caminos distintos para manifestarlo.

A un aspirante a escritor suele «dolerle» cuando es advertido sobre un adjetivo inútil, o le insinúan que alguno de sus personajes no aporta mucho a la historia, o que su argumento carece de credibilidad, ¿también se siente usted «agredido » si le sugieren cambios?

Los escucho; algunos los acepto y otros no. Antes de publicar, no enseño mis novelas a muchas personas, sólo a mi agente y al editor. Los correctores de pruebas de la editorial pueden detectar alguna errata. Luego, el editor, si es un verdadero editor, puede apuntar algún cambio. Un personaje que sobra es otra cuestión y no me he visto sometido a ese trance. Puede ocurrirle a escritores que entregan sus trabajos sin terminar, pero no es mi caso. Por ejemplo, la primera versión de El camino de los ingleses tenía 420 páginas. La última se quedó en 350. Yo entrego mis obras muy revisadas.

¿Corrige sus obras por párrafos, por capítulos o cuando ya tiene completo el primer borrador?

Cada mañana reviso lo escrito el día anterior para meterme en situación, eso ya es una forma de corregir, y ya no corrijo más hasta terminar la novela, que es cuando puedo cambiar la distribución de la obra, el orden de los párrafos o los capítulos. Tenga en cuenta que parto siempre de un proyecto; pienso en la historia y los personajes de la obra durante meses antes de empezar a escribirla. Hay escritores que comienzan sin saber adónde van, pero en mi caso, por una economía de esfuerzo, prefiero tenerlo claro. Volver atrás y corregir y destruir continuamente me parece una gran pérdida de tiempo.

¿Qué proceso lleva a cabo en la construcción de sus personajes? ¿Existen antes que sus historias o nacen con ellas?

Casi a la par, aunque no hay un control racional de todo lo que aparece en el proceso creativo. Muchas veces surgen personajes con su propio nombre, a veces cuando la obra ya está marcha, incrustados en una historia paralela (normalmente son los secundarios, que a mí me gustan mucho). O bien, sin tenerlo previsto, a medida que se va armando el argumento, notas que hacen falta más personajes. Me ocurrió en El camino de los ingleses. Refiriéndose a esta obra, Miguel Delibes dijo: “esta novela es muy difícil de escribir porque hay mucha gente”. Era necesaria. No todo termina en el primer plano. Hay segundos, terceros y cuartos planos. Estos personajes secundarios sirven para dar una dimensión del mundo que estás creando y, en esa obra, me interesaban todos esos sustratos.

Tras escribir el guión cinematográfico de El camino de los ingleses, dijo: “Desmontar una obra para construir otra.” ¿Cómo cree que interactúan la película y la novela? ¿Complementa una a la otra?

Participé en Italia en un congreso de traductores porque a alguien se le había ocurrido considerar las adaptaciones al cine como otra forma de traducción, y es verdad; consiste en trasladar unas ideas de un lenguaje creativo a otro. Esta traducción puede ser literal y no comprometerte a crear nada nuevo o puede ser muy libre y aventurarte en otros caminos. En el caso de El camino de los ingleses, entiendo que novela y película son dos obras de creación independientes. Naturalmente, la película no parte de un guión original, sino de una idea poética que comparte con la novela. Si Banderas hubiese cogido el argumento y lo hubiera trasladado a imágenes sin más, sería una película plana aunque contara una historia que tiene sus nudos dramáticos, pero él le aportó su propia poética, su propio estilo. En cine, esa es la misión del director, por eso me parece una obra independiente.

Con la película llegó a un público más diverso que con la novela. ¿Qué diría a aquellos que piensan que lo hizo para adquirir una mayor notoriedad, sacrificando la novela?

A mí nadie me ha dicho eso… Hay adaptaciones que, aun siguiendo literalmente el argumento de la obra, son grandes traiciones y no alcanzan nada de lo que el libro propone, y otras que, prescindiendo de las anécdotas, se quedan con el corazón que palpita en él. En principio, son adaptaciones más libres, lo que las obliga a ser más creativas al no estar supeditadas a algo ya hecho. No están acartonadas y son más vivas. Creo que ocurre esto con El camino de los ingleses.
Si se hubiera realizado una versión ligera o una especie de comedia musical donde se frivoliza el sentido de la historia, admitiría que vendí el espíritu de la novela para ganar dinero. Pero no es el caso. Al cine va más gente que a las librerías, eso sí.
De todos modos, en este mundillo hay mucho puritanismo falso, un poco rancio, que considera una traición artística pretender ganar dinero con tu trabajo, y lo achaca a una bajeza moral tremenda. A un médico, que se dedica a cosas bastante más importantes y delicadas que yo, nadie le cuestiona que, a la salida de una consulta privada, haya una señorita cobrando. Pero parece que, si un artista cobra dinero, deja de serlo. Otra cosa es sacrificar habilidades por lucro, hacer algo más hueco o comercial con este propósito.

Sr. Soler, las piedras al final, ¿siempre se hunden en el agua?

Poéticamente no, pero en la realidad parece que sí. El trabajo de muchos escritores consiste en que las piedras no se hundan en el agua o, por lo menos, que lo hagan muy lentamente. Fijamos en un libro las cosas para darles un poco más de vida, sean sueños o parte de nuestra memoria; las suspendemos en el tiempo y, aunque al final se olviden, tardan algo más en hundirse.

Este periódico es leído por muchos amantes de la literatura y por personas que comienzan a escribir. Para este otoño, ¿podría aconsejarnos un par de títulos y los motivos para leerlos?

Trenes rigurosamente vigilados, de Bohumil Hrabal, por la tragedia del joven, su compromiso y sentido del deber. Frente a los nazis también un chico solo puede hacer algo. Escrito con ternura y sentido del humor.

Vida y destino, de Vasili Grossman. Un libro monumental que habla del stalinismo visto desde dentro. Grossman fue uno de los pocos reporteros que pudo aguantar la batalla de Stalingrado entera y el primer periodista que llegó a los campos de exterminio nazi. Me parece cercano en envergadura a Guerra y Paz, por la cantidad de personajes y el mundo que describe, aunque el libro de Grossman es bastante más siniestro.