Dirección y guión: Francis Ford Coppola
Banda sonora y canciones: Tom Waits

Frederick Forrest no sabe cantar pero está dispuesto a hacerlo. Y canta de forma patética en la escalera del avión que se lleva a Teri Garr. La relación entre ellos se ha hecho fastidiosa y plomiza. La vida cotidiana erosiona sus sentimientos y se muestra vulgar y opaca. Él conoce a Nastasia Kinski como a unos fuegos artificiales que deslumbran su vista. Ella se lía con un fantasmón atractivo.
La película muestra como la rutina envilece nuestra vida, pero debajo puede estar escondida la pasión con todo su potencial. Debajo de las miradas aburridas, los gestos sin sentido y los reproches hastiados se esconden el latido y la convulsión. Solo hay que rascar lo suficiente. El ser humano parece mostrar sus riquezas cuando está en peligro. Es una dosis de tragedia o nostalgia la que arranca lo que valemos. Solo en la desolación nos conocemos de verdad. En la noche, solitario y con todo perdido, Forrest llega a casa. Y entonces aparece ella como una sombra. Un punto de partida similar al de la novela “Bella del señor”, de Albert Cohen, pero lo que allí era impostación y vacío en Coppola demuestra verdadera garra, romanticismo de estaño.
La película fue un fracaso comercial, pero Coppola siguió su corazonada. Hizo un filme solitario y genial, por el que ahora sienten fervor muchos iniciados. Una película de culto con gran estilo. Su lenguaje se liberó con las audacias. Utilizó procedimientos digitales, fragmentó la pantalla, mezcló las secuencias. No eran manierismos gratuitos. Con ello trataba de mostrar lo mezclado que está todo, como se implican todas las cosas, y aun así, lo sorprendente que es la vida a pesar de todo. Con ese juego deslumbrante de conversiones, las imágenes nos hipnotizan de un modo lisérgico. La ciudad futurista muestra sus aspectos de alucine y lirismo alucinado. Lo que parece vulgar esconde todas las posibilidades.
Hay que agradecerle a Coppola que se arruine de vez en cuando. Que muestre la oscura dimensión de su genio. Aunque luego haga films para pagar deudas, como “Peggy Sue” y similares. Sólo se puede ser genial de vez en cuando. Y cuando lo es, nos inunda la cara con su aliento. El mundo es amargo y los escaparates tienen sabor apasionado.