Pablo García Casado nació en Córdoba en 1972 y es licenciado en Derecho. Ha publicado Las afueras (1997, Premio Ojo Crítico de Poesía de RNE y finalista del Premio Nacional de Poesía), El mapa de América (2001) y Dinero (2007), y ha sido incluido en diversas antologías. Actualmente es Director de la Filmoteca de Andalucía y colabora en el periódico El día de Córdoba.

Usted representa la realidad sin adornos ni paliativos; lejos de moralizar, se limita a describir, dejando al lector las conclusiones. ¿Es premeditado ese distanciamiento?

Creo en la inteligencia del lector; basta con darle las claves para que tome sus propias decisiones, y eso me obliga a poner la mayor distancia posible. Es verdad que, en cuanto eliges un objeto o enfocas algo, la objetividad desaparece (siempre se recorta la situación desde un planteamiento ideológico), pero no quiero adoptar una posición moralizante, al menos no en el tono.

El título de su primer libro, Las afueras, ¿es una declaración de principios?

Para venir hasta la Filmoteca habéis pasado por la Judería y todos estos rincones encantadores, pero yo no vivo en esta parte de la ciudad, no tengo nada que ver con el barroco andaluz. En la ciudad que yo vivo pasan cosas, hay emociones, sucede la vida. Es un espacio que podría estar en Guadalajara o cualquier otro lugar. Las afueras puede entenderse como una respuesta hacia una poesía barroca que tiene mucho empaque en Andalucía pero, en el fondo, no es que yo quisiera pelearme con una estética barroquizante, simplemente caminaba por otro territorio. En los talleres de escritura que impartía en el Instituto de la Juventud solía decirles a mis alumnos: “aquel adjetivo que no suma, resta”.

¿Es necesario salir fuera para poder mirar dentro?

Es una estrategia de escritura. La verdad para un escritor está fuera. Hay que tener ojo y mirarse lo menos posible el ombligo. Sobre todo porque las historias que me interesan como escritor no me pasan a mí. Mi vida no es la del conde de Montecristo. Si contara lo que me pasa, sería muy aburrido.
Uno puede tener emociones y no vivirlas en primera persona. A mis alumnos les proponía que recordaran una película excelente. El padrino, por ejemplo. “¿Y ese día qué hicisteis?”, les preguntaba. No lo recordaban. Aunque hicieran cosas (desayunar, etc.), la experiencia vital de ese día fue El padrino.
Por eso cuando se habla de la dicotomía entre la experiencia cultural y la vital me parece falso. Están entrelazadas.

Tanto en Las afueras como en El mapa de América prescinde de los signos de puntuación. ¿Por qué?

La palabra ofrece un libro lleno de color, saturado de recursos, pero yo necesitaba un cuerpo físico de escritura adecuado para escribir en blanco y negro. ¿Cómo? Volviendo al trazo más fino (sin puntos ni comas), utilizando un lenguaje muy enunciativo, lo más neutro posible para, desde esa neutralidad física, establecer unos márgenes de tensión creados por las propias situaciones, no por los fuegos artificiales de la literatura.
Una de las cosas más importantes que aprendí en los talleres es la utilización de correlatos para mostrar emociones. Nadie puede mostrar el amor en el papel; utilizas situaciones donde el amor ocurre. Dinero, por ejemplo, está lleno de situaciones. Los personajes están en tensión, aunque nunca llegan a explotar del todo.

Hablando de Dinero, su último poemario publicado, parece culpar a éste de todas las miserias de la sociedad. ¿Qué representa para usted el dinero?

Es sinónimo de miedo. Todas las sociedades se rigen por el miedo. En la Edad Media era el miedo a la religión, a la muerte, y ahora el tótem es el dinero. Lo acumulamos por lo que pueda pasar, por sentirnos más protegidos. Está vinculado con la alimentación y con todas las escalas de satisfacción social, sexual, anímica. El dinero es la sangre de esta sociedad, lo que hace que todo circule.
El libro surgió porque yo estaba escribiendo un poema sobre el dinero. Un día me senté solo en una mesa y resultó que todas las conversaciones de las parejas de al lado eran sobre dinero. No hablaban de las cosas que podían conseguir, sino de dinero. La palabra euro era la más repetida.

En esta obra los géneros parecen diluidos. ¿Es prosa poética o son microrrelatos?

Tengo dudas entre el microrrelato y el poema en prosa. Trasladé estas dudas a un crítico de El País y me dijo: “No, esto son narracines”. Claro, estamos hablando de narraciones muy plásticas, pequeños fragmentos de guión, no sé…
En los talleres se explican los géneros, pero también se propone olvidarlos para que no te sujeten.

“Un poeta no puede vivir de lo que escribe”, ha dicho usted. ¿Por falta de demanda o por culpa de las editoriales?

El mercado de la poesía nunca va a ser mayoritario. Es un género difícil que requiere, por parte del lector, una atención especial sobre la palabra, un tiempo de escucha que habitualmente el ciudadano medio no concede. No obstante, nunca se ha editado más poesía que ahora, nunca ha habido más editoriales ni más Paz literaria que ahora.
De todas formas, para que una editorial se juegue su prestigio y su dinero (sobre todo, su dinero) con desconocidos, tiene que darle un acceso de locura como el que tuvo mi editor en 1997. Claro que, entonces, su editorial empezaba. Él me reconoce que, si hoy llamara Pablo García Casado a su puerta, no le abriría. Yo publiqué en DVD ediciones cuando habían sacado 3 libros. Ahora llevan a 114 escritores, han publicado a todos los grandes de la literatura. Pueden dar una oportunidad a dos, pero no a tanta gente como hay. Yo fui uno de esos, tuve mucha suerte.

Algo más que suerte, ¿no? Las afueras fue finalista del Premio Nacional de Poesía.

Sí, tuvo un recorrido curioso. Un amigo, Vicente Luis Mora, me insistió para que mandara el libro a DVD. Lo hice por correo postal, la modalidad más barata, y el editor fue a recogerlo en Barcelona un día de lluvia, en diciembre, maldiciendo al poeta que había mandado ese paquete.
Me mandó una carta diciendo que le había gustado mucho. Posteriormente, el libro fue recibido bien por la crítica, corrió de boca en boca, y me dieron el Premio Ojo Crítico de Poesía de RNE. Tuvo mucha repercusión. Ese año fue uno de los libros más reseñados en periódicos y revistas. Fue una satisfacción estar en la final del Premio Nacional con 25 años.

Además, es un libro que se ha mantenido bien en el tiempo. Va por la cuarta edición. A los grandes sí los reeditan, pero a un poeta joven es más difícil.

Me ha venido bien tener un editor que, desde hace 12 años, publica prácticamente todo lo que he hecho. No soy un escritor muy prolífico; supongo que eso ayuda bastante. Ni siquiera he empezado el libro siguiente, y hace ya un año que se publicó Dinero.

¿Debemos entender que no siente el impulso de escribir? ¿Cómo surge de nuevo la necesidad de comunicarse?

Es complicada esa pregunta. Uno sigue haciendo ejercicio de dedos, escribo en un periódico, mantengo la necesidad de la escritura, pero no estoy embarcado en un libro. Todavía no tengo una obsesión. Uno no tiene siempre cosas importantes que decir, ni tiene por qué decirlas cada 1, 2 o 4 años. Los silencios son necesarios.
Ahora, como director de la Filmoteca, veo películas espléndidas (menos de las que quisiera, por mis funciones). Es un momento de alimentación.